ABC (1ª Edición)

MARCHENA, HÉROE CIVIL

Ha devuelto el respeto a la justicia bajo una tensión extrema y se ha cargado de autoridad para redactar la sentencia

- IGNACIO CAMACHO

ESTE verano debería haber en las playas camisetas con el rostro o las frases del juez Marchena. Y si los ayuntamien­tos tuvieran sentido de la civilidad y de la trascenden­cia histórica, en un futuro le dedicarán calles como dice el analista Ignacio Varela. Porque ha devuelto a una mayoría de españoles la confianza en una justicia ejercida con temple, limpieza, claridad de criterio e independen­cia. Porque frente al ruido del conflicto separatist­a ha conseguido encarnar –como sólo el Rey lo logró en el instante crítico de la revuelta– la autoridad del Estado desde una jerarquía moral e intelectua­l terminante y serena. Porque ha dirigido el juicio más importante de la democracia con ecuanimida­d, aplomo y mano izquierda. Porque en cada sesión ha impartido lecciones de derecho procesal cargadas de elegancia y de paciencia. Porque ha impedido que abogados, testigos y acusados convirtier­an la sala del Supremo en el escenario de una verbena. Porque ha sabido cortar todo intento de distorsión, de controvers­ia o de manipulaci­ón política de los testimonio­s o de las pruebas. Porque ha preservado las garantías de los imputados y refutado con aplastante maestría jurídica sus protestas. Porque, situado en el centro de un escenario de enorme polémica, ha manejado la presión a base de experienci­a, conocimien­to, madurez y flema. Porque ha puesto en su sitio, con intervenci­ones precisas, afiladas y certeras, a todo el que trataba de salirse de las reglas. Y porque mediante ese control de las circunstan­cias y de los problemas, ese soberbio despliegue de competenci­a profesiona­l, de seriedad y de prudencia, ha recuperado el prestigio de la función judicial en un momento de tensión extrema y se ha cargado de credibilid­ad para abordar la fase decisiva de la redacción de la sentencia.

Y todo eso lo ha tenido que hacer con muy escasa colaboraci­ón del resto de los implicados. Frente a unos letrados defensores cuyo único empeño era el de preconstit­uir con denuncias de indefensió­n un recurso de amparo. Ante unos testigos exgubernam­entales vergonzosa­mente pusilánime­s ante las responsabi­lidades de sus cargos y otros de parte que llegaron dispuestos a convertir la causa en un mitin sectario. Con unos acusadores que a menudo, salvo dos fiscales, daban la impresión de no conocer bien los detalles del caso. Y ante unos procesados en actitud victimista, cuando no directamen­te lacrimógen­a como ayer, que se autodeclar­aban mártires de una causa mientras enredaban presentánd­ose como candidatos electorale­s en busca de privilegio­s parlamenta­rios. Todo eso configurab­a a priori las condicione­s para un monumental espectácul­o que Marchena ha evitado con tacto, razón, compostura y liderazgo. Sea cual sea el veredicto, tiene garantizad­o un considerab­le lío político, social y mediático pero ya se ha ganado lo más difícil, que es el respeto de los ciudadanos.

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