TELEVERITÉ
RUGIDO
Ademas del espectáculo interpretativo de Benedict Cumberbatch, se aprecia en «Brexit: The Uncivil War» una voluntad de objetividad no del todo conseguida. Los políticos brexiters son caricaturas y chirría el esfuerzo extra por vincular la campaña con Mercer y Bannon. Pero su intención profunda se aprecia en los detalles. En la reacción del ama de casa objeto de estudio en un grupo de investigación cuando entre lágrimas y gritos se acaba mostrando partidaria del Brexit. La campaña, nos quieren decir, removió un fondo de pasiones oscuras en la psicología de personas sin gran autoestima.
También en los atributos del protagonista, Dominic Cummings, el «ideólogo», tan hiperbólico y visionario que iba escribiendo sus ideas en las paredes y puertas como un científico loco, mientras que su juicioso rival le prepara a los niños una cena de puré y guisantes con David Cameron al teléfono.
La película tiene, a cambio, la honradez de reflejar que los parlamentarios olvidaron a muchos de sus votantes y que el Big Data supuso la incorporación al sistema de tres millones de personas. Ese rugido que solo escuchaba Cummings era la gente sin representación.
Aquí en España se despacha el Brexit casi entre insultos. Las formas de explicarlo convierten a Nigel Farage en Aristóteles: las fake news, los rusos, el populismo, Facebook y ahora la equiparación con el separatismo catalán, olvidando la diferente tradición jurídica y política de los ingleses y el mundo continental, más el pequeño detalle de la soberanía nacional, que los entusiastas de lo (supra)estatal acabarán por convertir en una patología.
Al final de la película, los dos directores de campaña se toman una cerveza. Craig Oliver (Rory Kinnear), partidario de permanecer, reconoce que Cummings ha «creado» algo. «No», responde él, «lo he revelado».
Unos hablaban de hechos, los otros de emociones (la mayor, el miedo, la administraban los continuistas), pero Roger Scruton, por ejemplo, explicó muy pronto que no era una decisión económica sino cultural. Una decisión que no han dejado de sabotear, menospreciar, cuestionar y explicar clínicamente, como si fuera el delirio de un loco.
Este film, al menos, le concede al loco un ramalazo de genialidad.