EL ÁNGULO OSCURO
sobre los gobernados, que es una concupiscencia aún más peligrosa que la carnal. Al concupiscente de pasiones carnales, una vez satisfechos sus apetitos, lo invade el hastío; mientras que el concupiscente de poder, una vez satisfecho el capricho de alcanzarlo, quiere perpetuarse en él, incluso endiosarse, como hacían los emperadores romanos. Inevitablemente, el gobernante prepotente perpetra todo tipo de manejos para satisfacer su ansia de mando: oculta o simula sus fracasos, recurre a la intriga, la mentira y la venganza, se rodea de una camarilla corrupta; y, en fin, envenena la convivencia, hasta hacerla irrespirable.
Pero todos sus desmanes no son, sin embargo, tan dañinos como los del gobernante perverso, tan característico de las democracias. El gobernante perverso es una «voluntad pura» que sólo se nutre de sí misma; y en su ebriedad puede llegar hasta la voluptuosidad de destruir, pues la destrucción es el acto supremo de dominio. Al gobernante perverso le gusta destruir todo en derredor, convirtiendo al prójimo en instrumento de su ansia de dominio: es un felón que hace concesiones y pacta oscuros contubernios con los enemigos de su pueblo; es un sacamuertos que disfruta resucitando odios ancestrales; es un corruptor que obtiene un placer supremo pervirtiendo a sus gobernados. Para que su perversión pase inadvertida y se convierta en hábitat natural, envenena las fuentes educativas (para que los niños sean el día de mañana jenízaros dispuestos a defender la perversión con uñas y dientes) y envisca a sus gobernados entre sí, alentando todas las formas de demogresca posibles, incluso las que afectan a las formas de solidaridad más necesarias para la supervivencia de la sociedad, como es la solidaridad entre hombres y mujeres. Detrás del gobernante perverso anida siempre la úlcera del resentimiento, la más turbia de las pasiones humanas, que –como la adicción a las drogas– necesita de constantes satisfacciones que no hacen sino exacerbarla más. Y nada satisface más al gobernante perverso que anegar con la pasión turbia del resentimiento al pueblo que gobierna, enviscando a ricos contra pobres, a mujeres contra hombres, a andaluces contra catalanes. Pobre España, en manos de gobernantes perversos (que, para más inri, son también prepotentes e ineptos).