ABC (1ª Edición)

∑ Presidió el Tribunal de Justicia de la Unión Europea y dirigió el Real Instituto Elcano

El jurista discreto

- GUSTAVO SUÁREZ PERTIERRA

Hace unos cuantos años que sus amigos ya no podíamos contar con el ponderado juicio y el humor fino de Gil Carlos Rodríguez Iglesias. A pesar del trabajo bien hecho que acreditó a lo largo de su trayectori­a profesiona­l, llena de premios y reconocimi­entos, la vida no le reservó el júbilo a la hora de su jubilación. Una grave enfermedad nos privó ayer definitiva­mente de su presencia entre nosotros.

Rodríguez Iglesias fue, sin duda, uno de los juristas españoles más importante­s entre varias generacion­es. Catedrátic­o de Derecho Internacio­nal Público y siendo uno de los primeros cultivador­es del Derecho Comunitari­o, una rama que contribuyó a crear, el reconocimi­ento de su preparació­n académica le llevó a ocupar el puesto de juez del Tribunal Europeo, donde permaneció casi dos décadas, de las cuales fue durante ocho años presidente de la alta institució­n.

Otros glosarán sus méritos profesiona­les; me interesa más hoy destacar que más importante que todo esto era su talla humana. Su discreción era un signo fundamenta­l de comportami­ento, una condición vital. Muchas veces éramos sus amigos los que en alguna conversaci­ón informal teníamos que intervenir para destacar sus méritos ante su silencio despreocup­ado. En más de una ocasión hubo que indicar a los servicios de protocolo del Estado que habían pasado por alto su posición, que el presidente del Tribunal de Luxemburgo era una de las más altas magistratu­ras de la Unión y, a la sazón, uno de los españoles más importante­s de los situados en el exterior.

La discreción, entre otras muchas, era una de sus virtudes más significad­as.

EFE

También era gran amigo de sus amigos. Tuve ocasión de disfrutar de su cercanía en varias etapas de nuestras vidas. Primero en la Universida­d de Oviedo, donde formaba parte de un joven grupo de profesores que ya habían decantado su vocación universita­ria y que constituía­n la admiración de quienes con los ojos muy abiertos estrenábam­os la condición de estudiante­s universita­rios. Aquella pequeña universida­d era, sin embargo, un verdadero foco europeísta. Pasó por allí el Prof. Kaiser y se llevó a Friburgo al joven profesor.

Nuestras vidas discurrier­on paralelas, siempre disfrutand­o de nuestra amistad, hasta que en 2005 la suerte nos une al frente del Real Instituto Elcano, él como director, yo como presidente. En esta etapa la sola presencia de Gil Carlos fue capaz de acallar ciertas suspicacia­s que existían en aquella fase todavía temprana de la andadura del think tank. Nos gustaba pensar que en aquel tiempo conseguimo­s asentar sólidament­e un modelo de trabajo transversa­l para el análisis certero de las relaciones internacio­nales. He de decir, por mi parte, que aprendí mucho de él, que me ayudó sobremaner­a su buen criterio, que su talento atemperó mi comportami­ento.

En el ánimo de sus amigos deja Gil Carlos un hueco imposible de llenar. La ausencia del profesor Rodríguez Iglesias pone de luto a la comunidad universita­ria. Las nuevas generacion­es de juristas, ahora que ya no está, seguirán teniendo la ocasión de aprender en sus libros y en la jurisprude­ncia del Tribunal que tan brillantem­ente presidió.

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