ANÁLISIS
Hace 24 años que el «comando Donosti» asesinó a Gregorio Ordóñez con un doble objetivo: silenciar a «uno de sus más valientes enemigos», como tituló ABC en su portada un día después del crimen, y forzar al gobierno a aceptar la independencia de Euskadi. Y es evidente que ETA ha fracasado en estas dos pretensiones, como en todo lo demás. Las convicciones democráticas de Ordóñez han salido victoriosas –«el terrorismo desaparecerá por la vía policial, nunca a través de una negociación»–, y derrotados han sido los objetivos que alumbraron el nacimiento de Euskadi ta Askatasuna –creación de un estado–.
Sin embargo, el precio ha sido alto porque en el camino se han quedado muchos de los mejores, como Ordóñez, que plantaron cara a la banda, a pecho descubierto. Es evidente que en sus 12 años de actividad política, se granjeó muchos enemigos: unos firmaron la sentencia de muerte, otros la ejecutaron, los hubo que actuaron como cómplices y también quienes jalearon el crimen. Algunos nada hicieron por impedirlo, y fueron legión quienes sacaron rédito político… Ya se sabe, en toda revolución, unos sacuden el árbol y otros recogen las nueces. Así que la escena del dirigente popular desplomándose sobre la mesa del bar La Cepa no fue sino trágico desenlace de la crónica de una muerte anunciada. Mientras unos la escribían, otros la fueron leyendo impasibles o miraron para otro lado.
Sí, porque ETA fue avisando de sus pretensiones de liquidar al representante más carismático del centro-derecha constitucionalista en el País Vasco. Y, además, como anticipaban las encuestas, inminente alcalde de San Sebastián, capital de «territorio txeroki». Un personaje demasiado incómodo para proetarras y nacionalistas que se disputaban el control de Guipúzcoa. Unos meses antes del crimen, en septiembre de 1994, el pistolero Kubati publicaba una carta en «Egin» para expresar su «deseo esperanzador de que algún día, al poner la radio, oiga por ella una buena noticia que me alegre el día». En la misiva citaba constantemente a Ordóñez. El 14 de ese mismo mes, el dirigente de EA Imanol Beristain escribía otra carta en el mismo medio, dirigida al líder del PP: «Que sea usted concejal de Donostia, para todo buen vasco, sobre todo si es nacionalista, supone una provocación. Dios quiera que no sea por mucho tiempo». Gregorio Or-