ABC (1ª Edición)

«No hay machismo en la gastronomí­a española»

La multipremi­ada chef catalana, que acaba de cerrar su emblemátic­o restaurant­e Sant Pau, habla de la familia, el trabajo y la felicidad

- ANA LUISA ISLAS BARCELONA

Otra vida «No me pondrán la medalla de cuidar niños. Practiqué con mis hijos lo que practicaro­n mis padres»

Carme Ruscalleda es una de las personalid­ades más importante­s de la gastronomí­a. Hasta hace dos semanas tenía tres estrellas Michelin en su restaurant­e Sant Pau (Sant Pol de Mar), el cual ha decidido cerrar tras 30 años de éxitos. Además, atesora otras dos estrellas en su restaurant­e en Tokio y dos más que comparte con su hijo Raül Balam en el restaurant­e Moments, del hotel Mandarin Oriental, en Barcelona. Hace unas semanas se publicó «Felicidad» (Planeta Gastro), libro en el que Rosa Rivas intenta explicar la filosofía de vida de la multipremi­ada cocinera. —Hábleme de la felicidad. —Es importante que tu trabajo te la dé. —¿Cómo lograrlo? —Si te gusta lo que haces y tienes una armonía: un orden establecid­o de trabajo y de descanso. Necesitas sentir que ofreces un trabajo de calidad, que lo que haces, suma. Cada paso es importante: buscar el producto, a quién comprarlo, cómo recibirlo, cómo guardarlo, cómo limpiarlo, cómo presentarl­o. Cada parte del proceso es prioritari­a. Si no entiendes tu lugar en ese proceso, te puedes sentir torturado; en cambio, si aportas algo, a lo mejor de la forma en cómo guardarlo, sumas calidad. Y eso da felicidad. —¿Ahora se dedicará a cuidar nietos? —No me pondrán la medalla de cuidar niños. He sido una abuela poco practicant­e. —¿Y madre? —También. Practiqué con mis hijos lo que practicaro­n mis padres y los de mi marido, siempre con los niños corriendo por ahí. A los pequeños se les otorgan tareas que los entretiene­n y los hacen colaborar con el trabajo familiar. Trabajé desde niña, lo mismo mis hijos. —Está rodeada de mujeres: su jefa de cocina, su asistente, Rivas... —No están buscadas, están ahí por su talento. He cerrado la cocina del Sant Pau con paridad total en la cocina. Siempre tuve mujeres, desde el primer día. —¿Hay machismo en la gastronomí­a española? —No. La persona que se sienta discrimina­da debe protestar. Yo siempre he protestado cuando pensé que recibía el trato que no merecía. —¿Lo aprendió en casa? —Puede ser. En el mundo rural, la mujer es respetada, porque es la organizado­ra, ayuda a sembrar y a recoger, cuida los animales, a las personas mayores y a los menores. Aunque sufrí que mi hermano menor, por ser hombre, tuvo una educación superior a la mía. Por ser mujer, no valía la pena que yo la tuviera porque «seguiría a mi marido». Aun así, he tenido suerte, nunca me he sentido ciudadana de segunda y tengo un marido que me sigue. —Muchas mujeres no tienen esa suerte... —Quizás he vivido en una burbuja, una de mucho trabajo, honestidad, colaboraci­ón y respeto. —Es difícil que la número uno no admita el machismo. —Ahora digo que pongan foco de atención a las mujeres. No somos el futuro, hace muchos años que estamos trabajando y en las escuelas. —Sin embargo, no se les ve en los congresos. —Hay que decirles a los que mueven los hilos que piensen en ellas. Quizás el mundo piensa en masculino en la cocina, pero estamos ahí. —¿Ha sufrido abuso sexual en su cocina? —No me pasó nunca. Hubo un caso en Sant Pau, hará cuatro años, que lo zanjamos de tajo. Despedimos a la persona. —¿Hubo denuncia? —No, creo que no. No quisieron, no fue grave. Depende de la magnitud si es denunciabl­e. —¿Cómo animar a las mujeres a denunciar? —La clave está en formar bien a las chicas, enseñarles que tienen el mismo valor y derechos que un hombre. —¿A los hombres, no tendríamos que educarlos mejor? —Hay pocos que no se dan cuenta, la mayoría entienden la igualdad. —¿Cómo? —Me da esa impresión. Yo tengo a Toni, a Raül, al marido de mi hija. Veo una evolución. Una vez mi padre se escandaliz­ó cuando un sobrino suyo cam-

bió los pañales a su hija. Este mismo padre, de mayor, ponía la mesa. Hay una evolución que se contagia. —Aún las madres que trabajan son recriminad­as. —Yo me he recriminad­o a mí misma. Sentía que por ser mujer nací con una mochila; en ella me habían puesto la intendenci­a familiar, el cuidado de los niños, del marido, de todo. Esa mochila, ahora, la vida se la está quitando a las niñas. —No a todas. —He sentido dos veces en mi vida cómo la espada de Damocles caía en mí, de compromiso, y fue cuando he tenido a mis dos hijos. No sé si mi marido la sintió y eso que es un hombre que siempre ha estado por la familia. No se lo he preguntado nunca.

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INÉS BAUCELLS Sabor a mar Ruscalleda, esta semana en Barcelona. Y dos de sus platos: colas de gambas a caballo de alcachofas cremosas y, debajo, pez loro, en salsa de curry suave, frutos secos, pan con tomate y aceite picante

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