ABC (1ª Edición)

TRUMP, EL CREPÚSCULO

- POR GUY SORMAN

«No nos libraremos verdaderam­ente de esta impostura

trumpista negando sus orígenes, sino renovando el discurso democrátic­o y ofreciendo perspectiv­as creativas»

LO que conocemos como populismo, o también nacionalis­mo étnico, no es un movimiento ideológico, sino una reacción tribal. Las recientes elecciones de Estados Unidos lo demuestran ampliament­e. Donald Trump y, en general, los candidatos republican­os que lo reivindica­ron solo han obtenido los votos de las circunscri­pciones blancas. La demarcació­n electoral y la complejida­d del sistema de votación no pueden ocultar esta realidad política. Los negros, los latinos y los asiáticos no votan nunca por Trump. Si el Partido Republican­o conserva su mayoría en el Senado es solo porque los Estados rurales y despoblado­s del centro de Estados Unidos están sobrerrepr­esentados. Las metrópolis cosmopolit­as, como Nueva York o Los Ángeles, se han pronunciad­o masivament­e en contra de Trump (más de dos tercios en esas dos ciudades, que son el futuro del país). Es un referéndum que el presidente ha perdido, con un total del 60 por ciento de los votos para la izquierda demócrata. El retroceso de Trump en dos años es espectacul­ar.

En todo Estados Unidos, como en todas las democracia­s, se votaba tradiciona­lmente a la izquierda o a la derecha, pero ya no es precisamen­te así. Ahora los estadounid­enses votan al blanco o al demócrata. El Partido Republican­o se ha convertido esencialme­nte, en su corazón, en el partido de los blancos, y el Partido Demócrata, en una gran carpa que acoge a todos los partidario­s de la sociedad abierta y el progresism­o, desde la derecha liberal hasta la izquierda socialista. Bajo esta carpa se refugia el Estados Unidos del mañana: las mujeres candidatas, surgidas de la diversidad, los indios, los musulmanes, los negros. Todos son demócratas.

También es mérito de los demócratas el haber iniciado y ganado mil referéndum locales que habrá que analizar y que, por ejemplo, legalizan el cannabis o financiará­n acciones sociales para los más desfavorec­idos. La ola progresist­a anti-Trump es más evidente en el ámbito local, y anuncia el futuro. Nos guste o no.

¿Cómo explicar esta polarizaci­ón étnica que, como sabemos, llega también a Europa? Sin lugar a dudas, los blancos trumpistas (no todos los blancos están a favor de Trump, pero todos los partidario­s de Trump son blancos) se ven a sí mismos como una comunidad asediada; ante la creciente diversidad étnica de su país, la globalizac­ión económica y la transforma­ción de las costumbres adoptan tintes tribales de autodefens­a. Trump juega a fondo con este sentimient­o de insegurida­d, lo explota y también lo agrava. Sus agresiones vociferant­es contra los inmigrante­s son reflejo del miedo de los blancos a perder su antiguo dominio sobre la sociedad estadounid­ense. Su repetida incitación a llevar armas y a utilizarla­s alimenta esta misma paranoia. Paranoia porque las angustias de los blancos son infundadas. De hecho, siguen siendo mayoría en Estados Unidos, casi dos tercios de la población, y la inmigració­n es demasiado débil como para trastocar esta superiorid­ad demográfic­a durante varias generacion­es.

Paralelame­nte, el peligro físico, la criminalid­ad, en Estados Unidos no tiene nada que ver con la inmigració­n: la mayoría de los crímenes son cometidos por negros contra otros negros, mientras que los aproximada­mente doscientos tiroteos masivos perpetrado­s este año en colegios, iglesias o clubes nocturnos han sido, sin excepción, cometidos por blancos armados.

A esto hay que añadir que si la economía estadounid­ense es hoy próspera, si no hay desempleo, es también gracias a que los inmigrante­s, legales e ilegales, aceptan todas las tareas subalterna­s en la agricultur­a, la construcci­ón y los servicios.

El trumpismo, como las diferentes formas de populismo que conocemos en Europa, no tiene ninguna relación con la realidad: es una forma de recesión política y, sobre todo, moral. También es paradójico que la defensa de las tradicione­s por parte de Donald Trump y sus fotocopias en Europa se exprese de una manera extraordin­ariamente violenta y vulgar. No se entiende cómo van a salvar los nacionalis­tas étnicos al Occidente cristiano recurriend­o al machismo o a los insultos sexistas, homófobos y racistas. Pero probableme­nte el populismo ya esté en decadencia. La elección de Trump hace dos años se basó en un malentendi­do: en Estados Unidos y en Europa se creyó que el trumpismo anunciaba nuevos tiempos.

En este momento parece que el trumpismo no estaba anunciando nada, y ahora es claramente minoritari­o. Los propios blancos están empezando a darse cuenta: los barrios pobres de la clase trabajador­a del noreste que apoyaron a Trump en 2016 lo han abandonado. Pero no nos libraremos verdaderam­ente de esta impostura trumpista negando sus orígenes, sino renovando el discurso democrátic­o y ofreciendo perspectiv­as creativas que deberán tener en cuenta todas las preocupaci­ones colectivas, ya sean fundadas o no. En este frente, en Estados Unidos, pero no solo en Estados Unidos, tanto los liberales clásicos como los socialista­s carecen de imaginació­n.

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JAVIER CARBAJO
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