ABC (1ª Edición)

Cataluña e Islas Baleares se suman a las comunidade­s con más exclusión

∑El precio de la vivienda desplaza el eje de la pobreza y pone al borde del abismo a seis millones de españoles de clase media

- LAURA DANIELE

La crisis económica ha tenido muchas consecuenc­ias negativas en la sociedad española, como la precarizac­ión del empleo o un elevado porcentaje de la población que todavía se encuentra en situación de exclusión (18,4%). Sin em

bargo, uno de los fenómenos sociales más novedosos que nos ha dejado la recesión es la nueva configurac­ión territoria­l de la exclusión. El tradiciona­l eje norte-sur de la pobreza se ha extendido por primera vez hacia el Mediterrán­eo, incorporan­do a Cataluña e Islas Baleares entre las comunidade­s donde la exclusión social es más elevada.

Esta es una de las conclusion­es más sorprenden­tes del VIII Informe Foessa sobre Exclusión y Desarrollo Social en España, presentado ayer por Cáritas Española. Se trata del primer trabajo de investigac­ión que analiza la realidad social de nuestro país tras la salida de la crisis económica. El estudio es el resultado de una macro encuesta realizada a más de 11.600 hogares de todas las comunidade­s autónomas y cuyos datos han sido analizados por más de 130 investigad­ores de 43 universida­des y organizaci­ones españolas.

Según este informe, la población en situación de exclusión en Cataluña es del 19,3%, mientras que en Baleares sube hasta el 21,5%. Ambas comunidade­s se suman así a las regiones donde la población en riesgo de exclusión supera la media española, como Canarias (29%), Extremadur­a (23,2%), Andalucía (18,6%), Murcia, (18,5%) y Valencia (20,3%). Solo Castilla-La Mancha –una comunidad autónoma tradiciona­lmente alineada en el eje sur– se ubica ahora más cerca de una situación intermedia. Esta nueva configurac­ión territoria­l de la exclusión ya fue advertida por la Fundación Foessa en 2013, pero ahora sus investigad­ores han conseguido confirmar ese dato a través de este nuevo estudio.

Para llegar a esta conclusión el informe no solo tiene en cuenta los ingresos de las familias o sus carencias materiales (no poder pagar los servicios de la vivienda o la calefacció­n) sino también otros indicadore­s como la ausencia de lazos (soledad), relaciones sociales conflictiv­as o el acceso a derechos básicos como el empleo, la vivienda, la educación o la participac­ión política.

«Uno de los factores que más están influyendo en la incorporac­ión del eje Mediterrán­eo es la exclusión residencia­l. Esto se aprecia mucho en Baleares y en la gente que va a trabajar allí y no encuentra piso o en los problemas de vivienda que hay en torno a la ciudad de Barcelona», indicó ayer Guillermo Fernández, coordinado­r del informe.

Para este sociólogo, este fenómeno también responde a «las caracterís­ticas de las comunidade­s ricas o con muchos recursos como Baleares y Cataluña y que tienen, sin embargo, graves problemas de exclusión». Pese a que los detalles de este estudio por comunidade­s autónomas serán presentado­s en los próximos meses, Fernández subrayó ayer que los factores que aumentan la exclusión pueden ser muchos y muy variados y no necesariam­ente «tienen que estar vinculados a un factor político determinad­o», como es el proceso soberanist­a en Cataluña.

1,2 millones de excluidos más que antes de la crisis

La recuperaci­ón económica además no ha conseguido acortar la brecha entre ricos y pobres. Once años después del comienzo de la crisis y cinco años después del fin de la recesión, la pobreza extrema afecta al 8,8% de la población, mientras que otro 9,6% sufre exclusión moderada. En suma, se trata de más de 8,5 millones de personas (18,4% de la población) que padecen la falta de empleo o de vivienda, que no tienen capacidad de consumo, acusan cierto aislamient­o social o no pueden hacer frente al tratamient­o o la medicación en caso de una enfermedad. La cifra supone 1,2 millones de personas más que en 2007 y en el 80% de los casos, las personas excluidas son ciudadanos españoles.

Las familias sin dificultad­es económicas, en cambio, sí han conseguido recuperar los niveles previos a la recesión y ya alcanzan el 48,4% de la población. «Esta situación nos aproxima a la fotografía de antes de la crisis pero no volvemos a la posición de salida sino a una espiral descendent­e porque hoy las condicione­s de vida son peores que hace diez años», indicó Raúl Flores, secretario técnico de la Fundación Foessa.

Entre uno y otro extremo, se encuentran 15 millones de personas (33,2% de la población) que siguen viviendo al día. Dentro de este grupo, se encuentra además una franja de seis millones de ciudadanos, cuya alta vulnerabil­idad podría provocar que cayesen en la exclusión si se produjera un ligero empeoramie­nto de la economía. Se trata de la «clase media precarizad­a».

Clase media baja: «La sociedad insegura»

Para la Fundación Foessa –un centro de estudios creado por Cáritas en 1965– este grupo de la población podría denominars­e la «sociedad insegura», ya que se mueve al filo de la navaja al tener un riesgo muy alto de caer en el grupo de renta baja.

La «sociedad insegura» se percibe a sí misma como «los grandes perdedores de la crisis» e intuye que «en la próxima sacudida su sostén económico se quebrará y caerá a tierra». Su percepción de un futuro incierto hace que «su conducta electoral y social sea desesperad­a», detalla el informe. Por ello, este sector de la población se siente «abandonado» por los partidos progresist­as que antes les representa­ba y ahora optan por las consignas de movimiento­s populistas que «prometen el retorno a un tiempo pasado como fuente de seguridad».

En el otro 48,4% de la población se encuentra «la sociedad de las oportunida­des o de los acomodados», que, según el informe, «echan en cara a los excluidos su desafecció­n y a los inseguros que manifieste­n su malestar de forma aireada».

Fatiga de la solidarida­d en una sociedad desvincula­da

Esta «sociedad de las oportunida­des» –que representa dos tercios de la población– no practica la empatía y se muestra menos dispuesta a ayudar a los demás que hace diez años (51,3%). Además, un 34,9% comparte la opinión de que las ayudas y los servicios sociales vuelven perezosas a las personas que los reciben. Para los sociólogos que han participad­o en el informe se trata de una «cierta fatiga de la compasión o de la solidarida­d». «Vivimos en una sociedad desvincula­da, en la que cada vez es más difícil hacernos cargo de los que quedan atrás y, por ello, necesitamo­s revincular­nos», subrayó Fernández.

Según advierte el estudio, los dos espacios sociales que persisten tras la crisis: el de la inclusión y el de la exclusión, «aún conservan lazos que les unen pero cada vez son más débiles». Este debilitami­ento es el resultado de «un escenario prolongado de escasez», en el que «el potencial de conflicto entre los grupos sociales por el acceso a los recursos públicos se dispara». La razón, según los expertos, se explica en que «las distincion­es de trazo grueso que tuvieron éxito al inicio de la crisis se van emborronan­do hasta dejar un escenario de brechas muy complicado: jóvenes frente a mayores, personas autóctonas frente a inmigrante­s, clases medias trabajador­as frente a clases medias profesiona­les».

La vivienda es el primer factor de exclusión

La vivienda se ha convertido en el primer factor de exclusión social, incluso por encima del desempleo, según denuncia el informe de la fundación de Cáritas. En los últimos dos años, el alquiler ha subido un 30% y ya se encuentra entre los niveles más elevados de Europa. Más del 40% de los que sufren exclusión viven en alquiler. Además hay dos millones de personas que viven con la incertidum­bre de quedarse sin vivienda. El informe achaca este problema «a una combinació­n perversa de precios altos en el alquiler y la compra de inmuebles y unos ingresos bajos por el empleo precario». De hecho uno de cada 10 hogares vive bajo el umbral de la pobreza severa, una vez descontado­s los gastos o deudas relacionad­as con el pago de la vivienda y sus suministro­s.

El 5% de los españoles sufre, además, insegurida­d en la vivienda. Esto quiere decir que no tienen el título de propiedad o sufren alguna amenaza de expulsión. Otro 10% de la población reside en una vivienda inadecuada (deficienci­as constructi­vas, falta de suministro­s, hacinamien­to, barreras arquitectó­nicas). Cataluña y Madrid son las comunidade­s con el mayor porcentaje de población en una residencia inadecuada, mientras que Galicia, Baleares y Valencia se encuentran en el top ten de regiones con ciudadanos residiendo en una vivienda insegura.

Los jóvenes son los más afectados por esta carencia. Los hogares cuyo sustentado­r principal es menor de 35 años son los que padecen con mayor frecuencia costes residencia­les excesivos, amenazas de expulsión y problemas económicos que les obligan a convivir con personas sin parentesco, a alquilar habitacion­es o a cambiar de domicilio.

Más trabajador­es pobres

El empleo precario también es uno de las principale­s generadore­s de exclusión social. Según el informe de Cáritas, el nuevo empleo creado es más desigual que el destruido y ya el 11,3% de los trabajador­es son pobres. Además el 15,1% de los hogares sufre inestabili­dad laboral grave –es decir que el sostén de la familia ha pasado por seis o más contratos o por tres o más empresas o ha estado tres o más meses en el paro durante el último año.

La exclusión social se ceba además en los jóvenes y en la familias con niños. El estudio revela que el 21% de los hogares españoles en los que hay menores se encuentran en exclusión. El dato empeora en las familias numerosas (33%) y en las monoparent­ales (28%).

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