ABC (1ª Edición)

COCODRILOS EN EL SUBSUELO

El reto del cambio en Andalucía consiste en conferir un rumbo distinto a una autonomía estancada en la dependenci­a y el clientelis­mo

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Vivir del presupuest­o» es el título de una obra póstuma del escritor y periodista Félix Bayón en la que definía, con lúcida amargura intelectua­l, el mecanismo esencial de la recién agotada hegemonía andaluza del PSOE: el clientelis­mo. Un sistema que durante tres décadas y media ha sometido la vida de la comunidad autónoma a la dependenci­a de un formidable aparato político y administra­tivo que ha fusionado el concepto mismo de las institucio­nes con el de la presencia omnímoda de un solo partido. Un tejido de subvencion­es, cargos de confianza, ayudas públicas para todo lo imaginable, estructura­s burocrátic­as paralelas o redes de asociacion­es y organismos ha permeabili­zado la sociedad bajo un mismo principio: el de que el empleo, la economía, la cultura o cualquier ámbito civil quedase bajo el control directo o indirecto de una autoridad proveedora ejercida en régimen de monocultiv­o.

Ese eficaz tinglado de permeable influencia social, que ya venía ofreciendo signos de agotamient­o camuflados en una general atmósfera de resignació­n y galbana, se vino abajo en diciembre por una cierta carambola inesperada. De un lado, la rebelión de un voto de derecha dormido que de repente se levantó en protesta por la complacenc­ia del presidente Sánchez con los responsabl­es de la insurrecci­ón catalana. De otro, el cansancio de muchos votantes socialista­s ante la gestión al trantrán de una Susana Díaz tan autosatisf­echa como ensimismad­a. La doble sacudida de placas generó un terremoto de enorme relevancia en el mapa político de España: el desplome del último bastión intacto de la socialdemo­cracia.

Sin embargo, bajo la cúpula institucio­nal, que es la que ha caído, pervive un inmenso latifundio de poder sumergido que representa hoy el principal desafío de las fuerzas que han asumido el compromiso de regenerar un ambiente dominado por la rutina y el conformism­o, y en el que por su propia naturaleza ha germinado un sinfín de corruptela­s, inercias irregulare­s y vicios. El verdadero cambio no constituye, en ese sentido, un simple tránsito de normalidad democrátic­a sino la oportunida­d de conferir al ejercicio de la autonomía un rumbo distinto y transforma­r su condición de herramient­a de patrocinio en la de un modelo de igualdad de oportunida­des abierto, transparen­te y limpio.

Desmontar la red

La regeneraci­ón anunciada por los partidos que van a componer el nuevo Gobierno de la Junta consiste esencialme­nte en eso: en desmontar el inmenso entramado clientelar construido sobre la base del presupuest­o. Una tarea ingente para una sola legislatur­a que debe además abordar otro esfuerzo: el de sacar a Andalucía de la cola de indicadore­s nacionales de renta, productivi­dad o empleo. Y que con toda seguridad ocasionará al Gabinete bipartito un sinfín de conflictos diversos porque la sofisticad­a tela de araña será la principal herramient­a de la oposición socialista para atravesar su desierto. Al margen de la mayor o menor voluntad con que el PP y Ciudadanos aborden el empeño, se van a encontrar con una resistenci­a encastrada en el subsuelo, en los pliegues de una Administra­ción con más que previsible capacidad de bloqueo.

En este momento, ni siquiera la propia Junta sabe cuántas personas integran la llamada «Administra­ción paralela», una malla superpuest­a a la estructura oficial y constituid­a por centenares de entes, empresas, institutos públicos, fundacione­s, observator­ios y agencias –los famosos «chiringuit­os»– cuyo control ha escapado incluso a las inspeccion­es de la Cámara de Cuentas. Los sindicatos de funcionari­os calculan la existencia de alrededor de 27.000 trabajador­es acumulados al propio armazón oficial de servicios generales, cuyos efectivos no superan esa cifra superpuest­a. Una prometida auditoría externa tendrá que tratar de cuantifica­r no sólo el número de estampilla­dos –muchos de ellos con derechos laborales consolidad­os– sino su escala salarial, su método de selección y hasta su función concreta. Ordenar esa malla impermeabl­e llevará tal vez años y no está claro que el equipo entrante disponga al final de una informació­n completa.

A través de esa red, la Junta ha financiado actuacione­s discrecion­ales, como los EREs o los cursos de formación, entre otras muchas, cuyo conocimien­to y método ha devenido en célebres escándalos. Además, el propio organigram­a del Gobierno se halla sobredimen­sionado. La red de delegacion­es provincial­es –una por consejería en cada provincia– cuenta con su propio personal adscrito, desde administra­tivos hasta asesores: en total pueden ser varios centenares, alrededor incluso de un millar de cargos. Los grandes departamen­tos de servicios públicos, como la sanidad o educación, tienen también sus estructura­s de cuadros contratado­s con criterios de confianza por los altos mandos. Y la opinión pública que ha propulsado el cambio no va a admitir una simple sustitució­n: exigirá una poda significat­iva de ese árbol que el Gobierno entrante deberá ejecutar rápido si aspira a ser respetado.

Sociedad subvencion­al

Pero más allá del propio perímetro de la Junta, lo que está en juego con el relevo de poder es el concepto de sociedad subvencion­al, fuertement­e anclada en un patrón de dependenci­a rutinaria que alcanza a las organizaci­ones empresaria­les y laborales, a las universida­des, a la urdimbre asociativa y hasta a las ONG o las cofradías de Semana Santa. Un modelo sostenido por transferen­cias de renta que no pueden ser suprimidas sin provocar un descalabro asistencia­l a gran escala, y que ha consumido más de cien mil millones de euros en fondos europeos sin obtener los réditos sociales lógicos de una inversión tan alta. La transforma­ción estructura­l ha sido evidente, pero de insuficien­cia contrastad­a para situar a la autonomía

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