A Podemos, desde hace mucho tiempo, se le llama Pudimos. A Vox, desde hoy, lo llamaré Voxecita.
VOXECITA
PARA ponderar en su justa medida el valor del pacto suscrito por los peperos y los pipiolos de Vox no hay más que reparar en la condescendencia socarrona de Maroto: –Hemos dejado el caballo y la Reconquista para el debate de café.
He aquí el más brillante y malévolo resumen de este nuevo «parto de los montes», que los medios sistémicos, «infundiendo pavor a los mortales», nos hicieron creer que alumbraría «los abortos más fatales». Pero aquellas negociaciones finalmente parieron un ratoncillo que los naranjitos se han apresurado a tildar despectivamente (y con razón) de «papel mojado»; y que los peperos justifican ante los amigos y entre burlas hirientes como la pantomima que se hace en honor de un hijo tonto, para mantenerlo engañado. A los negociadores de Vox, en fin, se les podría aplicar la célebre moraleja de Samaniego: «Hay autores que en voces misteriosas, / estilo fanfarrón y campanudo, / nos anuncian ideas portentosas; / pero suele a menudo / ser el gran parto de su pensamiento, / después de tanto ruido, sólo viento». Para comprobar que Vox, después de tanto ruido, sólo logró viento, no hay más que leer las reacciones mohínas de sus seguidores tuiteros, que un amigo me remitió a las pocas horas. Después de leer estos tuits alicaídos, hice la prueba del algodón y escuché la exultación de los gurús radiofónicos de lo que Vox llama la «derechita cobarde», encantadísimos todos de que los pipiolos se hubiesen bajado