Muchas de las ideas que impone la corrección política están fuera de las urnas, no dentro
RODEAR LAS URNAS
E LSindicato Andaluz de Trabajadores, cuyo desaliño mental es siempre palpitante, constituye uno de los anacronismos más entrañables de España. Señores con barbas de zamarro asaltando latifundios mientras alzan el puño, con camisas rasgadas de tanto engancharse en los cercados, con las axilas encharcadas y los pañuelos palestinos... (Léase aquí ahora un suspiro nostálgico). Esa reliquia ideológica rural tendría que estar protegida por el Estado, como los edificios antiguos, para garantizar su conservación. Porque el día que se pierda ese vestigio, el día que Diego Cañamero deje de convocar expropiaciones simbólicas de fincas alcachoferas y que Podemos pierda esos diputados que hablan con faltas de ortografía, el progreso habrá devastado nuestra identidad. Por eso resulta tan romántica la convocatoria que el SAT ha hecho en Andalucía para rodear el Parlamento cuando esté siendo investido el nuevo presidente de la Junta. Los viejos comunistas han convidado a los demócratas de verdad a una movilización callejera porque, atención a su argumento, que es realmente conmovedor, «se trata del primer gobierno que accede al poder con los votos de la extrema derecha desde el bienio negro de la Segunda República». Perdonen que aquí me detenga un poco, pero es que se me han saltado las lágrimas.
No me digan que no es estremecedor el planteamiento: los demócratas de pata negra denuncian que el fascismo ha entrado por las urnas y proponen acabar con él con la fuerza. A mí me resulta muy tierna esta soberbia. Me encanta la arrogancia moral de esta izquierda arqueológica que enarbola el progreso de España mientras se queda atrapada en el pasado. El costumbrismo político del SAT, que se basa en el subdesarrollo pero con sueldo público, se ha modernizado algo en las formas, pero no en el fondo. Yo creo, de hecho, que el cenit de esta cultura se alcanza cuando, en lugar de asaltar cortijos de señoritos, se entra en La Moncloa por un agujero de la alambrada. Por eso estoy especialmente sensible —préstenme un pañuelo, por favor— con la propuesta de rodear el Parlamento para amedrentar a los fachas. Porque esta medida prueba que la izquierda tiene secuestrado el discurso callejero y aparenta controlar los sentimientos mayoritarios, pero la sociedad se comporta de otra manera en privado. La tiranía de la corrección política ha cansado a la gente y, aunque todavía son muchos los que no se atreven a decir determinadas cosas en público, cada vez son más los que las dicen de puertas para dentro. La oposición a la prisión permanente revisable, la ideología de género o la inmigración, por citar los casos que últimamente más retumban, son asuntos que, como el SAT, rodean las urnas, pero cada vez tienen menos presencia dentro de ellas. En la calle simulan un poder que no tienen en las casas. Por eso hay que estar atentos a estos fósiles ideológicos tan emotivos. Porque las urnas son las fincas de la democracia. Y estos señores nunca entran llamando. Prefieren saltarse la valla.