ABC (1ª Edición)

Terapia de grupo para hombres solos

Guillaume Canet lidera al equipo de perdedores que encuentra en la natación su vía de escape

- FERNANDO MUÑOZ OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

as comedias francesas son como los tomates de invernader­o: están en el mercado todo el año aunque cada vez tengan menos sabor. «Hay dos tipos de comedias en Francia, las de encargo que se escriben y ruedan en dos meses con malos actores y mala producción, y la buena, que ahora vive un momento muy bueno», explica la estrella francesa Gilles Lellouche, que se pasa a la dirección en «El gran baño», una comedia que estuvo en el Festival de Cannes y que es, claro, de las del rincón del gourmet.

Sin «gags» ni chistes fáciles, «El gran baño» encuentra su gracia en el repicar del drama de un grupo de cuarentone­s que sienten que su tiempo ha pasado. Soledad, depresión, decadencia... Los siete protagonis­tas solo esbozan media sonrisa cuando descubren que la natación sincroniza­da puede ser una buena terapia. Porque ahí, explica el director, está el fondo de las aguas turbulenta­s de estas vidas vacías. «No hay tanto trasfondo de drama como de melancolía. Estos hombres han perdido la posibilida­d de tener lo que vende la publicidad: un cochazo, una moto, ser atractivos, seducir a jóvenes... Una clase media de hombres que no son ni malos ni excepciona­les», desgrana el cineasta.

Gilles Lellouche rechaza pensar que su película sea un retrato generacion­al.

LMás bien, apunta, es el reflejo de una sociedad cada vez más individual­ista. «Siento que en las calles hay una tristeza como difusa. Hemos olvidado lo que significa la palabra “colectivo”... Vivimos en grandes países, somos clase media, no nos falta casi nada... Y cada vez estamos más solos y tristes», apunta Lellouche, que defiende que por ese motivo puso a sus protagonis­tas a hacer natación sincroniza­da.

«La dictadura del chiste»

El catálogo de personajes que lideran los carismátic­os Guillaume Canet y Mathieu Amalric va desde el jefe triunfador con una vida personal vacía al hombre querido en casa pero con una tristeza perenne. Otros mantienen sus sueños de adolescenc­ia y alguno ni siquiera ha dado el paso a la edad adulta. Y de ese patetismo saca el humor el guionista Ahmed Hamidi, popular cómico francés, que acompaña al director en su entrevista con ABC y que asegura que ha querido huir de la «dictadura del chiste». «Hasta el hombre del tiempo hace un chiste al dar la predicción. Nosotros apelamos al contraste, a reírnos del drama porque ahí está lo gozoso». Dirección: Gilles Lellouche. Intérprete­s: Guillaume Canet, Mathieu Amalric, Virginie Efira... o hay ningún argumento que se haya hecho película que no lleve dentro un mensaje de superación: ni los héroes, ni los villanos, ni el tipo corriente, galán, pistolero o funcionari­o que no entre a una pantalla con la idea de superarse. Y a pesar de ello, hay películas, dramas o comedias, cuya existencia solo tiene sentido si se escucha ese recado, y esta francesa es una de ellas. Un grupo de hombres ya entrado en años y en devastació­n física, prácticame­nte inservible­s socialment­e, patéticos en su vida matrimonia­l o de pareja, auténticos perdedores y, por lo tanto, atractivos para una «hazaña» cinematogr­áfica: formar un equipo de natación sincroniza­da, un deporte tan tradiciona­lmente masculino

Ncomo el encaje de bolillos. Y esa distorsión con lo socialment­e extravagan­te acerca a la historia de Gilles Lellouche a los alrededore­s de aquel «Full Monty» de Peter Cattaneo.

El tono general del relato es el de la comedia mezclada con el amargor vital de sus personajes, tan dotados para la sincronía en el agua como para las sensatez fuera de ella, aunque el director no escarba en la sustancia de sus personajes más que lo necesario para que quede un relleno de, digamos, crema pastelera: no deberían ser convencion­ales, pero lo son, y responden a clichés de corto recorrido.

Afortunada­mente, el equipo de actores está muy por encima de sus personajes, y Mathieu Amalric, insoportab­le siempre, consigue hacer del suyo algo comprensib­le y cercano; o Guillaume Canet, con la gracia en la matrícula, que le saca algo de punta al suyo; y mejor aún Jean-Hugues Anglade, que le inocula sentimient­o a su papel de padre y rockero ridículo. Hay superación, hay cierta conexión con el de la butaca de enfrente, hay catarsis y también hay ralladura de limón en los personajes femeninos, especialme­nte en la entrenador­a borde que interpreta Leila Bekhti. No es ni para partirse de risa, ni para partirse el alma, ni para tirarse a una piscina en sincronía con nadie, pero consuela verla.

«Cada vez estamos más solos y tristes pese a tenerlo casi todo»

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