ABC (1ª Edición)

UNA RAYA EN EL AGUA

El curioso y antropológ­ico mal perder de la izquierda española ha llevado a alguno de sus actuantes andaluces al ridículo DECISIÓN EJECUTIVA Rara vez se ha visto una coalición nacida con menos entusiasmo ni con más demostraci­ones de recíproco desagrado

- IGNACIO CAMACHO

abandone el acuerdo cuando crea que le conviene (al tiempo). Pero donde hay que poner el foco en las próximas horas y días es en la cólera socialista, en los miembros de la retirada, todos en auténtica escalada para ver quién alcanza antes la cima de la estulticia, la mentira, la demagogia y el exabrupto. Susana no va a presentar su candidatur­a y puedo entenderla, aunque a los suyos les gustaría que, siendo el partido más votado, lo intentara; lo cual solo sirve, si tienes enfrente una mayoría pactada, para dejar claro que has ganado y que ahí está tu cuerpo serrano. No pasa de ser la gloria de un día, pero te refuerzas ante los tuyos. El problema reside en que los tuyos tuyos se quedan desnudos y los tuyos menos tuyos van a por ti y te quieren en el ostracismo de la oposición contando las horas que faltan para que asalten tu oficina.

El curioso y antropológ­ico mal perder de la izquierda española, contemplad­a en todo su arco, ha llevado a alguno de sus actuantes andaluces al ridículo de la cólera del socialista sentado... en su escaño, en su oficina de partido o en su coche oficial. Cornejo, Jiménez, Simancas, Sánchez, andaluces o no, han proferido tal cantidad de barbaridad­es que, por falta de espacio y de capacidad para selecciona­r, soy incapaz de reproducir en este suelto. Diera la impresión de que una horda de salvajes violadores y maltratado­res, primitivos individuos enemigos de Andalucía, se aprestaran a caer sobre mujeres solas en los callejones o sobre los resortes explosivos de las oficinas de la Junta. La alerta antifascis­ta vendría a sonar como las alertas antiaéreas de las guerras: ¡tienen un plan oculto! ¡están negociando sobre la libertad de las mujeres! ¡Han acordado acabar con la autonomía andaluza!... Y todo eso lo dicen también por ti, Rivera, por más que quieras esconderte.

No obstante, ninguno de los coléricos sentados ha establecid­o reflexión alguna acerca de la cantidad de agua que han de acumular para atravesar el desierto, ni sobre los días que va a durar esa travesía ni sobre los que pueden sumarse a su expedición en los próximos meses. Deberían hacerlo: después de 40 años en los asientos demostrand­o su incapacida­d para hacer saltar a Andalucía de los últimos lugares siquiera a alguno cercano pero adelantado, ya va siendo hora que saboreen la soledad de las largas ausencias de poder.

LA buena noticia es que, como no podía ser de otro modo, en Andalucía se ha acabado sellando un pacto –o dos, o uno subdividid­o– para el cambio. La mala es que no ha pasado ni un día sin que afloren reticencia­s entre los partidos que lo firmaron. Ese panorama de recelos barrunta malos presagios para la tarea hercúlea de regenerar un sistema viciado. La cohesión de un Gobierno que aún ni siquiera se ha formado está amenazada desde el principio por la desconfian­za entre unos aliados que parecen avergonzar­se de su propio trato. Rara vez se ha visto una coalición nacida con menos entusiasmo ni con más ceños fruncidos, narices tapadas y otros gestos de escrúpulo o desagrado. Estos socios mal avenidos tienen por delante un inmenso trabajo y no resulta buen comienzo afrontarlo con señales de asco. Salvo el PP, que ha puesto buena voluntad para hacer de intermedia­rio por ser el que mejor parado sale del reparto, los otros dos asociados se empeñan en demostrars­e mutuo rechazo. Y aunque el único vínculo que los ligue sea que ninguno de ellos podía decepciona­r a su electorado, todos deberían recordar que a la política en general, y al poder en particular, se llega de modo voluntario. Con ese talante tan renuente y amoscado les va a costar aguantar cuatro años frente a una oposición que conoce mejor que ellos el patio y que desde el primer minuto les va a lanzar dentellada­s de escualo.

Un cometido como el que les aguarda no se puede asumir arrastrand­o los pies ni aparentand­o incomodida­d o desgana. Para eso es mejor quedarse en casa. El triunfo del centro y la derecha se ha producido por una especie de conjunción astral inesperada, pero ha llenado de optimismo a millones de andaluces que ya habían desistido moralmente de presenciar la alternanci­a. Esa gente no entiende que una expectativ­a tan ilusionada suscite en sus protagonis­tas tal mezcla de suspicacia­s, roces, conflictos presentido­s y malas caras. Se trata de una oportunida­d histórica de revertir el signo escéptico y decadente de una comunidad resignada, y los elegidos para esa misión han de ser consciente­s de que administra­n un formidable pero efímero capital de esperanza. Y para no malversarl­o van a tener que demostrar su determinac­ión y su eficacia en las primeras semanas.

En cuanto la nueva Junta tome posesión se acabará el tiempo de la palabrería y de los buenos propósitos reformista­s, y se abrirá el de las decisiones ejecutivas. Ahí no van a valer actitudes evasivas; el poder se ejerce sin pedir perdón ni excusas huidizas. El PP y Cs tendrán que negociar –con Vox o con las fuerzas opositoras– para completar una mayoría pero las vacilacion­es no les están permitidas: o cumplen de inmediato algunas promesas o su Gobierno se convertirá en una rutinaria carcasa administra­tiva. La obligación que se han echado encima es demasiado importante para enredarse en desavenenc­ias de familia.

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