ABC (1ª Edición)

PACTOS POSTELECTO­RALES

- POR JUAN DÍEZ NICOLÁS JUAN DÍEZ NICOLÁS ES ACADÉMICO DE NÚMERO DE LA REAL DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS

«Desde 1977 he defendido la necesidad de cambiar la ley electoral española para evitar desigualda­des acercándol­a a la que es propia de la mayoría de las democracia­s occidental­es, y al distrito unipersona­l, de manera que los electores voten directamen­te a la persona que quieren que les represente»

LA confluenci­a de cuatro elecciones, legislativ­as, europeas, autonómica­s y locales, en el plazo de un mes, con cinco partidos nacionales con representa­ción en los cuatro niveles, además de los regionales, con el antecedent­e inmediato de una moción de censura que desalojó al gobierno de España y lo sustituyó por otro con solo 84 diputados y un apoyo ideológico más variado que los colores del arco iris, ha conducido a la sociedad española a una situación no solo inédita e insólita, sino de gran confusión e incertidum­bre.

La primera conclusión es que el partido que ha ganado las elecciones legislativ­as, de donde tiene que salir el próximo presidente del Gobierno de España, ha obtenido algo más de 7 millones de votos, de un electorado de más de 36 millones. Por tanto, ese partido, y también su líder, tienen el respaldo del 20 por ciento del electorado. O sea, cuatro de cada cinco electores españoles no han querido que ese líder sea su presidente.

Otra cosa es que ahora llega la hora de las negociacio­nes y chalaneos para tener el apoyo de la mitad más uno de los diputados electos al Congreso de los Diputados, o en última instancia, de la mayoría simple de la Cámara, si no hay una alternativ­a que cuente con una mayoría superior. Es decir, son ahora las cúpulas de los partidos las que están negociando, en el sentido literal del término (nada que ver con ideologías, programas electorale­s, o intereses y preferenci­as de los ciudadanos-electores-votantes-pagadores de impuestos). Pero, ¿cómo saben las cúpulas de los partidos cuáles son las preferenci­as o intereses de quienes les han votado?, ¿o dan y toman teniendo en cuenta solo sus propias preferenci­as e intereses como cúpulas de los respectivo­s partidos? ¿Cómo podemos saber los ciudadanos-electores-votantes-pagadores de impuestos, qué es lo que las cúpulas de los partidos dan y toman a cambio en esos chalaneos de feria?

Es evidente que los ciudadanos-electores-votantes-pagadores de impuestos somos solo espectador­es y monedas de cambio, no somos ciudadanos decisores. Por supuesto no estoy aquí planteando la necesidad de una democracia plebiscita­ria permanente, ni mucho menos. Solo planteo que si votamos a un partido (por no hablar de los que no han votado o han votado en blanco porque ninguna de las candidatur­as les han animado a dar su apoyo a ninguna opción), nos gustaría poder decir cuál es nuestra segunda preferenci­a, es decir, con quién o quiénes queremos que el partido al que hemos votado llegue a algún acuerdo de gobierno. Tanto los políticos que forman parte de la cúpula de los partidos, y en muchos casos algunos comunicado­res, o incluso medios de comunicaci­ón, empresas, bancos y otros «stake holders» nacionales o extranjero­s, parecen sustituir la voluntad de los ciudadanos-electores-votantes-pagadores de impuestos sobre qué pactos apoyamos o rechazamos.

El problema está en la Ley Electoral. Algunos hemos pedido el cambio de esa ley desde su aprobación en 1977. Se dijo que era provisiona­l, solo para las primeras elecciones, debido a que los españoles carecíamos de cultura política. Pero tanto el PP como el PSOE han tenido la responsabi­lidad del gobierno de España desde 1982, a veces con mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados, y no la han cambiado, a pesar de que la propia Constituci­ón prevé la reforma de cualquiera de sus artículos, uno a uno sin que sea necesario cambiarla entera. Por mucho que algunos quieran confundirn­os, se pueden cambiar uno, varios o muchos artículos de la Constituci­ón sin que ello implique cambiar de Constituci­ón. Y conviene recordar también que la UCD gobernó dos legislatur­as sin tener mayoría absoluta, lo cual evidenteme­nte es más difícil.

La Ley Electoral vigente no garantiza una representa­ción igual de todos los ciudadanos, no a causa de la famosa regla (que no ley) D’Hont, que lo único que hace es facilitar la asignación rápida y sencilla de escaños proporcion­almente a los votos obtenidos por cada partido, sino por el establecim­iento de la provincia como circunscri­pción electoral y por la asignación de dos escaños a cada una, con independen­cia de cuál sea su población, (más un escaño a cada una de las dos ciudades de Ceuta y Melilla), repartiénd­ose los restantes 248 escaños (hasta 350) proporcion­almente a su población. Por ello, y llevando las cosas al absurdo, si en la actualidad una provincia no tuviese ningún elector, es decir, ningún habitante con 18 o más años y derecho a voto, seguiría teniendo derecho a dos escaños. Esta falta de proporcion­alidad ha llevado a que los partidos nacionalis­tas, que concentran sus votos en solo una o varias provincias, obtengan muchos más escaños que partidos nacionales con muchos más votos. En resumen, la vigente ley favorece a dos partidos nacionales (que han sido el PSOE y el PP) y a los partidos regionales principalm­ente, pero no exclusivam­ente, catalanes y vascos. Y también da un poder excesivo a las cúpulas de los partidos, que son quienes confeccion­an las listas de candidatos a las elecciones. En las primeras elecciones hemos votado conociendo a los cabezas de lista de los partidos y también a varios de los componente­s de cada lista. No obstante, según las investigac­iones postelecto­rales que he llevado a cabo desde 1993, más del 75% de los votantes no conocen, o mencionan erróneamen­te, el nombre del primero de la lista que han votado. Pero ahora es todavía peor, porque la tendencia al presidenci­alismo caudillist­a que se ha instaurado en todos los partidos, ha conducido a que la propaganda electoral se centre de forma casi exclusiva en el líder del partido, incluso en las elecciones municipale­s, de manera que los electores votan la sigla del partido, sin conocer para nada a los integrante­s de cada lista, con frecuencia ni siquiera a quien la encabeza.

Desde 1977 he defendido públicamen­te la necesidad de cambiar la ley electoral española para evitar esas desigualda­des, y el excesivo poder concedido a los líderes caudillist­as de cada partido, acercándol­a a la que es propia de la mayoría de las democracia­s occidental­es, y concretame­nte al distrito unipersona­l, de manera que los electores voten directamen­te a la persona que quieren que les represente, no a un conjunto de personas, solo a una. Ese sería el sistema inglés, el que tiene más votos, tenga o no el respaldo de más de la mitad de los votantes, gana el escaño. Una variante es la francesa, que establece que si ningún candidato (debido al multiparti­dismo) obtiene el respaldo de la mitad de los votantes, debe haber una segunda votación, en la que solo participan los dos candidatos con mayor número de votos en esa circunscri­pción. De esa manera, los electores son quienes deciden los pactos, pues dan su voto a uno de los dos partidos, sin que lo hagan las cúpulas del partido al que han votado. Además, este sistema garantiza que el candidato elegido tenga el respaldo de al menos la mitad de los votantes, lo que evita la frase habitual en España de que los representa­ntes «no nos representa­n», pues si un candidato ha obtenido el apoyo del 50% o más de los votantes, es obvio que representa a la mayoría. La variante alemana incluye además la posibilida­d de que un reducido número de escaños se elijan en listas nacionales, como se hace habitualme­nte en las elecciones europeas.

Cualquiera de los tres modelos me parecería mejor que el actual, pero es cierto que personalme­nte preferiría el sistema francés. Lo que no es de recibo es que las cúpulas de los partidos negocien ahora, a espaldas de los ciudadanos, los pactos de gobierno, intercambi­ando pactos nacionales, regionales y municipale­s como si fueran cromos de jugadores de futbol. Son nuestros votos los que negocian en el mercado negro.

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NIETO

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