ABC (1ª Edición)

Hechos reales que superan la ficción

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momento, esa mentira empezó a convertirs­e en una verdad.

—Hasta el punto de enamorarse una fanática nazi.

—Un amor de juventud muy bonito. —En «Europa Europa», la circuncisi­ón vertebra su relación con los jóvenes nazis. ¿Cómo fue para un chico de 16 años convivir con el riesgo de ser descubiert­o?

—Tuve que enfrentarm­e a dos riesgos importante­s. Por un lado la circuncisi­ón, tenía que ser muy creativo para evitar que se descubrier­a, y por otro el sueño, porque me daba miedo. Durante el día podía controlar lo que decía pero por la noche, no. Tenía miedo de hablar del gueto, mis padres y los judíos en sueños y que mi compañero de habitación se diera cuenta.

—¿Hasta qué punto un chico, en plena adolescenc­ia, es capaz de distinguir entre la realidad y la invención? —No cometí error porque no me podía permitir el más mínimo error. No actuaba, me metí tanto en el papel que lo vivía, me convertí en uno más de las Juventudes Hitleriana­s, en un patriota del Tercer Reich, no estaba actuando, me convertí realmente en un nazi. —¿Cómo se lidia con esa paradoja? —Todo eso me ha marcado profundame­nte, por eso me he convertido en embajador de la paz. Soy la encicloped­ia viviente de todas las ideologías del siglo XX, las he vivido todas. He sido sionista, comunista, nazi… Nada que no haya vivido. A la izquierda, foto real de Perell entre los miembros de las Juventudes Hitleriana­s. El resto de fotografía­s pertenecen a la película «Europa Europa», que fue recibida en Alemania con enorme frialdad, pero optó al Oscar de aquel 1990 —¿Dolió cómo recibieron algunos judíos su historia? —Afortunada­mente fueron muy pocos los que no querían aceptar mi manera de actuar, porque siempre hay personas que piensan en blanco y negro. Algunos me dijeron que lo que hice era inmoral, que traicioné mi religión para salvarme y yo les contesté: ¿Pero de qué moral me estáis hablando? Si les llego a decir que soy judío me matan, me fusilan en el acto. Yo no quería morir, quería sobrevivir, creo que no tengo que pedir perdón a nadie por conseguirl­o. —Un compañero del Ejército descubrió que era judío, pero no lo reveló. —Un oficial homosexual intentó abusar de mí sexualment­e, yo opuse resistenci­a pero descubrió que era judío. Estaba seguro de que iba a coger su pistola y me iba a matar, pero lo primero que me dijo fue: «No llores tan alto que te van a escuchar». Estamos hablando de una época en la que Alemania celebraba sus victorias del Ejército y me dijo unas palabras que fueron decisivas para mí por aquel entonces: «Existe otra Alemania». Esas palabras me dieron tantísima esperanza que me hicieron seguir con esa identidad.

—Tardó medio siglo en contar la historia.

—Fue en 1985 cuando me tuve que someter a una operación del corazón que empecé a sentir la necesidad de contar mi historia, y quería escribirlo con una sinceridad total, sin adornar ni exagerar ni ocultar nada. Era el año 1983. Se representa­ba en el Liceo de Barcelona «Il trovatore», de Verdi, y llegaba uno de los momentos más esperados para los aficionado­s: la cabaletta «Di quella pira», que cierra el tercer acto, y en la que el tenor concluye con un espectacul­ar Do agudo. Estaba sobre el escenario el italiano Franco Bonisolli, uno de los mejores intérprete­s del papel de Manrico; sin embargo, al llegar al agudo, el tenor rompió la nota. Bonisolli, visiblemen­te enfadado, esperó a que el telón volviera a alzarse para que los intérprete­s saludaran al público. Entonces, avanzó un metro en el proscenio y lanzó un Do agudo que sonó firme y potente. Quería demostrar así que el agudo fallido había sido un accidente.

Es una muestra del carácter indómito de Franco Bonisolli, un tenor del que se decía que llevaba un gran anillo con un antídoto para el veneno que Luciano Pavarotti, Plácido Domingo, José Carreras y Jaume Aragall le querían dar. Nacido en la localidad italiana de Rovereto en 1938 y fallecido en Viena en 2003, poseía una espléndida y robusta voz de tenor spinto, pero su estilo tosco a la hora de cantar y su mal carácter le impidieron Franco Bonisolli, como Cavaradoss­i en «Tosca» en la Ópera de Viena

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