No podemos dejarles solos
Más aislado que nunca, pero tozudamente enrocado en su fantasía bolivariana, Nicolás Maduro ha iniciado un nuevo mandato presidencial de espaldas a la inmensa tragedia que aflige a su país. Cuanto más profundo es el abismo al que se asoma Venezuela, el régimen se vuelve más sordo y más ciego, con un discurso brutalmente separado de la realidad cotidiana.
Los obispos, aun a riesgo de ser vituperados y golpeados, no han dudado en calificar esta nueva presidencia como «ilegítima». Lo es desde una perspectiva jurídica, tras ser amordazada la Asamblea Nacional y ser convocadas unas elecciones a la medida de Maduro, con la oposición sometida a persecución y sin garantías de ningún tipo. Pero también es «moralmente inaceptable», porque representa un gobierno que ha hundido en la miseria a un país potencialmente rico, porque ha hecho de la mentira su rasgo de identidad y porque ha respondido con una represión atroz a las protestas legítimas de la sociedad, provocando un exilio de proporciones inimaginables.
En muchas ciudades del mundo, también en Madrid, grupos de venezolanos han levantado su voz para denunciar el fraude de esta nueva presidencia y para reclamar una posición activa de la comunidad internacional frente a la dictadura. El riesgo de una cubanización definitiva de Venezuela es completamente real si el régimen no siente una presión internacional eficaz y permanente. En este sentido es llamativa e irritante la forma melindrosa con que el Gobierno de Sánchez se manifiesta al respecto, siguiendo la estela de un Zapatero descalificado por su equidistancia.
Pese a todo, el mejor recurso para afrontar este drama es la entereza y la fibra moral de muchos venezolanos que no han sucumbido ni al escepticismo ni al rencor, que siguen tejiendo redes comunitarias, educando y generando empresas, sin ceder a la devastación que propaga el chavismo. No podemos dejarles solos.