∑ Presidió el Tribunal de Justicia de la Unión Europea y dirigió el Real Instituto Elcano
El jurista discreto
Hace unos cuantos años que sus amigos ya no podíamos contar con el ponderado juicio y el humor fino de Gil Carlos Rodríguez Iglesias. A pesar del trabajo bien hecho que acreditó a lo largo de su trayectoria profesional, llena de premios y reconocimientos, la vida no le reservó el júbilo a la hora de su jubilación. Una grave enfermedad nos privó ayer definitivamente de su presencia entre nosotros.
Rodríguez Iglesias fue, sin duda, uno de los juristas españoles más importantes entre varias generaciones. Catedrático de Derecho Internacional Público y siendo uno de los primeros cultivadores del Derecho Comunitario, una rama que contribuyó a crear, el reconocimiento de su preparación académica le llevó a ocupar el puesto de juez del Tribunal Europeo, donde permaneció casi dos décadas, de las cuales fue durante ocho años presidente de la alta institución.
Otros glosarán sus méritos profesionales; me interesa más hoy destacar que más importante que todo esto era su talla humana. Su discreción era un signo fundamental de comportamiento, una condición vital. Muchas veces éramos sus amigos los que en alguna conversación informal teníamos que intervenir para destacar sus méritos ante su silencio despreocupado. En más de una ocasión hubo que indicar a los servicios de protocolo del Estado que habían pasado por alto su posición, que el presidente del Tribunal de Luxemburgo era una de las más altas magistraturas de la Unión y, a la sazón, uno de los españoles más importantes de los situados en el exterior.
La discreción, entre otras muchas, era una de sus virtudes más significadas.
EFE
También era gran amigo de sus amigos. Tuve ocasión de disfrutar de su cercanía en varias etapas de nuestras vidas. Primero en la Universidad de Oviedo, donde formaba parte de un joven grupo de profesores que ya habían decantado su vocación universitaria y que constituían la admiración de quienes con los ojos muy abiertos estrenábamos la condición de estudiantes universitarios. Aquella pequeña universidad era, sin embargo, un verdadero foco europeísta. Pasó por allí el Prof. Kaiser y se llevó a Friburgo al joven profesor.
Nuestras vidas discurrieron paralelas, siempre disfrutando de nuestra amistad, hasta que en 2005 la suerte nos une al frente del Real Instituto Elcano, él como director, yo como presidente. En esta etapa la sola presencia de Gil Carlos fue capaz de acallar ciertas suspicacias que existían en aquella fase todavía temprana de la andadura del think tank. Nos gustaba pensar que en aquel tiempo conseguimos asentar sólidamente un modelo de trabajo transversal para el análisis certero de las relaciones internacionales. He de decir, por mi parte, que aprendí mucho de él, que me ayudó sobremanera su buen criterio, que su talento atemperó mi comportamiento.
En el ánimo de sus amigos deja Gil Carlos un hueco imposible de llenar. La ausencia del profesor Rodríguez Iglesias pone de luto a la comunidad universitaria. Las nuevas generaciones de juristas, ahora que ya no está, seguirán teniendo la ocasión de aprender en sus libros y en la jurisprudencia del Tribunal que tan brillantemente presidió.