EL ÁNGULO OSCURO
del caballo, renunciado a la Reconquista y conformado con las cuatro migajas que los peperos les habían arrojado. ¡El algodón no engaña!
Este batacazo de Vox será justificado por sus adeptos como una muestra de inexperiencia. A mí, honestamente, más bien me parece el suflé típico del pichabravismo, consistente en alardear y bravuconear mucho en los preliminares para, finalmente, una vez metidos en harina, rematar con un gatillazo. Mucho más honesto hubiese sido que, desde el principio, Vox hubiese aclarado que permitiría con su voto formar gobierno a la amalgama de «derechita cobarde» y «veleta naranja» que tanto ha denostado, para empezar a denunciar sus apaños desde el primer día en que tomasen posesión de sus poltronas. Pero, ya que exigió negociar condiciones para conceder su voto a ese gobierno de la «derechita corbarde» y de la «veleta naranja», Vox tendría que haber defendido con inteligencia sus exigencias (con la misma inteligencia que los nacionalistas vascos, por ejemplo, emplean para defender sus intereses), sabiendo que la llave de la gobernabilidad era suya. Pero, después de retratarse como unos fanfarrones, en Vox entregaron la primogenitura por un plato de lentejas que, además, no van a comerse; lo que, en verdad, es el papel más chusco que uno imaginarse pueda.
Tras enviarme los tuits mohínos de los seguidores de Vox, mi amigo me llamó exultante (tanto o más que los gurús de la «derechita cobarde»), para decirme:
–Hoy es un día histórico para la democracia. Vox ha desempeñado maravillosamente la función de «control de daños» que el sistema le ha asignado, actuando como coche escoba encargado de recoger a los rezagados de la derechita enfurruñada y de conducirlos hacia la casa común del centro derecha. Y ha rematado esta magnífica labor abrazando al fin el consenso, comprendiendo que para participar del juego democrático hay que hacer concesiones en los principios. ¡Y todo esto a cambio de nada! Ni siquiera Podemos se había mostrado tan dúctil y solícito. A Podemos, desde hace mucho tiempo, se le llama Pudimos. A Vox, desde hoy, lo llamaré Voxecita.
Huelga añadir que mi amigo es casi tan malévolo y socarrón como Maroto.