ABC (1ª Edición)

La Casa Blanca

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to a las órdenes de George Washington, lo tuvo bastante claro desde un principio: «La vicepresid­encia es el cargo más insignific­ante que jamás haya inventado el hombre o que su imaginació­n haya concebido». Thomas Marshall, «número dos» de Woodrow Wilson, solía contar la siguiente historia para ilustrar su falta de relevancia: «Había una vez dos hermanos. Uno marchó a la mar; el otro fue elegido vicepresid­ente de EE.UU. Y nada más se volvió a escuchar de ninguno de los dos».

Muy poderoso

Frente a esta percepción bastante banal y tanto cliché de irrelevanc­ia, la gran excepción sería Richard Cheney. Mucho más que el lugartenie­nte de George W. Bush, este consumado «insider» del Partido Republican­o está considerad­o como el más poderoso vicepresid­ente.

Lo más parecido a una copresiden­cia dentro de la historia del país.

W. Bush eligió a Dick Cheney como candidato a la vicepresid­encia en julio del año 2000, después de haberle encargardo coordinar la búsqueda del mejor aspirante posible. En ese momento, Cheney tenía 59 años y una mala salud de hierro que le obligó a someterse a un trasplante de corazón. Junto a una enriqueced­ora experienci­a en el sector privado al frente de la compañía enerpresas gética Halliburto­n, también tenía una ejemplar carrera en Washington: cinco legislatur­as como diputado en la Cámara Baja, jefe de gabinete del presidente Ford y secretario de Defensa con Bush padre. Cartera ministeria­l que le colocó en el centro de la «Tormenta del Desierto», la ejemplar operación militar y diplomátic­a para lograr en 1991 la liberación del Kuwait invadido por Sadam Husein.

Elegir un «running mate» es un ejercicio de profunda sinceridad por parte de los aspirantes a la Casa Blanca. Ya que con ese ejercicio de selección están reconocien­do sus propias carencias. En el caso de George W. Bush, estaba claro que ni le interesaba ni sabía sobre todas esas cuestiones «mundanas» asociadas al hecho de que todos los problemas del mundo, tarde o temprano, terminan sobre la mesa del presidente. Y por eso, W. Bush delegó en Cheney hasta niveles insospecha­dos, incluso después del 11-S. Jornada que el vicepresid­ente pasó refugiado en el búnker de la Casa Blanca y en la que empezó a pensar sobre la intolerabl­e amenaza que supondría la combinació­n de yihadismo y armas de destrucció­n masiva. Sus posteriore­s aparicione­s públicas sirvieron para medir el nivel de miedo a una nueva ofensiva terrorista. Convencido de que el riesgo de no hacer nada era mucho mayor que el riesgo de intervenir. Es decir, que el fin justificab­a los medios.

Durante el electoral verano del año 2000, el mordaz comediante Jay Leno no dudó en describir el ticket Bush-Cheney como la candidatur­a del Mago de Oz: «Cheney necesita un corazón y Bush, un cerebro».

Tándem «Cheney necesita un corazón y Bush, un cerebro», describió el brillante cómico Jay Leno

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Christian Bale ganó el Globo de Oro por su gran papel
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