Un nonagenario poeta, ya casi ciego, destila en estos últimos versos todo su pesimismo sobre la condición humana
los versos, que luego grababa igual que hiciese el gallego Torrente Ballester en sus recordados «Cuadernos de un vate vago». Una vez guardados, se los pasaba a su sobrino-nieto Antonio, que se encargaba de transcribirlos al ordenador. La versión «mecanoescrita» volvía de nuevo al autor de los inolvidables «Junio» o «Antiguo muchacho», que escribía sobre ella algunas pequeñas anotaciones.
El título de «Claroscuro» lo ideó el propio García Baena, que en entrevistas fue dejando algunas pistas sobre esta obra que él intuía como la última. Infante indica que es una palabra muy vinculada a la propia visión de la vida del escritor y conectada con la imaginería de dos pintores que le gustaban especialmente, como son Goya y Caravaggio, o del cine negro, que era su género fílmico predilecto. Recuerda que quiso ser artista plástico en su juventud e incluso tomó clases, lo que luego influyó en su obra, marcada por una capacidad casi inigualable para crear imágenes literarias.
Hedonismo y religiosidad
José Infante no duda en resaltar la importancia de este libro en el conjunto de la obra de García Baena. El autor, aunque limitado por su salud, logra mantener aquí las coordenadas habituales de su poética, como puedan ser su singular religiosidad, el gusto por la imaginería y la metáfora o el hedonismo tan propio de los autores del grupo cordobés Cántico, renovador de la poesía de la posguerra y muy vinculado a la Generación del 27. En cuanto a los temas, el escritor se mantiene fiel a su técnica habitual, que busca inspiración para sus versos en su propia vida, en su experiencia, sus contemplaciones o sus paseos. De ahí nace sin embargo la singularidad, según apunta Infante, pues «Claroscuro» está marcado por una especie de niebla, debida a las circunstancias personales que vivía el poeta ya casi sin vista y consciente del tránsito hacia la muerte.
El poemario se cierra además con un poema religioso, titulado «Vísperas» y que rompe la estructura cronológica seguida hasta ese momento. Los editores explican que lo que se ha intentado con ello es seguir la tradición que tenía Pablo García Baena en sus libros precedentes, en los que, hombre de gran sentido trascendente como era, solía cerrar con un poema de temática religiosa. «Vísperas –considera Infante– es un poema definitivo y entendemos que un cierre a la altura de su obra», situada entre lo más destacado que ha dado la lengua española entre la segunda mitad del siglo XX y los comienzos del siglo XXI.