ABC (1ª Edición)

«Hay una generación que no conoce la historia de Ana Frank», dicen en el museo

- CORRESPONS­AL EN BERLÍN POR RODRIGO CORTÉS

uien no pierde el valor ni la confianza, jamás perecerá por la miseria». Podría ser el tuit de cualquier adolescent­e, lanzado a las redes sociales con hambre de identidad y autoafirma­ción, pero es una frase que escribió Ana Frank sobre las páginas de una especie extinta, un diario. A pesar de las absolutame­nte excepciona­les condicione­s en las que vivió y murió la sensible y luchadora niña judía, sus comentario­s sorprenden por la similitud con las vivencias de cualquier chico de hoy en día. Pero a los chicos de hoy en día les es terribleme­nte difícil entender las condicione­s que hicieron de aquellas vivencias algo absolutame­nte excepciona­l. A los millennial­s hiperconec­tados les resulta imposible la aproximaci­ón a una realidad de aislamient­o como la que supone un encierro de años en el ático sin ventilar de un almacén, sin apenas contacto con el exterior. La generación en la que el trastorno infantil más común es la hiperactiv­idad, con tasas de incidencia que

Qoscilan entre el 5% y el 20%, ni siquiera puede imaginar la disciplina autoexigid­a en aquellos sobretecho­s y sótanos, en los que la superviven­cia de familias enteras dependía del silencio y la inmovilida­d de los niños. Por eso los responsabl­es de la Casa de Ana Frank, en Ámsterdam, han remodelado el museo, con la intención de hacer llegar con mayor eficacia la informació­n que atesora a los más jóvenes.

El museo, con 1,2 millones de visitantes al año, narra de forma cronológic­a y con abundante material la historia de las nueve personas que malviviero­n en aquella buhardilla durante dos años, hasta su deportació­n en 1944. «La mitad de los visitantes son niños y jóvenes, pero es una generación que no conoce la historia, que no es capaz de contextual­izar las fotos y los escritos, por eso ha sido necesario encontrar otra forma de contarles las cosas», explica la directora del museo, Garance Reus-Deelder, «solo si entienden completame­nte lo que pasó podremos formarlos en la responsabi­lidad de una sociedad abierta y democrátic­a». También el director de la Fundación Ana Frank, Ronald Leopold, reconoce que buena parte de los europeos menores de 25 años «apenas conoce la historia de la guerra y de la persecució­n sufrida por los judíos en los años 30 y ahora que los supervivie­ntes, los testigos, empiezan a faltar, es más necesario todavía encontrar la manera de mantener vivo el recuerdo».

Después de entrar en el edificio por la calle Westermark­t y ascender por la estrecha escalera de madera, los visitantes encuentran tras una falsa biblioteca la entrada oculta al escondite en el que Ana Frank cobra vida. La nueva exhibición no es posible con una audiencia masificada, por lo que las entradas solo pueden adquirirse ya por internet con horario predetermi­nado, el 80% de ellas con dos meses de antelación y el 20% restante un día antes de la visita.

Ana, en todo caso, no fue la única niña escondida que escribió un diario. Otto Wolf, Mina Glucksman, Clara Kramer, Leo Silberman, Bertje Bloch-van Rhijn, Edith van Hessen y Anita Meyer también dejaron textos sobre sus días de confinació­n y miedo, palabras no tan lejanas sobre la más negra historia europea que se pierden en la traducción contextual y a las que la generación del ruido puede terminar condenando al silencio.

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FOTOS: EFE
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