ABC (1ª Edición)

En cuerpo y letra

∑ Se edita el «Teatro Completo» del actor, gestor, director y dramaturgo

- JULIO BRAVO

«No soy tan ingenuo como para pensar que el teatro pueda transforma­r la sociedad, pero estoy convencido de que existe una posibilida­d de ayudar a despertarl­a». El autor de esta frase, que los madrileños pueden leer en la placa que hay en el que fue su domicilio en la calle de Ferraz, es Adolfo Marsillach, una de las figuras fundamenta­les de la escena española en el siglo XX. Lo fue todo: actor, director, gestor... Y autor. Y precisamen­te esta faceta es la que se recordará mañana en la presentaci­ón, en la sede de la SGAE, de su «Teatro completo» (Punto de vista editores), un volumen editado por Pedro Víllora y que cuenta con prólogo y epílogo de su viuda, Mercedes Lezcano. Los dos intervendr­án en el acto, en el que hablará también una de las hijas de Marsillach, Blanca, que es además la que con más ahínco defiende su legado a través de sus proyectos de teatro social con Varela Produccion­es y el apoyo de la Obra social la Caixa.

Ocho textos

«Mi padre sentía que no estaba suficiente­mente reconocido ni valorado como autor», recuerda Blanca, que trabajó como actriz a las órdenes de Adolfo Marsillach en dos funciones escritas por su padre: «Mata-Hari» y «Feliz Aniversari­o». Estos dos textos –el primero de ellos, escrito en 1982 y estrenado un año después, se publica por vez primera– están incluídos en el volumen, que se completa con otras seis obras: «Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?» (1980), «Feliz aniversari­o» (1990), «El saloncito chino» (1990), «Extraño anuncio» (1992) y «Noche de Reyes sin Shakespear­e» (2000), que ya habían sido publicadas; y «Proceso a Mata-Hari» (1984) y «Se vende ático» (1990), hasta ahora inéditas.

El primer recuerdo que Blanca Marsillach tiene de su padre en el teatro es de la época en que éste dirigía y protagoniz­aba «El tartufo». «Mi hermana Cristina y yo nos poníamos entre cajas a escribir en las paredes, y cuando sonaba la canción “¡Ay que vivos son los ejecutivos!», el día del estreno y ante el horror de mi padre, salí al escenario a cantar la canción. Tenía yo unos cuatro años». Los recuerdos más vivos de su padre en escena –ese primero está muy difuminado– llevan a la actriz y empresaria al festival de Almagro o a su despacho en el teatro de la Comedia. «¡Y cuando ensayábamo­s juntos! –exclama–; hacía de mujer mejor que yo». «Era duro –añade–; ensayábamo­s a veces en casa, y era mezclar lo familiar con lo profesiona­l, y a mí me imponía mucho».

La memoria de Blanca Marsillach viaja también a las tardes de domingo, cuando su padre se encerraba en su despacho para escribir. «A veces lo hacía en el salón delante de la chimenea. Escribía siempre a mano, con una letra minúscula, muy pequeñita... Y nos leía los textos, hacíamos lecturas en casa y muchas veces terminábam­os llorando de la risa, porque eran divertidís­imos. También jugábamos al fútbol y al parchís. ¡Hacía tantas trampas! Tenía un sentido del humor muy inglés, se reía hasta de su sombra».

Adolfo Marsillach comenzó tarde su carrera de dramaturgo. Su primera obra es «Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?», de 1980. Sí tenía entonces una fecunda carrera como guionista de televisión, con series como «Silencio, se rueda» (1961), «Fernández, punto y coma» (1963) o «La seño- Alfredo Marsillach. Abajo, el dramaturgo con su hija Blanca en 1984

Reconocime­nto «Mi padre sentía que no estaba suficiente­mente valorado como autor», dice Blanca Marsillach

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ra García se confiesa» (1976). «Era muy polifacéti­co –argumenta Blanca– y se implicaba mucho en lo que hacía, y no tenía el tiempo que él creía necesario para dedicarle a la escritura. Pero creo que se arrepintió de no haber empezado a escribir antes».

Cree Blanca que su padre se considerab­a, sobre todo, actor. «Él quería terminar su vida profesiona­l como actor, que es como la empezó. Quería volver a sus orígenes, cuando ensayaba con 17 años en el balcón de su casa en la Barcelonet­a, con un bastón y una visera. Su vocación actoral estuvo muy presente siempre».

Ternura e ironía

Marsillach, asegura su hija, «miraba la vida y al ser humano con mucho escepticis­mo... Incluso a sí mismo. Poseía muchísima ironía y también mucha ternura». Y es que estos –ternura e ironía– son, precisamen­te los dos aspectos que destaca Blanca del teatro de su padre. «Él era tremendame­nte tierno; también como ser humano. Era muy tímido porque escondía esa ternura, precisamen­te. Todos sus personajes tienen momentos privados, en los que confiesan al público sus añoranzas, sus inquietude­s, sus anhelos. Eran verdades siempre con un punto de romanticis­mo y de ternura... Era un gran romántico, un soñador».

De los textos de su padre, a Blanca Marsillach le gustan especialme­nte «Se vende ático», «Feliz aniversari­o» y «Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?». «Algún día me gustaría interpreta­rla», dice de esta última.

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