Sus propietarios intentan hacer caja con una leyenda neoyorquina de difícil encaje en los gustos de los oficinistas modernos
El edificio Chrysler es para muchos neoyorquinos su «niño bonito» en la silueta que recortan los rascacielos sobre el cielo de la Gran Manzana. Desde la orilla de Brooklyn, desde las calles del Lower East Side que miran hacia el Norte o desde cualquier otra gran torre de la ciudad, la cúpula luminosa del Chrysler es un faro del que es imposible abstraerse. La cúpula apuntada, con enormes ventanas triangulares sobre arcos de acero superpuestos, escupe una imagen cautivadora y única, distinguible de los remates cuadrados y racionales de buena parte de los rascacielos neoyorquinos.
El Chrysler fue un icono inmediato cuando se construyó en 1930 y lo sigue siendo hoy. En esa etiqueta tienen puestas sus esperanzas los propietarios del edificio para hacer caja: el rascacielos está a la venta.
Estructura emblemática
Los dueños de una de las grandes joyas «Art Deco» de Nueva York son Mubadala, un fondo de inversión de Abu Dhabi, y el gigante inmobiliario Tishman Speyer. Las razones para la venta no han sido desveladas. El mercado inmobiliario de oficinas de Nueva York se contrajo en 2017, pero el año pasado recobró brío. Quizá los propietarios quieran sacar tajada antes de que las tendencias corporativas se acentúen cada vez más: las empresas favorecen oficinas amplias, con ventanales desde el suelo hasta el techo, con espacios exteriores y zonas comunes como gimnasios y restaurantes. El Chrysler no tiene nada de eso. Sí esconde, sin embargo, Fachada del emblemático edificio, que comenzó a construirse en 1928 vestíbulos monumentales, con moldeados dorados y diseños geométricos, ascensores grandiosos y cornisas rematadas con águila de acero. Un capricho que pondría en manos del comprador una de las estructuras más emblemáticas de la ciudad, que se erigió como el edificio más alto del mundo. El honor duró algo menos de un año, cuando a pocas manzanas de su planta se erigió el Empire State. El Chrysler es hoy el sexto rascacielos más alto de la ciudad y este año perderá otro lugar, con una nueva incorporación en la orilla Oeste de Manhattan.
El precio tampoco se ha desvelado. Los analistas no creen que Mubadala logre recuperar los 800 millones de dólares que invirtió en el Chrslyer en 2008, cuando se hizo con un 90% de su propiedad. El edificio arrastra problemas que podrían dificultar la búsqueda de comprador: los gastos de mantenimiento de un edificio histórico, en el que arreglar un desperfecto puede convertirse en una odisea, se han disparado en los últimos años. También lo han hecho el alquiler del terreno en el que se levanta, que no es propiedad de los vendedores. Se lo alquila la universidad Cooper Union y el arrendamiento estipulado pasó de 7,75 millones en 2017 a 32,5 millones el año pasado. En 2028, se irá a los 41 millones.
Son problemas similares a los que se ha enfrentado el Empire State, que hasta hace poco era un nido de oficinas apolilladas, entre pasillos estrechos y la avalancha diaria de turistas. Su propiedad reformó el edificio, creó espacios comunes para los oficinistas y ha atraído a compañías tecnológicas como LinkedIn o Expedia. Algo similar deberá conseguir el Chrysler si su futuro dueño no quiere que su luz se apague.