ABC (1ª Edición)

Los líderes políticos españoles están hoy tan enfrentado­s como cuando Emile Zola escribió su famoso artículo

UNA FRASE DE BARRÈS

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LEYENDO los diarios de André Gide, me encuentro una cita que el autor atribuye a Maurice Barrès que me hace reflexiona­r: «Lo más terrible, lo más cruel, es tener que votar siempre con el propio partido». Barrès, que murió en 1923, era nacionalis­ta y conservado­r, pero su lucidez intelectua­l le llevaba a ser muy crítico con los usos políticos dominantes en la Francia de la Tercera República.

El escritor, diputado, académico y novelista francés estaba enamorado de España y fue autor de una obra titulada El Greco o el secreto de Toledo. Viajaba con frecuencia a nuestro país, donde tenía muchos amigos como el pintor Ignacio Zuloaga, que le retrató vestido de negro y con un libro en la mano, en actitud contemplat­iva con Toledo al fondo. El cuadro se puede ver hoy en el Museo de Orsay.

Barrès acabó adoptando una postura cínica, asqueado por las transaccio­nes de los partidos y el sectarismo que dominaba la vida pública. «La política no es asunto propio de filósofos ni moralistas. Es, por el contrario, el arte de sacar de una situación determinad­a el mayor beneficio posible», afirmó.

Aunque la España de nuestros días es muy distinta de la Francia de la Tercera República, nacida del desastre de Sedan, hay un clima semejante de intoleranc­ia y oportunism­o entre los partidos que recuerda a aquel periodo histórico.

Los líderes políticos españoles están hoy tan divididos y enfrentado­s como cuando en 1898 Emile Zola escribió su famoso artículo Yo acuso, denunciand­o la manipulaci­ón de las pruebas en el caso Dreyfus y la injusta condena del oficial. Fue entonces cuando se desató un violento antisemiti­smo que le llevó al propio Barrès a culpabiliz­ar al capitán Alfred Dreyfus con el argumento de que era de raza judía, negándose a reconocer las artimañas de la cúpula de Ejército.

Barrès acabó actuando con el mismo sectarismo que repudiaba y optó por anteponer unas ideas preconcebi­das a la verdad, una mancha que todavía le persigue y que opaca su trayectori­a intelectua­l, mientras que Zola ha pasado a la historia por su incómodo alegato en defensa de Dreyfus.

Lo que me pregunto es por qué un político tan consistent­e y perspicaz como Barrès fue capaz de negar unos hechos evidentes y de caer en un antisemiti­smo radical que le cegaba para analizar la realidad. Carezco de respuesta, pero observo que hay muchos líderes en nuestro país, a uno y otro lado del espectro ideológico, que se dejan llevar por el fanatismo.

Los sentimient­os y las pasiones sólo conducen al error en la política. Manca finezza, como observaba Andreotti, y sobra trazo grueso. Los insultos y las descalific­aciones han desplazado a los razonamien­tos mientras un aroma de guerracivi­lismo impregna los debates.

Si he sacado a colación a Barrés es porque no se me ha ocurrido otro ejemplo mejor de cómo personas inteligent­es y sensibles, con sólidos valores, pueden dejarse arrastrar por los prejuicios hasta rozar la estulticia.

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