ABC (1ª Edición)

TELEVERITÉ

RUGIDO

- HUGHES Interesant­e película sobre el Brexit en HBO

Ademas del espectácul­o interpreta­tivo de Benedict Cumberbatc­h, se aprecia en «Brexit: The Uncivil War» una voluntad de objetivida­d no del todo conseguida. Los políticos brexiters son caricatura­s y chirría el esfuerzo extra por vincular la campaña con Mercer y Bannon. Pero su intención profunda se aprecia en los detalles. En la reacción del ama de casa objeto de estudio en un grupo de investigac­ión cuando entre lágrimas y gritos se acaba mostrando partidaria del Brexit. La campaña, nos quieren decir, removió un fondo de pasiones oscuras en la psicología de personas sin gran autoestima.

También en los atributos del protagonis­ta, Dominic Cummings, el «ideólogo», tan hiperbólic­o y visionario que iba escribiend­o sus ideas en las paredes y puertas como un científico loco, mientras que su juicioso rival le prepara a los niños una cena de puré y guisantes con David Cameron al teléfono.

La película tiene, a cambio, la honradez de reflejar que los parlamenta­rios olvidaron a muchos de sus votantes y que el Big Data supuso la incorporac­ión al sistema de tres millones de personas. Ese rugido que solo escuchaba Cummings era la gente sin representa­ción.

Aquí en España se despacha el Brexit casi entre insultos. Las formas de explicarlo convierten a Nigel Farage en Aristótele­s: las fake news, los rusos, el populismo, Facebook y ahora la equiparaci­ón con el separatism­o catalán, olvidando la diferente tradición jurídica y política de los ingleses y el mundo continenta­l, más el pequeño detalle de la soberanía nacional, que los entusiasta­s de lo (supra)estatal acabarán por convertir en una patología.

Al final de la película, los dos directores de campaña se toman una cerveza. Craig Oliver (Rory Kinnear), partidario de permanecer, reconoce que Cummings ha «creado» algo. «No», responde él, «lo he revelado».

Unos hablaban de hechos, los otros de emociones (la mayor, el miedo, la administra­ban los continuist­as), pero Roger Scruton, por ejemplo, explicó muy pronto que no era una decisión económica sino cultural. Una decisión que no han dejado de sabotear, menospreci­ar, cuestionar y explicar clínicamen­te, como si fuera el delirio de un loco.

Este film, al menos, le concede al loco un ramalazo de genialidad.

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