ABC (1ª Edición)

Aniversari­o de la tragedia

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Consuelo Ordóñez en el acto recuerdo celebrado ayer en el cementerio de Polloe de San Sebastián.

Santiago Abascal saluda ayer a Consuelo Ordóñez

23 de enero de 1995. Imagen de la calle 31 de agosto de San Sebastián, donde fue asesinado a quemarropa de Gregorio Ordóñez apenas el inicio de un largo calvario. El propio Mota, hermano del funcionari­o de prisiones asesinado Ángel Jesús Mota, conoció la crudeza de la sociedad de la mano de la que fue su cuñada, que tras el atentado cortó toda relación con su familia política.

«En el momento en que murió mi hermano nos prohibió acercarnos a ella y a sus dos hijos, con los que hasta la fecha no tenemos el más mínimo trato –explica–. Mis padres no han podido ver crecer a sus nietos, que eran lo único que les quedaba de Ángel Jesús». El detonante de este súbito alejamient­o pudo ser ideológico, pues con el tiempo descubrió que una de las hermanas de su cuñada pertenecía a Herri Batasuna. «No dábamos crédito, tener que encontrarm­e con una persona de tan poco corazón me genera aún mucho más dolor», lamenta.

Los intentos que ha realizado la familia para contactar con los hijos de Ángel Jesús resultaron infructuos­os. Su propia abuela, madre del fallecido, se acercó hasta el instituto en el que estudiaba uno ellos para tratar de hablar con él. La respuesta del joven fue demoledora: «Tú no eres mi abuela, tú eres una fascista».

«¿Qué le habrán explicado? ¿Cómo le habrán vendido la historia?», se pregunta un perplejo Machado, que lamenta que para una parte de la sociedad vasca «los asesinos se han terminado convirtien­do en víctimas». El problema, apunta, hay que buscarlo en los colegios y los institutos, que siguen sin explicar a los alumnos lo acontecido en el territorio: «En el País Vasco hay gente joven que sabe de todo sobre la Guerra Civil pero que desconoce que hace diez años aquí se estaba matando», denuncia el excocinero, que augura que ciertas corrientes políticas «no quieren que se sepa la verdad».

Un clima asfixiante

El clima de violencia de la Parte Vieja se tornó aún más asfixiante a raíz de la muerte de Gregorio Ordóñez. Para los políticos de las formacione­s constituci­onalistas, este enclave de San Sebastián quedó totalmente prohibido: «No nos dejaban ir, nuestros propios escoltas nos decían que no fuéramos por determinad­os sitios», explica María San Gil, expresiden­ta del PP vasco e íntima colaborado­ra del exteniente de alcalde de San Sebastián, que reconoce que padeció un shock postraumát­ico tras presenciar el asesinato de su jefe y amigo.

«Fue muy duro, es algo difícil de digerir», explica la dirigente donostiarr­a, que hace hincapié en que los etarras acabaron con la vida de Ordóñez a sabiendas de que era «una amenaza para su proyecto político». «Decía que con los terrorista­s no había nada que negociar salvo el color de los barrotes», recuerda San Gil, que reconoce sentirse frustrada ante el hecho de que los radicales finalmente hayan logrado acceder a las institucio­nes «como si fueran demócratas de pleno derecho».

Cuando Jaime Mayor Oreja relevó a Ordóñez como aspirante a la alcaldía de la capital donostiarr­a, María San Gil tenía dos opciones: «O me iba a mi casa a llorar o daba el paso a la primera línea». No tardó en decidirse, subraya la también exparlamen­taria vasca, convencida de que era necesario «reaccionar» para que a la banda terrorista «no le saliera todo gratis». «Tampoco sabíamos lo que nos venía. La escolta, la falta de libertad, el miedo, las amenazas —recuerda—. Yo he llegado a estar en mi casa dando el biberón a mi hija mientras 40 personas me gritaban y me amenazaban desde la calle».

Apenas hace un año y medio que San Gil camina por la calle sin escolta, algo que al principio, confiesa, le dio «mucho miedo». Pero a cambio, dice, ha recuperado la felicidad: «He venido en autobús, he vuelto a conducir, puedo hacer lo que quiera sin pensarlo en la víspera –afirma–. Hasta ir a comprar el pan de repente me parece un lujo».

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