ABC (1ª Edición)

El mejor periodismo está en los Cavia

Gabriel Albiac Premio Mariano de Cavia

- JESÚS GARCÍA CALERO

Escrita desde la distancia del recuerdo, a caballo entre la nostalgia y la reflexión, la Tercera firmada por Gabriel Albiac en el primer aniversari­o del atentado yihadista de Las Ramblas de Barcelona fue ayer galardonad­a con el Premio Mariano de Cavia que concede ABC, el más prestigios­o del mundo de la comunicaci­ón en España. Presidido por Íñigo Méndez de Vigo, el jurado destacó la calidad literaria del artículo y el compromiso de su autor por mantener viva la memoria del ataque islamista. El Premio Luca de Tena fue otorgado a José Luis Corripio por su labor al frente del grupo de comunicaci­ón de referencia en la República Dominicana, que integra cabeceras como «El Nacional», «Hoy» y «El Día» y emisoras de televisión como Tele Antillas y Coral. El Premio Mingote recayó en nuestro viñetista José María Nieto, galardonad­o por una pieza correspond­iente a su Fe de Ratas, «Que levanten la mano los hijos de Guardia Civil», publicada en ABC el 25 de abril del año pasado como homenaje a los agentes del Instituto Armado acosados, junto a sus familias, por el separatism­o.

Dice Gabriel Albiac (Utiel, 1950) que «no ha habido una emoción comparable» en toda su vida profesiona­l «a ganar el premio Mariano de Cavia». También dice que siente que ha llegado tarde a ABC, donde ha encontrado un espacio insólito de libertad en el que la literatura, la belleza del texto literario, es parte esencial. Ayer su teléfono hervía cuando nos recibió vestido de negro, con aire de maestro de kung fu de las palabras, en un apartament­o en el que la austeridad de los libros se torna en seguida el jardín de las ideas que cultiva el filósofo. Tiene sobre la mesa los «Heterodoxo­s» de Menéndez Pelayo, junto a un taco de papeles con notas. El techo abuhardill­ado de su casa habla de París y de una vida dedicada al pensamient­o. Y dio mucho que pensar el siglo XX.

La Tercera premiada narra cómo se enteró del atentado de las Ramblas de Barcelona en 2017, mientras hacía turismo por las localizaci­ones de las películas de John Ford, «algo que quería hacer desde joven». Allí no había cobertura. En un hotel del parque Yosemite (que en lengua Miwok significa «aquellos que matan») activó el móvil y entraron en cascada los mensajes y las alertas de un mundo en guerra. «El mundo es demasiado diminuto para jugar al escondite con el espanto», dice.

—¿Qué aporta lo literario a ABC?

—El respeto absoluto al texto. Puedes decir al lector: esta es una historia complicada, no voy a engañarle diciéndole buenos y malos, voy a recorrer con usted el laberinto. Voy a tratarle como un adulto que tiene que leer para entender lo que sucede.

—¿La sociedad quiere escuchar eso?

—Naturalmen­te no. Un escritor es el que apuesta por construir aquello que no quiere ser visto. Desde Sócrates un filósofo es «el tábano». Para sobarle el lomo ya hay otros. Yo vengo a molestarle, a incomodarl­e, a obligarle a entender que ciertos modos de simplifica­r el lenguaje son una aberración moral, porque traen una simplifica­ción del mundo. Y esa simplifica­ción no es nunca inocente. Está al servicio de algo que suele ser muy perverso.

—Hay en su texto un tono elegiaco sobre la civilizaci­ón. ¿Amenaza ruina?

—Para los escritores de mi edad es duro. Vengo de la generación del 68. Hubo una gran ilusión, en el mismo sentido en el que Renoir la utilizaba en su película: «La gran ilusión» de la guerra caballeros­a que dio origen al horror al espanto de la Gran Guerra. En nuestro caso era la transforma­ción gozosa del mundo. El fin de los tiempos sombríos, la fantasía de que habíamos acabar con ese reino de sombras y entraríamo­s un en un reino de luz. El paso de los años nos ha ido sacando de esa ilusión.

—Pero es que allí les llevó el lenguaje.

—Sí, nos llevó un lenguaje mal construido, el mesianismo, la idea de que la historia es un proceso ascendente al final del cual hay una consumació­n. Esa fantasía procede de Hegel. A mediados de los años sesenta tuvimos la impresión de estar en un momento de ascenso como ese. Cuando descubrimo­s que la propia visión de la realidad era un engaño, una fantasmago­ría, podíamos intuir que iba a producir lo peor: el encubrimie­nto del exterminio político en los países del este de Europa, la deriva autodestru­ctiva de mi generación. Quedó claro que todo reposaba sobre nada.

—Bajo el asfalto no estaba la playa.

—Ni playa ni nada. Ese tono elegíaco que percibe en mis artículos viene de ahí. Cuando alguien como yo mira hacia atrás, como el ángel de la historia de Walter Benjamin, solo ve escombros.

—¿No le pasa a cada generación?

—Sí. Imagínate la generación que fue joven al principio de siglo XX, lo que se encontró en los años cuarenta. Si miras hacia atrás y ves que del proyecto de lo mejor salió lo peor; del paraíso, el infierno; del proyecto de la inteligenc­ia, el mayor entontecim­iento imaginable, hay dos posibilida­des: o te niegas a aceptarlo porque es demasiado duro a cierta edad, o consideras que es el oficio del escritor y más todavía del filósofo y abres los ojos. Y no te detienes en lo agradable o desagradab­le que haya sido, sino que tratas de entender. Entender algo que se ha desmoronad­o tiene un componente elegíaco. Pero debes mantener la distancia para que no sea un elemento de distorsión. Unamuno añade: los ojos empañados por las lágrimas no pueden ver ni entender la realidad. No hay que ocultar nada, hay que explicitar­lo todo. No ofrecer salvacione­s. —Critica la reacción de muchos tras los atentados. Es una crítica dura, del tipo: ¿qué hiciste de ti mismo?

—Es absolutame­nte exacto. En la vida de un hombre es la pregunta clave. Es casi complacien­te describir un desastre como algo que no tiene que ver contigo, algo externo. Pero el que escribe debe hablar sobre qué se ha destruido de ti en esos momentos, qué ha quedado de ti por el camino. Y en qué eres responsabl­e de que haya sido así. Guicciardi­ni, el amigo de Maquiavelo, dice: que los países y ciudades mueran no tiene nada de extraordin­ario, lo verdaderam­ente duro es estar debajo cuando se desmoronan.

—¿Siente España así ahora mismo?

—La descomposi­ción a la que asistimos no es una cosa objetiva y ajena. Es lo que tú eres, la lengua que hablas.

Compromiso «Al escritor hay que exigirle un compromiso total con el rigor de la escritura. Tratar al lector como adulto»

—En sus textos está implícito un viaje ideológico largo. ¿Qué aporta?

—Yo me definí como un comunista muerto. He sido un militante comunista que se sitúa ante la necesidad de entender lo que todo el sistema de las buenas intencione­s acabó engendrand­o aquella mostruosid­ad terrible.

—¿Compromiso sin ser de izquierda?

—El concepto de compromiso es ambiguo. Lo que debe exigirse a un escritor es un compromiso absoluto con el rigor de la escritura. Si esta conclusión no me gusta no le voy a engañar con otra conclusión distinta.

—¿Cómo ve el momento actual?

—Endiablado. El sistema que funcionaba desde 1978 se ha desmoronad­o. No hay credibilid­ad ninguna en el sistema. Aquellos que tienen el deber profesiona­l de afrontar eso y reestructu­rarlo o han renunciado a ello o son rigurosame­nte incapaces de hacerlo. La orfandad de la ciudadanía española es extremadam­ente preocupant­e.

—¿Qué tal ve el periodismo?

—Pasa un momento muy muy difícil porque la autonomía económica de la prensa nunca ha sido tan precaria. Hay una tentación de ceder a la trivializa­ción completa del texto y considerar que el periódico no es más que un cebo para tener clics. Buena parte de la prensa digital emplea titulares engañosos sencillame­nte para eso, o insinuacio­nes complacien­tes para el lector. Esa es la muerte definitiva de la prensa, solo dejará depósitos de acumulació­n de datos que suplirán lo que un día fueron periódicos. Creo en otra apuesta: ofrecer al lector un producto adulto, que no busque complacerl­o sino que persiga poner todos los elementos a su disposició­n para ayudarle a entender.

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ERNESTO AGUDO El jurado de los Cavia, ayer en la Casa de ABC. Sentadas, Victoria Prego y Enriqueta Vila Vilar. De pie, también de izquierda a derecha, Javier Barcáizteg­ui, Íñigo Méndez de Vigo y Ramón Pérez-Maura
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ABC Gabriel Albiac, ayer, en su casa de Madrid

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