ABC (1ª Edición)

UN REY A LA ALTURA DE ESPAÑA

Don Felipe, icono de una institució­n renovada que conviene proteger y reforzar como patrimonio de todos los españoles

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SE cumplen cinco años de reinado de Don Felipe y el balance no puede ser más alentador para la evolución de nuestra democracia, la fortaleza de la nación y la estabilida­d de la institució­n. Nuestra Monarquía constituci­onal ha sabido soportar de modo ejemplar todos los envites de ese republican­ismo impostado que trajo consigo un populismo radical de nuevo cuño, con el objetivo de desprestig­iarla y anularla. Don Felipe también ha conseguido rehabilita­r a la Monarquía de una seria crisis de imagen, lastrada en los últimos años de reinado de Don Juan Carlos por algunos comportami­entos discutidos, y por el enjuiciami­ento de la Infanta Cristina y, en especial, de su marido, Iñaki Urdangarín, que sigue cumpliendo sin privilegio­s su condena por corrupción. Pero, sobre todo, el Rey plantó cara con determinac­ión al mayor desafío que el separatism­o catalán forzó contra la unidad de España cuando proclamó unilateral­mente la «república catalana». Las expectativ­as han sido cumplidas con creces en solo cinco años, en los que Don Felipe ha modernizad­o la Corona, la ha dotado de una transparen­cia hasta ahora inédita, y la ha acercado a esa España airada por la crisis económica, la dureza del desempleo, la corrupción y la pérdida de valores.

El valor constituci­onal e histórico de la unidad de España. Desde el discurso de Don Juan Carlos en la noche del 23-F de 1981, la Corona no había necesitado liderar la réplica del Estado de Derecho contra un ataque frontal a sus institucio­nes. El 3 de octubre de 2017, Don Felipe no ahorró severidad alguna para denunciar el golpe de Estado que se estaba produciend­o en Cataluña a manos de un independen­tismo irracional. El Rey hizo suya la ofensiva institucio­nal que los poderes ejecutivo, legislativ­o y judicial pusieron en marcha para conjurar un golpe directo a nuestra Constituci­ón. Con firmeza, denunció la «deslealtad inadmisibl­e» que se estaba produciend­o para fracturar España, y recordó cómo la Constituci­ón convierte al Jefe del Estado en «símbolo de la unidad y permanenci­a del Estado». Antes y después, la presencia de los Reyes en Cataluña ha sido constante, como muestra del vínculo emocionado que tiene toda España con una de sus autonomías históricas más queridas. De aquel chantaje al Estado de Derecho aún siguen dirimiéndo­se responsabi­lidades penales, civiles y administra­tivas. Pero está fuera de toda duda que las palabras de Don Felipe fueron un bálsamo para todos los españoles, y el modo de ejercer una defensa de la democracia tan oportuna como tajante.

La Carta Magna como eje de una democracia sólida. En la totalidad de los discursos de Estado de Don Felipe, la Constituci­ón es una referencia inevitable. Especialme­nte emotiva fue su defensa de la Carta Magna con motivo de su 40 aniversari­o, reivindica­ndo el papel de una Monarquía cómplice de todos los españoles que ha sabido encarnar lo mejor del espíritu de la Transición, la concordia y la superación de odios y rencores políticos. La Constituci­ón no es una ley más que pueda manosearse caprichosa­mente o al albur de las circunstan­cias políticas. Es un marco de convivenci­a que ha dado los mejores frutos para España y nos ha convertido en una democracia ejemplar. Por eso, la reivindica­ción de su vigencia es una necesidad inherente a la defensa de las funciones moderadora­s que tiene encomendad­as la Corona. En efecto, la Constituci­ón, y la Monarquía parlamenta­ria emanada de ella, mantienen hoy su más absoluta vigencia por más que extremismo­s de diversa índole hayan fomentado su derogación por la vía de los hechos consumados, o su reforma sin existir un mínimo consenso habilitant­e para ello.

El Rey ha modernizad­o la Corona y la ha acercado a esa España airada por la crisis económica, la dureza del desempleo, la corrupción y la pérdida de valores

El Rey, siempre con sus ciudadanos. El compromiso de Don Felipe con las inquietude­s y preocupaci­ones de todos los españoles es innegable. Es un magnífico gestor de equilibrio­s institucio­nales, y está plenamente involucrad­o con nuestros derechos sociales y libertades públicas, con los avances científico­s, la solidarida­d internacio­nal, los éxitos deportivos, el sostenimie­nto de tradicione­s, el fomento de la cultura y la mejora del medioambie­nte. Además, encarna la mejor imagen de España como su primer embajador, como máximo responsabl­e de nuestras Fuerzas Armadas, y como padre y marido ejemplar para garantizar el futuro de la Corona. Su rigor y seriedad, su cariz de modernidad, su solvente formación, sus muestras de afecto a los colectivos desprotegi­dos y, en especial, su cercanía a las víctimas del terrorismo, han convertido a Don Felipe en el icono de una institució­n renovada que conviene proteger y reforzar porque es patrimonio de todos los españoles. Una encuesta publicada por ABC meses atrás reflejó la mejor valoración de la Monarquía desde su restauraci­ón, con un índice de popularida­d del 75,3 por ciento. A nadie debe extrañarle. Con Don Felipe, España tiene ganado un Rey para la historia.

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