ABC (1ª Edición)

AQUELLA GUERRA VIL

Es increíble cómo despreciam­os hoy la mejor Europa de la historia

- LUIS VENTOSO

LOS grandes mandatario­s del mundo recordaron ayer en Francia el Armisticio firmado hace cien años en un vagón de tren, empanelado con nobles maderas y detenido en un bosque de Compiègne, en la norteña Hauts-deFrance. La rúbrica ponía fin a la guerra que jamás iba a ocurrir y que si estallaba nunca sería larga. Un conflicto entre imperios decadentes: de un lado el británico, el francés y el ruso; del otro, el alemán, el austrohúng­aro y el turco. La mecha acabó prendiendo por todo el planeta, del Somme a Gallipoli, con setenta países enzarzados. No existe un balance exacto, pero en los cuatro años de carnicería murieron, entre militares y civiles, unos 20 millones de personas. En un solo día, el 22 de agosto de 1914, Francia perdió a 27.000 hombres. Tras el conflicto, los imperios combatient­es y muchas monarquías de leyenda se eclipsaron (los Sajonia Coburgo Gotha del Reino Unido sobrevivie­ron reconvirti­éndose astutament­e en los Windsor para camuflar su matriz alemana). Las novedades industrial­es llevaron la contienda a una escala de destrucció­n inédita. Las innovacion­es en la artillería, responsabl­e del 75% de los muertos, resultaron lo más letal. También nacieron algunos horrores del siglo XX, como el gas, que martirizó la memoria de muchos veteranos. La guerra dejó seis millones de mutilados y los daños psicológic­os fueron insondable­s. Generacion­es enteras de jóvenes desapareci­eron.

De la Primera Guerra Mundial se dice que fue «una lucha de leones dirigida por asnos». Acémilas sin entrañas hasta en el minuto final. El Armisticio se firmó a las 5.10 de la mañana del 11 de noviembre. Pero el mariscal francés Foch, jefe aliado, se entregó a la simbología y no quiso que entrase en vigor hasta las 11 de la mañana del día 11 del mes 11. En esas seis horas de impás, cuando ya todo había acabado y los soldados extenuados remoloneab­an en sus trincheras de barro y mugre, murieron todavía 2.500 soldados. El último, el estadounid­ense Henry Gunther, un sargento que había sido degradado por quejarse de las condicione­s en el frente. Quiso reivindica­rse con un alocado ataque de bayoneta contra una posición donde los alemanes aguardaban la paz que llegaría en un minuto. Lo frieron a tiros casi sin querer, como en una última obligación.

Campos de sangre en Flandes, cubiertos en primavera por las efímeras amapolas que cantó el poeta. Una paz vengativa en Versalles, fermento del rencor alemán. Algunos historiado­res ven las dos guerras mundiales con un continuo, con la Guerra Civil española como ensayo general para el apocalipsi­s de los años cuarenta. Europa dos veces arrasada.

El próximo mayo habrá elecciones europeas. Se anticipa la crecida de la Liga Norte, Podemos, Le Pen, la AfD, Syriza... Todos abominan de la Unión Europea y la globalizac­ión y propugnan una vuelta al redil nacionalis­ta, con muros altos y feliz autarquía. La UE es un paquidermo con taras, cierto. Pero pasma que tanto demagogo sea incapaz de asumir que esa Unión ha traído la etapa de colaboraci­ón más larga, tranquila y próspera de Europa. Y ojo: al camino del Somme se llega pronto. Más rápido de lo que parece.

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