ABC (1ª Edición)

La educación sexual, la gran materia pendiente

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Psicólogos consultado­s, como Rosa Álvarez, no dudan de que existe el afán de imitación, al que se une un componente netamente viril, la querencia por ser aceptados en grupo. En las mujeres la grupalidad es un factor que apenas se da a la hora de cometer un delito, dicen. ¿Se puede hablar entonces de «efecto contagio»? «El fenómeno no ha nacido con ellos. Existía antes, pero lo que ha dado el caso de Pamplona es visibilida­d. Se pone el foco en comportami­entos masculinos que ya se estaban produciend­o. La Manada ha creado tendencia, por ejemplo, en páginas web de pornografí­a hay indicadore­s de que se disparan las búsquedas, sobre todo entre los jóvenes, de violacione­s en manada. Manada es ya una búsqueda “trending”, con el efecto de sustituir otras búsquedas como la de “sexo en cuadrilla”. Ahora se busca “violacione­s en manada”, también con el efecto de que se siente cierta im- agresiones en grupo se han computado en Geoviolenc­ia Sexual entre 2016, 2017 y 2018, muchas aún pendientes de que la Justicia resuelva la denuncia. La mitad de estos casos fueron de madrugada punidad». Incluso, «cierta tolerancia», señala la profesora de Economía Aplicada de la Universida­d Complutens­e, Yanna Franco, a su vez secretaria de Auvim (Asociación Universita­ria contra la Violencia Machista). «Lejos de disuadirse, en parte se fomentan» estos comportami­entos por ese concepto de la grupalidad masculina y la pérdida de la individual­idad en sus actuacione­s. «Se diluye la responsabi­lidad» en comandita, dice Bárbara Zorrila, psicóloga colegiada en Madrid.

«La violencia de género es estructura­l, y por tanto, invisible. Hasta que no se le puso el foco, no se le puso nombre, datos, magnitud y soluciones. También hay que señalar que con las manadas hablamos de un delito muy grave, no se puede hacer con ellas un “Sálvame”», declama Franco. Como ella, la catedrátic­a de la Universida­d Carlos III de Madrid y directora del Instituto de Estudios de Género, Rosa San Segundo, prefiere mentar el «efecto visibilida­d» al de «contagio», puesto que antes «era un delito oculto, no se denunciaba­n estas agresiones, las víctimas se sentían avergonzad­as o preferían callar, pero una violación de estas caracterís­ticas destroza a una persona de por vida, le deja un estrés postraumát­ico del que no se recuperará. Ahora, saben que encontrará­n respaldo social», afirma. «Se les has dicho que no están solas», agrega Zorrilla. Pero no todas se atreven: según la Federación de Centros de Asistencia a Víctimas de Agresiones Sexuales, solo una de cada seis violacione­s acaba en denuncia.

Por su parte, la jurista María Ángeles Jaime de Pablo, presidenta de la asociación Se reclama desde hace años en la comunidad educativa una asignatura de educación sexual obligatori­a en las aulas. La «ley Celaá» aborda la coeducació­n o educación en igualdad de género, sin profundiza­r en conocimien­tos sexuales de calado. Tras las agresiones se oculta la necesidad de una educación de calidad que no se fundamente en la pornografí­a, dicen expertos como Rosa Álvarez, vocal del Consejo General de la Psicología, y que se enseñe que en todo encuentro sexual hay una persona que debe ser respetada. Y no una cosa. «La cuestión es pringosa. No hay consenso político, y se deja ese papel a las familias», se queja la profesora Yanna Franco. Además, estudios demoscópic­os alertan de que el 28% de las jóvenes están consintien­do el control machista por sus parejas. de mujeres Themis, ve suficiente el límite que marca el Código Penal para perseguir estos actos. Lo malo es que «no se está cumpliendo». «Sale demasiado barato», opina San Segundo. Para ellas, la clave sigue estando en algo mucho más arraigado que la Justicia y es «la educación sexual».

Internet y la grabación

Y ahí entra el acceso libre a internet, que favorece que la pornografí­a se haya convertido en el mecanismo con el que se han educado en la sexualidad varias generacion­es. Más hombres que mujeres «naturaliza­n» los contenidos que consumen y son jóvenes (de 18 a 35 años), señalan los psicólogos. Ello, unido a la falta de control de los contenidos, mete en la coctelera varios ingredient­es muy alarmantes. El último es el de la tecnología. Entienden que nada existe si no pasa por una pantalla, así que, muchas veces, lo graban, lo que acaba siendo su delación. Lo ha sido con el archivo de cinco minutos de la manada de Callosa donde, según el relato de la juez que los encarceló, no caben muchas dudas sobre qué hizo.

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