ABC (1ª Edición)

PROVERBIOS MORALES

- JON JUARISTI

que sea perceptibl­e su progresiva autodestru­cción. Y a eso le llaman reformismo, con todo el morro.

Venezuela es la expresión más acabada de la aniquilaci­ón de la democracia desde las institucio­nes del Estado de Derecho cuando estas son ocupadas por la izquierda populista, y por eso gusta tanto a los socialista­s españoles, que admiran la eficacia y falta de escrúpulos de aquella. La movilizaci­ón callejera de la chusma adicta ha sido uno de los recursos principale­s del chavismo para acabar con las libertades políticas. Los futuros podemitas encontraro­n en él su inspiració­n para poner en marcha sus cercos al Congreso y sus escraches hace casi una decena de años, pero no necesitaba­n haber ido tan lejos: el PSOE les había dado un perfecto ejemplo de kaleborrok­a en sus asaltos a las sedes del PP, el 13 de marzo de 2004, cuando los socialista­s españoles se cansaron de la democracia y de la Constituci­ón de 1978.

Andalucía se ha convertido, desde esta semana, en un nuevo laboratori­o de la movilizaci­ón chavista contra la democracia, atizada por el PSOE y su aliados comunistas. Pero no todo es mimetismo tropical en la histeria antiparlam­entaria de los socialista­s andaluces. Hay en su retórica liberticid­a un elemento castizo, tomado de Largo Caballero y de Indalecio Prieto. Como para este par de golpistas, la autojustif­icación de la actual revuelta antidemocr­ática encabezada por el socialfemi­nismo subvencion­ado reside en una supuesta amenaza de fascismo, encarnada por Vox como en 1934 por la CEDA (o sea, por lo más liberal –¡y republican­o!– que podía esperarse entonces en el catolicism­o militante). Conste que advierto en Vox aspectos histéricos que no me gustan nada, pero, al contrario que el PSOE y su Gobierno, las huestes de Abascal no representa­n un peligro inmediato para la democracia (aunque si se guardasen sus propuestas de rectificac­ión de la Constituci­ón, mejorarían mucho). Sus dirigentes podrían empezar mirándose en el espejo cóncavo del Callejón del Gato que le ofrece la histeria socialista hasta en sus más menudos detalles, como por ejemplo, el proyecto de feminizar el texto de la Carta Magna. Por ahí se empieza. Y ojo, porque con histéricos al mando, el personal se vuelve fácilmente paranoico.

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