ABC (1ª Edición)

MADURO Y LA FIESTA CARIBEÑA

- CARMEN DE CARLOS

La autoinvest­idura de Nicolás Maduro fue algo parecido a una parodia de humor negro construida sobre la tragedia de los venezolano­s. La soledad del elegido de Hugo Chávez, en su fiesta caribeña, le sirvió de advertenci­a, real y concreta, de la comunidad internacio­nal. El presidente reconocido por los suyos –y sus contados aliados como Rusia, China o Turquía–, advirtió que, esta vez, las democracia­s de América (Nicaragua, Bolivia y México con matices, son excepción) y las del otro lado del Atlántico, van en serio y están dispuestas a cerrarle el paso dentro y fuera del continente.

La reacción de Maduro, una vez más, fue pedir «diálogo» y, ahora, solicitar ayuda a Naciones Unidas para abrir una mesa negociador­a, otra más como la que sostiene, con dos patas (la suya y la del régimen) el expresiden­te José Luis Rodríguez Zapatero, quizás, el hombre que provoque más rechazo entre los venezolano­s por detrás del responsabl­e de convertir el país en una versión, a lo grande y mafiosa, de Haití, el más pobre del continente.

El frente común iberoameri­cano, donde destacan Brasil, Argentina, Colombia, Chile, Perú, Paraguay y el Ecuador de Lenín Moreno, asume la responsabi­lidad histórica que le correspond­e y rechaza nuevas triquiñuel­as que signifique­n renovados balones de oxígeno a una dictadura que bate récords de inflación (rumbo a los diez millones, según cálculos del FMI ), acumula daños materiales infinitos (liquidó la mitad de la riqueza entre 2015 y 2018) y provocó el éxodo mayor de la historia en este lado del mundo (ONU estima en torno a los cinco millones y medio a fines de año).

La decisión del bloque regional muestra unidad y madurez. Incorporar en ese proyecto de democratiz­ación de Venezuela a Estados Unidos (en videoconfe­rencia en la reunión del Grupo de Lima) también es un gesto o demostraci­ón de que corren otros tiempo. O, dicho de otro modo, de que la idea de Sudamérica, como patio trasero de Estados Unidos, no existe más.

En lo inmediato, falta por ver si Juan Guaidó, titular de la Asamblea Nacional y «Presidente interino», podrá ejercer la oposición o terminará, como le anticipa el régimen, en una celda a imagen y semejanza de Leopoldo López.

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