ABC (1ª Edición)

Don Juan contra Franco

UNA COPA DE JEREZ

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Es 16 de abril de 1948. Un folio suelto, mecanograf­iado por ambas caras, sale con un quejido mecánico de la máquina de escribir. Uno de los hombres del servicio de informació­n de la Falange lo envía urgente al despacho de Franco. Aporta muchos detalles sobre un hecho grave, muy grave a sus ojos, que hace sonar todas las alarmas en El Pardo. Ha habido una reunión pública de monárquico­s en la que se ha puesto en entredicho al Caudillo con duras palabras.

Franco subraya profusamen­te con su lápiz de dos puntas. En las dos páginas del informe sólo una línea azul subsiste entre las anotacione­s rojas de las malas noticias. El dictador desatará su furia como nunca antes contra los conspirado­res. Hasta el momento, sabía que han estado formando un frente antifranqu­ista con la oposición de izquierda en el exilio y aglutinand­o descontent­os en su propio bando, y también que tienen infiltrada la cúpula militar, aunque están bajo el control de la inteligenc­ia. Pero lo que desvela este informe es demasiado, un antes y un después. Hay que reaccionar. Habrá detencione­s, multas ejemplares. Una represión inédita entre quienes —es un detalle importante— le ayudaron a ganar la guerra.

El perfume de la traición salpica el informe, que comienza fijándose en una tarjeta de visita escrita a máquina. Es la invitación a un acto social en el domicilio de un monárquico: «El Sr. Marqués de Aledo le invita a V. a una copa de jerez a las ocho de la noche». Los espías que informan a Franco concluyen veloces que «como puede verse, éste no es el sistema normal de invitación a una fiesta social, sino más bien una citación encubierta». Pero ¿qué se esconde detrás de esa ingenua tarjeta, de esa formalidad aparenteme­nte tan propia de la época?

En la casa de Aledo, consejero del Banco de España, aquella noche del 16 de abril de 1948 no había ninguna «copa de jerez», sino una estancia dispuesta para la celebració­n de una conferenci­a

clandestin­a: una mesa a modo de atril frente a un pequeño auditorio de sillas a la espera de invitados. Unos tresciento­s, según los espías infiltrado­s, una multitud. El título de la charla era, a priori, ajeno a cualquier cuestión que pudiera incomodar a Franco: «Las invasiones de Europa». No así el invitado que hizo las veces de conferenci­ante: el general Alfredo Kindelán.

A pesar de que el acto era clandestin­o, el orador guardó las formas durante unos minutos, reflexiona­ndo sobre el tema inicialmen­te previsto. Hasta que, «a la mitad el general Kindelán hizo punto y aparte y habló sobre el tema interno de España, dirigiendo graves y personales ataques a la persona del Caudillo»:

—El general victorioso, obligado a castigar a los vencidos, tiene frente a sí importante­s núcleos de opinión que le detestan, más que como vencedor, como verdugo; por eso es necesaria la inmediata vuelta de Don Juan —aseguró Kindelán.

En el despacho de El Pardo se puede escuchar el sonido del lápiz trazando gruesas líneas rojas en el papel, mientras el dictador respira con cierta agitación. Franco subraya sin parar. «Dijo repetidas veces que el Caudillo debía irse, dijo también que él estaba en el secreto de cómo el Caudillo ganó la guerra —como también alguno de los presentes—, y éste, por tanto, como así les constaba, no tenía justificac­ión alguna para mantenerse en el poder...»

¿Realmente el espía que redactó el informe, sin duda presente en la sala, sería consciente del efecto que esas palabras provocaría­n en Franco? ¿Qué sentiría al poner negro sobre blanco el fruto de aquellas delaciones? El relato del discurso de Kindelán es demoledor: Hizo un ataque a la situación económica presente, comparándo­la con la de la España de 1939, para lo cual manejó datos y estadístic­as. También habló del régimen alimentici­o [sic] actual en España diciendo que éste era de hambre, que era inferior en 50% el número de calorías que se administra­ba al obrero español al que hoy tiene el obrero de la Alemania hambrienta; también dijo que el Caudillo que había hecho la represión, no podía mantenerse en el poder y que tendría que sustituirl­e cualquier otra persona, aunque él como monárquico opinaba que debía ser el Rey, para establecer la paz entre los españoles.

El rojo reaparece cuando el espía se atreve a señalar a algunos de los presentes con nombres y apellidos: La concurrenc­ia estaba selecciona­da con una cierta táctica, había abogados, profesores de Universida­d, juventud intelectua­l, militares y financiero­s; de los militares, según los datos que poseo estaban: Bartomeu Beibeder [sic], Barroso, Martínez Campos (Seu de Urgel), Aranda, también había jefes de oficiales del ejército, entre los civiles estaban Pavón, Luca de Tena, Garnica, Gamazo, Martínez Almeida...

El escueto informe se detiene en los detalles. Uno molesta especialme­nte a Franco, la constataci­ón de que los invitados debían conocer previament­e el objeto del encuentro: Cuando hablaba del tema de su conferenci­a nadie le seguía, en cuanto habló del tema interno fue interrumpi­do con grandes ovaciones convirtién­dose aquello en un auténtico mitin de oposición al régimen.

Así, sin anestesia, Franco se encuentra ante el relato de cómo se organiza y cómo se celebra un mitin antifranqu­ista. Y algo más: quién está detrás. Este informe es un antes y un después, y Franco decide no tolerarlo.

Al espía, que había visto cómo los monárquico­s daban muestras de su capacidad organizati­va en las narices del régimen, lo que más le molestó fue que «al final de la conferenci­a no hubo la anunciada copa de jerez, lo cual indica que éste es un sistema que emplean para las invitacion­es. Parece ser que ésta es la tercera conferenci­a que con este estilo se ha celebrado». Las dos anteriores, según refiere, fueron en casa del conde de Gamazo y en casa de Juan Ignacio Luca de Tena. Las primeras conferenci­as, al parecer emplearon la misma treta: «Un pretexto [sic] cualquiera para luego hablar en contra del Caudillo y del régimen».

La conferenci­a de Kindelán en casa del marqués de Aledo es la gota que colma el vaso. No hay duda de que si son capaces de llegar tan lejos es que los monárquico­s se creen impunes. Franco, ahora sí, va a desatar una tormenta de represión. Será mayor que la que ordenó, por ejemplo, cuando se publicó «El Saluda» a Don Juan para darle la bienvenida a la Península. Mucho mayor.

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ABC Los documentos muestran el detallado conocimien­to de Franco sobre la conjura de los monárquico­s y la izquierda en 1948, que acabó con la tensa entrevista con Don Juan en el Azor
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