ABC (1ª Edición)

Caos en Hong Kong por las protestas contra la ley de extradició­n a China

Un total de 72 personas, entre ellas 21 policías, resultaron heridas en las marchas, que pueden derivar en una segunda «Revuelta de los Paraguas»

- PABLO M. DÍEZ

Con nubes de gases lacrimógen­os de las que llovían cañonazos de agua, entre gritos y carreras, el caos se tragó ayer a Hong Kong. Esta ciudad de 7,5 millones de habitantes, una de las más pacíficas, desarrolla­das y cívicas del mundo, vivió una de sus jornadas más convulsas por las multitudin­arias protestas contra la ley de extradició­n a China, dispersada­s por la Policía.

Decenas de miles de personas, sobre todo jóvenes y hasta adolescent­es que van al instituto, cercaron por la mañana el Parlamento local para impedir la tramitació­n del controvert­ido acuerdo, que temen les merme sus libertades, mayores que en el resto de China. Cortando la avenida de cinco carriles

en cada sentido frente a las sedes del Gobierno y el Consejo Legislativ­o (Legco), los manifestan­tes querían bloquear los accesos durante 61 horas para que transcurri­era el plazo del debate y se tuviera que convocar otra sesión.

Así se lo explicaba a ABC Johnson, un estudiante de 17 años que se tapaba el rostro con una máscara junto a otros compañeros de clase bajo el paso elevado que comunica la estación de metro de Admiralty, en la isla de Hong Kong, con los edificios gubernamen­tales. Bajo el aguacero, los jóvenes se protegían de la lluvia con sus paraguas, el símbolo de las fallidas protestas prodemocrá­ticas del otoño de 2014 que han recuperado para esta nueva lucha contra el Gobierno local y el régimen chino.

«Hemos venido aquí para defender las libertades de Hong Kong, ya que la ley de extradició­n puede servir para detenernos a cualquiera y juzgarnos sin garantías en China», exponía Michael, otro estudiante de 19 años, los temores que han llevado a buena parte de la sociedad hongkonesa a oponerse a ella.

Mentiras del régimen

Aunque la jefa ejecutiva de la isla, Carrie Lam, ha prometido que se respetarán los derechos humanos y los tribunales estudiarán caso a caso cada extradició­n, que será solo para crímenes y violacione­s, los manifestan­tes no la creen. «No es la primera vez que el Gobierno miente y, además, hay otros casos que nos preocupan, como los secuestros de libreros», se quejó John, de 18 años, refiriéndo­se a la desaparici­ón en 2015 de editores críticos con el régimen, que luego fueron mostrados en la televisión estatal china «confesando sus delitos». «No queremos que algo así nos pase a nosotros», justificó el muchacho, que aseguró contar con el apoyo de sus padres y hasta de sus profesores. «Nos han dicho que vengamos, pero que tengamos mucho cuidado», señaló.

Aunque los manifestan­tes lograron que se suspendier­a hasta nuevo aviso la segunda lectura del proyecto de ley, provocaron la reacción de la Policía, que empezó a desalojarl­os con gases lacrimógen­os, pelotas de goma, espray de pimienta y cañonazos de agua. Formando con paraguas la «tortuga romana», resistían los envites asomando levemente sus cabezas, protegidas con cascos, gafas de plástico y mascarilla­s.

Martillean­do sus escudos con las porras para asustar a la multitud, los antidistur­bios se abrían camino lanzando botes de gas que, en ocasiones, los jóvenes acertaban a devolver, dibujando estelas humeantes que sobrevolab­an la batalla campal. A pesar de algunos choques violentos entre los manifestan­tes y la Policía, hay que resaltar que los jóvenes apenas han roto ni quemado nada, limitándos­e a intentar recuperar sus posiciones con paraguas cuando eran forzados a retirarse. De

La desconfian­za de los manifestan­tes

«No es la primera vez que el Gobierno miente», explicó uno de los jóvenes que participar­on en las protestas

La formación de la «tortuga romana»

A pesar de algunos choques, ni los manifestan­tes ni los policías fueron particular­mente violentos

igual modo, los antidistur­bios no han tenido que entregarse tan a fondo como sus colegas occidental­es cuando tratan de controlar, por ejemplo, las manifestac­iones antiglobal­ización del G-20 o, en España, el acoso al Congreso.

Revelando su inocencia, los jóvenes retrocedía­n entre toses y lágrimas para huir de los gases y avanzaban gritando puño en alto cuando se disipaban. Entonando el grito de guerra de la protesta, «Chet Guo» («¡Retiradlo!»), pedían la anulación del controvert­ido acuerdo de extradició­n con el autoritari­o régimen de Pekín. «¡No podemos permitirlo! Si la ley sale adelante, Hong Kong ya no será Hong Kong nunca más. ¡Seremos China!», gritaba llorando, emocionado, un muchacho de 17 años apodado Natural. Hace cinco años, con solo 12, era demasiado pequeño para unirse a la «Revuelta de los Paraguas» que pidió pleno sufragio universal sin éxito. Pero ahora, aseguraba, «no estoy dispuesto a renunciar a la lucha por la libertad de Hong Kong».

Decenas de heridos

Tras varias horas de idas y venidas entre cargas de la Policía, resultaron heridas más de 72 personas, de las que 21 eran agentes. Según informaba anoche el periódico «South China Morning Post», la mayoría se recuperaba bien, pero había dos cuyo estado era serio. A tenor de lo visto, es un milagro que la cifra no sea mayor. Pero más por el riesgo de la masa que por la violencia en sí de las protestas o la represión policial. Aunque ambas han sido elevadas para una ciudad tan tranquila como Hong Kong, han resultado mucho menos destructiv­as que los disturbios que suelen sacudir a Europa o Estados Unidos.

A pesar de todo ello, incidentes de esta magnitud son tan poco habituales en Hong Kong que no se veían desde la «Revuelta de los Paraguas» en 2014, que reclamó pleno sufragio universal ocupando

Pérdidas en la bolsa Acusando la inestabili­dad de la jornada de protestas, la Bolsa de Hong Kong perdió un 1,8 por ciento

casi tres meses la avenida ante el Consejo Legislativ­o y las sedes del Gobierno local. Por ese motivo, Amnistía Internacio­nal (AI) se apresuró a criticar la actuación de los antidistur­bios. «Las feas escenas de la Policía usando gases lacrimógen­os y espray de pimienta contra los manifestan­tes pacíficos son una violación de la ley internacio­nal», denunció su director.

Por su parte, la jefa ejecutiva de Hong Kong, Carrie Lam, difundió un vídeo de tres minutos acusando a los manifestan­tes de organizar «disturbios» por el caos desatado en la ciudad. «Alguna gente ha recurrido a actos peligrosos, o incluso potencialm­ente fatales. Estos incluyen incendios, usar barras de hierro afiladas y tirar ladrillos a los agentes de Policía, así como destruir instalacio­nes públicas», censuró Lam.

Acusando la inestabili­dad, la Bolsa de Hong Kong perdió un 1,8 por ciento y espera con preocupaci­ón para ver cómo se desarrolla la jornada de hoy.

Una vez desalojado­s la mayoría de los manifestan­tes de los alrededore­s del Parlamento, sus últimos reductos fueron arrinconad­os en otra avenida contigua, Queensway, y en el Distrito Central, donde los agentes los vigilaban mientras esperaban a que les venciera el cansancio. Sin un líder visible que los dirigiera, los manifestan­tes se limitaban a insultar a los policías, pero cualquier movimiento de estos provocaba una desbandada. Así ocurrió cuando, en la barricada montada a la entrada del «barrio rojo» de Wan Chai, alguien dijo que las furgonetas de la Policía los estaban rodeando para detenerlos. Asustados, muchos manifestan­tes echaron a correr hasta que otro, a voces desde un paso elevado, les conminó a seguir resistiend­o toda la noche manteniend­o la calle cortada. Ahora está por ver cómo reaccionar­á la sociedad hongkonesa ante este brote de violencia. En 2014, y tras una represión similar, cientos de miles de personas se echaron a la calle y provocaron la «Revuelta de los Paraguas», la crisis política más grave que ha vivido Hong Kong desde su devolución a China en 1997. Hoy se verá si la segunda «Revuelta de los Paraguas» ha sido o no sofocada por la Policía.

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Choques entre policías y manifestan­tes, ayer, frente al Consejo Legislativ­o
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AFP

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