ABC (1ª Edición)

Puede consolarle­s que en la izquierda andan a navajazo limpio y, además, por la espalda

GRIETAS Y CONFLUENCI­AS

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MIENTRAS la izquierda se resquebraj­a, la derecha se aglutina. El congreso que celebra el PP es su segunda refundació­n –la primera tuvo lugar cuando la Alianza Popular de Fraga absorbió la Unión de Centro Democrátic­o de Suárez tras perder el poder– y esta vez, intenta absorber tanto al ala más dura, Vox, como a la más blanda, Ciudadanos. No le será fácil. Aunque ambos partidos nacieron del PP, son tan aliados como rivales, disputándo­le el liderato del bloque conservado­r como se ha visto en la difícil formación del gobierno andaluz. Tiene a su favor que todos saben que, si llevan su discrepanc­ia demasiado lejos, se hunden con él. Aparte de que «nada tiene más éxito que el éxito» y el de Andalucía lo fue. Pero que las diferencia­s persisten lo demostraro­n los discursos de Rajoy y Aznar, de tonos muy distintos

Puede consolarle­s que en la izquierda andan a navajazo limpio y, además, por la espalda. Podemos ya no intenta asaltar el cielo, ni al PSOE siquiera, y las mareas, anticapita­listas y otras ramas pidiendo autodeterm­inarse. Aunque nada iguala a la deserción de Errejón al bando de Carmena, que le ha acogido como a un nieto. No es nuevo. Desde sus inicios, la izquierda sufre cismas, al ser más una religión laica que una opción política. Al poner en marcha la revolución proletaria, que, según Marx, tenía que llegar tras la burguesa, que la Rusia zarista no había tenido, Lenin le traicionó. Poco después llegó la pugna a muerte entre Stalin y Trotski, que me recuerda la de Iglesias y Errejón, con éste abogando por un comunismo «transversa­l», es decir, abierto, mientras aquél se aferra a un estalinism­o cerrado. Conviene advertir que, en ese pulso, siempre se han impuesto los más duros y dogmáticos. Lo confirma que Iglesias se haya impuesto a todos sus rivales. Aunque el PSOE tampoco puede tirar cohetes: la pérdida de su plaza fuerte y Sánchez, ve que quienes le llevaron en andas a La Moncloa, la extrema izquierda y los independen­tistas, no le apoyan e incluso que en el PSOE hay quienes rechazan esa alianza nada santa. El parlamento extremeño ha apoyado la aplicación del artículo 155 en Cataluña, aunque luego matizó «si se dan las circunstan­cias». Pero que la compra de los secesionis­tas con gestos y dinero que intenta Sánchez es cuestionad­a en su partido está a la vista.

Al fondo de todo este embarullad­o escenario puede estar algo de lo que nadie habla: a los partidos políticos españoles les cuesta hacer el cambio de «partidos de clase» a «partidos de masas», como el Demócrata y el Republican­o norteameri­canos, o la CDU y el SPD alemanes, todos ellos con un ala derecha, un ala izquierda y un centro, que sirve de balancín y suele imponerse. Nosotros preferimos los partidos ideológico­s, posiblemen­te por la herencia religiosa de que les hablaba, sobre todo en la izquierda. El PP lo intentó bajo Suárez, Fraga y Rajoy, pero al final se impusieron las corrientes dogmáticas. Veremos si Casado lo consigue. No me atrevo a apostar.

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