Llàgrimes de cocodril
Estaban avisados por el Gobierno, por la oposición, por el Tribunal Constitucional, por los letrados del Parlament y por la comunidad internacional: todo, absolutamente todo lo que planeaban, era ilegal y no iría a ningún lado que no fueran los tribunales. Les dio igual, siguieron erre que erre hacia adelante, retorciendo la ley, cuando no saltándosela a la torera, malgastando millones de euros y enfrascando a los catalanes a una ruptura social sin precedentes desde hace un siglo. El objetivo: romper la unidad de España, a puntapiés con la Constitución, el Estado de Derecho y la soberanía de los españoles, que ellos tomaron como solamente suya para levantar su republiquita.
Llegó entonces el tiempo de la Justicia, porque ellos lo quisieron, tanto para los que se quedaron a aguantar mecha como para los que salieron corriendo, como vienen haciendo los cobardes desde hace siglos. Y ayer quedó visto para sentencia el juicio que se ganaron a pulso y en el que se juegan un montón de años de cárcel, una pena ajustada a los gravísimos delitos que cometieron. Ayer los acusados tuvieron un turno de palabra que aprovecharon para soltar nuevos mítines políticos, lagrimear sobre su supuesta bondad humanista o hasta cristiana y para pedir al Tribunal Supremo que haga una sentencia política y deje sin castigo un golpe de Estado. Ni una pizca de arrepentimiento, nada, todo lloriqueos para colocar como «lugar de opresión» a la que –hasta que ellos lo destrozaron todo– era la región más rica de España. Pero a lo hecho, pecho... el resto son lágrimas de cocodrilo (llàgrimes de cocodril), de esas tan mentirosas que dicen lamentar lo que en realidad se persigue.