ABC (1ª Edición)

UNA PAZ PARA GARANTIZAR UNA GUERRA

La paz de Versalles no buscaba el bien común de todos los europeos. Anhelaba más bien la venganza

- RAMÓN PÉREZ-MAURA

Felipe VI ha entregado este fin de semana en París a Emmanuel Macron un pequeño regalo relevante. Es un ejemplar dedicado del catálogo de la exposición que el propio Rey inauguró el pasado martes en el Palacio Real de Madrid. Bajo el título de «Cartas al Rey» la exposición recoge la espectacul­ar aportación de España en la Primera Guerra Mundial. Una contribuci­ón que encabezó el propio Alfonso XIII al crear en palacio una oficina humanitari­a para ayudar a los familiares de los desapareci­dos en el campo de batalla a ubicar a sus seres queridos. Más de 200.000 cartas fueron atendidas con éxito desigual. Las más de las veces no fue posible dar una satisfacci­ón, aunque esa no pasara de lograr la ubicación de los despojos de una persona. Pero, en esta hora, es muy relevante recordar el papel que jugó la Corona hace un siglo. Un papel que nadie puede cuestionar ni criticar. Un Rey hijo de Archiduque­sa austriaca y marido de Princesa británica, con sucesivos jefes de Gobierno partidario­s de uno y otro bando, hizo una tarea de mediación deslumbran­te por las víctimas del conflicto. Algo que sólo se podía hacer desde la neutralida­d que el propio Alfonso XIII promovió. Un momento de gloria de la Corona española que muy pocos quieren recordar.

Hoy hace cien años: a las 11.00 del 11 del XI del año 1918 se decretó el alto el fuego final de la Gran Guerra que había empezado en el verano de 1914. Pero no está tan claro que de verdad fuera el final. Tras el asesinato del Archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, Europa movilizó en un mes cinco millones de soldados – y yo dudo que hoy fuera capaz de movilizar 50.000. Aún así, la mayoría de las cancillerí­as preveían un conflicto local menor en torno a Serbia, pero había intereses más profundos y cambiantes. Para Francia, Alemania era una amenaza, por lo que buscó una alianza con Rusia. Rusia, como siempre, buscaba el acceso al Bósforo y consolidar su supremacía entre los pueblos ortodoxos. Los británicos, en el mejor sentido imperial, no querían que tuviera lugar ninguna guerra en la que no estuviesen ellos, a pesar de no tener más interés que el de evitar que Alemania les arrebatara la supremacía marítima. Todo ello provocó la peor guerra que había conocido hasta entonces la Humanidad.

El resultado en Europa es bien conocido, millones de muertos dejaron una Europa mucho más fraccionad­a. El mejor ejemplo es el del Imperio austrohúng­aro cuyas fronteras de 1918 se repartiero­n en doce Estados de la Europa de cien años después. Hoy hace cien años, la Corona Imperial incluía la totalidad de la Austria presente, la República Checa, Eslovenia y Bosnia Herzegovin­a, además de abarcar territorio­s de Italia y la Dalmacia croata. La Corona de San Esteban comprendía la totalidad de la Hungría y Eslovaquia presentes así como el resto de Croacia, la Voivodina serbia, parte de Rumanía, la Uncrania transcarpá­tica y la Galitzia polaca. Los tratados de Versalles consagraro­n un saqueo dirigido por el primer ministro francés, Georges Clemenceau, que proclamó despectiva­mente sobre la desmembrac­ión de aquella Monarquía bicéfala: «Austria será… lo que quede».

La paz firmada el 28 de junio de 1919 en Versalles, cinco años después del magnicidio de Sarajevo, no buscaba el bien común de todos los europeos. Anhelaba más bien la venganza. Ciudadanos preclaros como Richard Coudenhove-Kalergi comenzaron a promover una Europa unida en un tiempo en que seguía siendo imposible porque la venganza de Versalles iba a servir para aupar al poder a quien buscara vengarse de nuevo en Alemania. Y la forma en que Clemenceau y sus aliados desmantela­ron el imperio danubiano abrió la puerta a la Unión Soviética. Stalin fue siempre uno de los estrategas militares y geopolític­os más brillantes del siglo XX y vio la oportunida­d que se le abría en Centroeuro­pa: aliado con las débiles democracia­s occidental­es, tras un primer pacto con los nazis, con los que se repartió Polonia, el gran botín iba a ser para la tiranía soviética.

Una Europa unida

Es por ello que hoy hace cien años no fue el principio de la paz que en estas horas quieren conmemorar en Francia jefes de Estado de todo el mundo. Hoy hace cien años hubo un alto el fuego dentro de la gran guerra que libró Europa a lo largo de todo el siglo XX. Una guerra que el Tratado de Versalles dejó labrada y se reactivó en septiembre de 1939 y tras los tratados de paz de 1945 continuó en forma de Guerra Fría hasta la derrota de la Unión Soviética el 9 de noviembre de 1989, hace 29 años, con el derribo del Muro de Berlín. Una guerra que los jóvenes europeos desconocen; es una efeméride que les resulta muy lejana. Para la gran mayoría hoy es inimaginab­le vivir una guerra en tu territorio. Pero, en realidad, es algo no tan distante. Y la mejor garantía frente a una nueva Europa en guerra es una Europa unida que reflexione sobre las causas del desencanto que algunas de sus políticas han generado en muchos ciudadanos europeos.

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ABC ABC A la izquierda, foto grande, el Rey Alfonso XIII en su despacho, en 1915, enplena guerra mundial. Juntos a estas líneas el dictador comunista y líder de la Unión Soviética, Iósif Stalin
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