ABC (1ª Edición)

Sally Perel, el judío que se convirtió en un héroe nazi

∑ La historia de este hombre de 94 años, «encicloped­ia viva de todas las ideologías del siglo XX», inspiró la película «Europa Europa» (1990), rescatada por los Oscar pese a la fría acogida que tuvo en Alemania, su país natal

- LUCÍA M. CABANELAS

Solomon Perel era judío, pero antes de alcanzar la edad adulta y por exigencias del guión había sido también comunista y nazi. Como tal, lloró las derrotas del Ejército alemán y, convertido en un patriota más, celebró sus victorias. La irrupción de Adolf Hitler, con el que compartía día de cumpleaños, desenterró su sueño de infancia, el de ser actor de cine, y antes que doblegarse al aciago destino de millones de judíos, Solomon Perel aplacó los nervios e inventó un nuevo registro. Sepultó su verdadera identidad y se hizo pasar por Volksdeuts­cher, un alemán criado fuera de la madre patria. Bajo el nombre de Josef Perjell se convirtió en intérprete de la Wehrmacht, y gracias a su dominio del ruso fue clave en la captura de oficiales soviéticos, quienes poco antes le habían enviado a un orfanato bolcheviqu­e en el que Stalin mandaba caramelos del cielo.

Con apenas 16 años, el Ejército alemán decidió enviarlo a la escuela de las Juventudes Hitleriana­s de Brunswick, donde incluso tuvo un «bonito amor de juventud» con Leni, una fanática del Führer. «No actuaba, me metí tanto en el papel que lo vivía. Me convertí realmente en un nazi», cuenta Sally Perel, de 94 años, en una entrevista a ABC. Un nazi idolatrado entre los jóvenes de la localidad, que deseaban ir al frente, de donde él acababa de volver. Incluso llegó a «olvidar que era judío».

Por sobrevivir se convirtió en otra persona, espoleado por la frase que le dijo su madre antes de verla por última vez en un gueto de Lodz: «Tú tienes que vivir». Y lo hizo. Con el uniforme nazi, volvió años después al gueto polaco para reencontra­rse con su familia. Pero su madre había sido gaseada en un camión, su padre había muerto de hambre en Lodz y su hermana fue ejecutada durante una de las marchas de la muerte. Solo quedaba su hermano mayor, Isaac, que le dijo al volver a verlo: «Me da igual cómo has podido sobrevivir, lo importante para mí es que hayas podido hacerlo».

Nunca llegó a ser actor profesiona­l, sino «encicloped­ia viva de todas las ideologías del siglo XX», pero la historia de su vida inspiró «Europa Europa» (1990), una película «sobre la banalidad del mal». Casi tres décadas después, Sally recuerda su vida para que los jóvenes no olviden.

—¿Ha conseguido perdonar a la sociedad alemana o todavía guarda rencor? —Nunca he sentido nada de rencor ni sentido de revancha. Puedo perdonar a mis antiguos compañeros de las Juventudes Hitleriana­s porque, para mí, ellos también son víctimas de ese adoctrinam­iento que han vivido.

—¿Qué momento hace que todavía hoy le cueste volver la vista atrás? —Cuando fui al gueto de Lodz para intentar volver a ver a mis padres, yo vestido de nazi, con el uniforme. Fueron 12 días durante los cuales iba y venía en el tranvía. De hecho, aquí en la exposición de Auschwitz muestran un vagón del tranvía de Lodz. Eso me ha hecho retroceder al pasado.

—«Europa Europa» ganó el Globo de Oro y fue rescatada por los Oscar después de que Alemania no la presentara. ¿Le sorprendió la fría recepción de la película en Alemania? —Sí, pero no tanto a mí, sino a la directora, que se quedó muy decepciona­da porque los actores y el equipo de la película querían que Alemania la mandara a los Oscar pero el jurado dijo que no, argumentan­do que no querían saber nada más del Holocausto, que ya había demasiadas películas.

—«Europa Europa» tiene algo de comedia sin serlo. ¿Qué lecciones siguen vigentes hoy en día?

—Creo que de alguna manera muestra lo que es la banalidad del mal, enseña cómo el populismo es capaz de adoctrinar a jóvenes. Recordarás la escena en que se pidió a Dios que mandara caramelos Sally Perel vivió en un orfanato bolcheviqu­e, fue un héroe de las Juventudes Hitleriana­s y sobrevivió. Su vida inspiró la película «Europa Europa»

Vida y memoria

«Me convertí realmente en un nazi. No actuaba, me metí tanto en el papel que lo vivía, me convertí en uno más de las Juventudes Hitleriana­s»

y no lo hizo, sin embargo, Stalin sí, entonces creímos en Stalin y no en Dios porque no nos mandaba caramelos.

—Antes de integrarse en las Juventudes Hitleriana­s, se entregó al comunismo, para sobrevivir. ¿Creyó en algún momento que era la solución? —En el orfanato bolcheviqu­e no tenía que cambiar ni mi identidad ni mi nombre, podía seguir siendo el mismo, judío, lo hacía libremente.

—¿Haber estado tantas veces en peligro hace que le haya perdido el miedo a la muerte? —Creo que todos tenemos miedo a la muerte, yo también, de hecho tengo un miedo mortal a la muerte. Ahora que tengo 94 años sé que en algún momento llegará, de ahí que intente trasladar la experienci­a de mi vida a los jóvenes para que la incorporen en su educación y de esa manera participar en la educación de los jóvenes para la democracia, lo considero mi deber.

—Cuando formó parte del nazismo, ¿era consciente de lo que les sucedía a los judíos?

—Por supuesto que lo sabía, de alguna manera observaba el exterminio que tenía lugar con mi pueblo. También por eso empecé a desarrolla­r ciertos mecanismos de defensa, para no interioriz­ar todo lo que estaba ocurriendo y reprimirlo de alguna manera. Incluso llegué a olvidar que era judío, me considerab­a como miembro de las Juventudes Hitleriana­s y fue un proceso muy rápido, ese en que un judío se convirtió en miembro de las Juventudes Hitleriana­s. —Llegó a ser considerad­o una especie de héroe entre los jóvenes nazis. —(Se ríe) Pues sí, al llegar al internado de las Juventudes Hitleriana­s me considerab­an como un héroe porque los jóvenes de ahí aspiraban a ir al frente, y yo acaba de venir del frente. También fue un poco por mis dotes narrativas, porque empecé a adornar todas las batallas y de esa manera pude ganarme su confianza. La verdad es que durante esos años viví en una mentira continua, mentira tras mentira y, en algún

«La película trata de la banalidad del mal, enseña cómo el populismo es capaz de adoctrinar a jóvenes»

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