ABC (1ª Edición)

DERRUMBE INSTITUCIO­NAL

EL ÁNGULO OSCURO Una prueba ha sido la actuación de nuestros tres poderes con el impuesto sobre las hipotecas

- JUAN MANUEL DE PRADA

AFIRMABA José María Pemán, con su finura y gracia incomparab­les, que la separación de poderes no fue otra cosa sino un arreglito o componenda que hizo el buen sentido inglés para solucionar la revolución que decapitó al Rey Carlos I y evitar que los poderes se pelearan, dándole un poco al Rey, otro poco al Parlamento y otro poco a los jueces. El invento –proseguía Pemán– no tiene más enjundia que el arbitrio expeditivo del guardia urbano que separa a unos borrachos que se están zurrando a la puerta de un burdel. Pero en España a los poderes no basta con separarlos; más bien habría que divorciarl­os y ponerles orden de alejamient­o, para evitar que se despedacen entre sí. Son la prueba evidente de un clamoroso derrumbe institucio­nal que nos confirma aquella perspicaz afirmación de Bertrand de Jouvenel sobre las dos dinámicas propias del poder del Estado: o se acrecienta hipertrófi­camente, hasta absorber en su seno todos los poderes sociales, envilecién­dolos; o bien se desintegra a causa del parasitism­o de quienes lo ejercen, utilizándo­lo al servicio de sus particular­es intereses.

Una prueba de este derrumbe institucio­nal nos la ha brindado la actuación de nuestros tres poderes en el lío del impuesto sobre las hipotecas. Primeramen­te el poder legislativ­o redactó una norma asquerosam­ente ambigua que permitía las más pintoresca­s y arbitraria­s interpreta­ciones. Pero la ambigüedad delirante de la norma era, en realidad, el floreo de un rufián que quieren distraer con cuestiones leguleyas la iniquidad constituti­va de un impuesto confiscato­rio con el que paga las parrandas de sus putitas, las señoras autonosuya­s, que son unas tragonas insaciable­s. Pues lo que el poder judicial tendría que haber decretado es que este impuesto es una exacción inicua, en lugar de ponerse a descifrar el floreo del rufián.

Pero en épocas de derrumbe institucio­nal hasta el poder judicial está infestado de pintureros que se saltan a la torera la función primordial de un tribunal de casación (que no es otra sino casar sentencias) y se dedican a evacuar sentencias contradict­orias, entrando al trapo en el juego de ambigüedad­es urdido por el rufián del poder legislativ­o. Claro que la sentencia populista que desató el lío no habría sido jamás evacuada si al frente del tribunal no hubiera unos baldragas que, en lugar de vigilar las maniobras de sus subalterno­s, se las dejen meter dobladas y luego pretenden absurdamen­te recoger la leche derramada, para mayor desdoro del Tribunal, mientras las masas que primero han sido halagadas y después dejadas a dos velas se encrespan.

Y entonces aparece como una hiena que olisquea la carroña el doctor Sánchez, posando de Robin Hood ante la galería (pero todos sabemos de siete sobras que es el sheriff de Notthingam), y aliña un decreto demagógico para volver a halagar a las masas, a las que hace creer que el impuesto lo pagarán los bancos (como si los bancos no fuesen a repercutir el gasto sobre los prestatari­os); consiguien­do, además, que las masas crédulas y fácilmente manipulabl­es olviden que son el Estado y sus putitas tragonas los causantes de su desgracia. Y de paso, en el colmo de la carroñería, el doctor Sánchez desacredit­a a los baldragas del poder judicial, en vísperas del juicio al independen­tismo catalán.

Así, en manos de rufianes, baldragas y carroñeros que se pelean como borrachos a la puerta de un burdel, se derrumban las institucio­nes y el Estado se desintegra. Y entonces resuena, feroz como una maldición bíblica, aquella frase profética de Donoso Cortés: «El principio electivo es de suyo cosa tan corruptora que todas las sociedades civiles, así antiguas como modernas, en que ha prevalecid­o han muerto gangrenada­s».

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