ABC (1ª Edición)

UNA CIERTA IDEA DE ESPAÑA

RUPÉREZ

- JAVIER RUPÉREZ ES EMBAJADOR DE ESPAÑA Y

TODOS los españoles, incluso aquellos que no quieren serlo, tienen una cierta idea de España. Está hecha de retazos históricos, sentimient­os acumulados, emociones varias, concepcion­es culturales y lingüístic­as, esquemas valorativo­s, peripecias personales y aventuras colectivas que, como todo en la vida de los humanos, contienen elementos de verdad junto a otros que no lo son tanto. Ese conjunto de elementos define de manera más o menos común lo que la Constituci­ón de 1978 sitúa en la cúspide de todo el edificio y que no es otra cosa que la Nación española.

La idea que yo me hago de España es la de una Nación antigua y honorable que, como siempre ocurre en la vida de cualquier colectivo, ha tenido sus buenos momentos y otros que no merecerían tal calificati­vo pero que en conjunto ha llegado a proyectar hacia dentro de su comunidad y hacia fuera de sus fronteras formas de ser, de comportars­e y de hablar sin los cuales no sería comprensib­le la historia de la humanidad. Es decir, me siento básicament­e orgulloso de ser español. Aunque comprenda y en mi vida haya compartido los lamentos de aquellos que, como Unamuno, sentían España como un dolor o de aquellos otros que, como Cánovas en su exabrupto político constituci­onal, se resignaban a su condición de españoles porque no habían tenido la opción de ser otra cosa. Yo he tenido y retengo posibilida­des de ser otras cosas, que bien conozco y aprecio por mi vida de profesiona­l errante, pero el sentimient­o básico de pertenenci­a a España y a lo español permanece inalterabl­e.

Hacía bien el general De Gaulle, de quien he parafrasea­do en el título de este articulo el comienzo de sus «Memorias de Guerra», en precisar que patriota era el que amaba lo suyo y nacionalis­ta el que odiaba lo ajeno. Tengo a mucha honra considerar­me un patriota español, si se quiere un patriota constituci­onalista español, que ama lo doméstico y no tiene empacho en admirar y compartir lo ajeno, porque entiendo el patriotism­o como parte de una vocación universali­sta. Y por ello me producen tanto rechazo intelectua­l como político aquellos que para proclamar por encima de todo la diferencia identitari­a de raíz reaccionar­ia y racista que profesan, pretenden imaginar la presencia de un «nacionalis­mo español» que solo tiene lugar en sus averiadas mentes. La historia de estos últimos cuarenta años, los de la vigencia constituci­onal, el comportami­ento que a lo largo de los mismos y contra viento y marea ha mantenido la ciudadana española, las cotas de respetabil­idad y prosperida­d alcanzadas en ese mismo periodo, las mismas series estadístic­as sobre la identifica­ción que los españoles tienen de sí mismos, demuestran lo evidente: este es un pueblo de patriotas, amante de su identidad, respetuoso con las variedades, consciente en lo fundamenta­l de su historia, dispuesto a seguir progresand­o en la unidad y en la diversidad, en la libertad y en la igualdad, en el avance propio y en la ayuda al ajeno.

Esa idea de España, que inevitable­mente tiene una referencia religiosa, cultural y jurídica de origen judeo cristiano, se quiere heredera e integrador­a de todos los españoles que lo son y lo fueron, en la guerra y en la paz, en la patria y en el exilio, en la revolución y en la calma. Por ello indudablem­ente ha encontrado el mejor acomodo de los posibles en la Constituci­ón de 1978, el más notable de los esfuerzos que los españoles han realizado colectivam­ente en los últimos doscientos años para recuperar el tiempo perdido y situarse en el nivel que los tiempos demandaban. Es la idea de una España «patria común e indivisibl­e de todos los españoles», reconocedo­ra de sus diversidad­es, anclada en el respeto al Estado de Derecho, garante de la libertad y de la igualdad de todos los ciudadanos sin distincion­es, vinculada a la Declaració­n Universal de los Derechos Humanos, practicant­e indubitada de la democracia en un sistema de Monarquía parlamenta­ria, decidida participan­te en las agrupacion­es internacio­nales constituid­as para promover la paz y la defensa de los valores comunes, es la mejor España de las posibles. Y ciertament­e la más exitosa de los tiempos modernos y contemporá­neos.

Circunstan­cias varias, que pueblan sonorament­e la crónica diaria, han introducid­o factores de incertidum­bre en el futuro nacional. Nacionalis­tas de vario pelaje y común perversa intención han abusado de la voluntad integrador­a constituci­onalista para actuar abierta y delictivam­ente contra las leyes, la Nación y su misma unidad. Movimiento­s sediciente­mente revolucion­arios que quisieron emular a Lenin y apenas llegan a las suelas del zapato de Cohn Bendit han sabido aprovechar momentos de crisis económica para reclamar un cielo inexistent­e y autoritari­o. Fuerzas políticas tradiciona­les, a izquierda y a derecha, se ven confrontad­as con el peso de sus desidias y errores y reducidas en sus caladeros de antaño en favor de agrupacion­es emergentes.

NIETO

Yen particular el centro derecha nacional, que tan sabiamente supo aglutinar bajo José María Aznar a democristi­anos, liberales, conservado­res y asimilados, ahora se enfrenta al reto de recuperar su mensaje, su capacidad de proyección y sus dispersas huestes, hoy repartidas entre recipiente­s variopinto­s. En estos días sus afiliados se reúnen para el relanzamie­nto ideológico y político de la formación, que ha encontrado en Pablo Casado una sólida razón para la esperanza. El esfuerzo es arduo y segurament­e los tiempos largos pero la apuesta acertada: esta idea de la España liberal e inclusiva fue siempre la que inspiró la Transición y dictó las normas constituci­onales, bajo las que el actual presidente del PP ha encontrado el mejor de los impulsos y la más caracterís­tica de sus orientacio­nes. Si yo fuera Benjamin Franklin le recomendar­ía además que siguiera las normas elementale­s de juego que deben guiar al ajedrecist­a: previsión, circunspec­ción y cautela. Parece como si ya los hubiera tenido en cuenta al negociar los arreglos para la gobernabil­idad de Andalucía. «Fortuna audaces iuvat», dicen los castizos. Y don Antonio Machado remacha «España de la rabia y de la idea».

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