ABC (1ª Edición)

POTENCIA ECUESTRE

El concejal que ha retirado la estatua de Colón en Los Ángeles dice lo mismo que «Historia latinoamer­icana para idiotas»

- ROSA BELMONTE

LA reina Cristina de Suecia era feísima. Si nos fiamos del retrato de Sebastien Bourdon en el Museo de Bellas Artes de Béziers, tenía una nariz gigante y unos ojos como bolas de billar. No se parecía a Greta Garbo, quien nos viene a la cabeza a la hora de pensar en «la reina enigmática», como la llama Verena von der Heyden-Rynsch en su biografía (ponte apellido). Colette también era fea, pero no tanto como la reina sueca. Desde luego, Keira Knightely es guapa, y la escritora francesa, no. Quizá sea apropiació­n cultural. Si resulta que en «Jungle Cruise», de Disney, Jack Whitehall no puede hacer de un gay con mucha pluma o, en «La casa de las flores», Paco León no puede hacer de transexual, supongo que poner a una actriz guapa para interpreta­r a una fea también lo es. Cualquier día no podremos cantar «Asturias patria querida» borrachos. Vale, ¿quién lo hace? En todo caso, «Espineeete, el amigo de los niños», como en «Makinavaja». De momento, las actrices feas no se han quejado. El cine es mentira, como casi todo.

«Nada de lo que existe se resiste a morir, pero la mentira es lo que con más bravura se defiende de la muerte» (Galdós). Las mentiras a veces se reactivan. Nadie va a decir que en la conquista de América no hubiera atrocidade­s, como en todas las conquistas, como en la actividad de cualquier ejército en guerra, como en cualquier victoria con pisoteo de vencedores. La estatua de Colón retirada el fin de semana pasado en Los Ángeles es el penúltimo episodio de «un acto de justicia reparadora» para los «habitantes originales». Echando la culpa de la desaparici­ón nativa de EE.UU. al descubrimi­ento de América por los españoles. Ya dice Elvira Roca que este resurgimie­nto de la leyenda negra no es inocente. Lo mismo que dice el concejal Mitch O’Farrell, promotor de la iniciativa (hay que «eliminar la falsa narrativa de que Cristóbal Colón descubrió América. Aquí ya vivían nativos americanos») es lo que cuenta John Leguizamo en «Latin American History for Morons», que fue un espectácul­o en Broadway y ahora se puede ver en Netflix. O sea, «Historia latinoamer­icana para idiotas». Dice cosas como que Colón era el Donald Trump del Nuevo Mundo. Y, eso, pretendien­do ser ofensivo, es lo más suave. Que no es que yo me vaya a molestar si llaman violadores a los españoles. Por lo menos teníamos sarampión y sífilis en el siglo XV, no sarna en el XXI. Como uno de sus referentes intelectua­les es Eduardo Galeano, Leguizamo dice que la única superiorid­ad de los europeos frente a los nativos era la de los gérmenes. Pero nada más hay que ver a Chabelita por un lado, y el número de nativos norteameri­canos en la actualidad, por otro. Imita Leguizamo al «rey Felipe de España» bailando mientras canta «robar, violar, saquear». Moctezuma tampoco sale bien parado. Era un imperio, ¿qué quieren?

Una es muy de imperios. De Imperio Argentina y de Pastora Imperio. También de «El imperio comanche» (Península), de Pekka Hämäläinen. Estoy fascinada con el libraco. Con ese imperio que según los manuales de historia no existió y que se reinventó a costa del español, comprando y robando caballos en Nuevo México. «Se convirtier­on en los señores de las llanuras meridional­es, unos jinetes feroces y belicosos que frenaron las incursione­s euroameric­anas en el suroeste del actual EE.UU. hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX». Una potencia ecuestre formidable. Santi Abascal ya va a caballo por Andalucía. Como los comanches. Como Curro Jiménez. ¿Vas a comparar eso con irse al McDonalds? Con esa apropiació­n cultural.

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