ALGO QUE NO FALLA
España tiene muchas cosas buenas, y su Rey es una
ESPAÑA es mucho más que el mercadeo del patio político y la murga incesante del separatismo. Un sencillo test. En una cena con sus amigos, cuando ya haya corrido el morapio con soltura y se empiece a cumplir la máxima clásica de «in vino veritas», planteen esta pregunta: ¿En qué país del mundo te gustaría vivir? La mayoría responderán que prefieren el suyo, España. Esa respuesta contrasta con la lastimosa y estéril autoflagelación con que nos fustigamos. España –y que Echenique, Rufián y Colau me absuelvan– es un país estupendo, porque combina el confort, la seguridad y los avances del primer mundo capitalista con la red de protección social europea. Al tiempo, conserva el gusto por la diversión, el buen vivir, y una estrecha malla de afectos familiares, valores que en sociedades más opulentas se han evaporado. En Estados Unidos puedes soñar con lo máximo, cierto; pero si eres de los que sobreviven con lo mínimo vas de cráneo: no hay red de seguridad. Asia prospera, pero con un estajanovismo que acogota los deleites de la vida buena. En la Europa nórdica la frialdad emocional combina con la ambiental. En los países postergados bastante tienen con vadear la inseguridad y el hambre. España es un oasis feliz, como recalca cualquier persona viajada.
Frente a las pinturas negras del derrotismo populista, hay muchas cosas que funcionan aquí estupendamente, desde la sanidad pública a la extraordinaria red de transporte, pasando por la vida cultural (es impresionante la cantidad de conciertos y exposiciones de cualquier capital de provincia española). Entre aquello que no falla figura también Felipe VI, que hoy cumple cinco años como Rey. Al contemplar su placidez templada, de raigambre un tanto anglosajona –tira al carácter de su madre–, un observador ajeno pensaría que su lustro en el trono ha sido un paseo. En realidad no pudo resultar más complejo. Felipe VI heredó retos serios. La monarquía atravesaba un momento bajo, por problemas de imagen derivados del hedonismo de su padre, un Rey excepcional, pero de un carácter digamos que latino, y por los chanchullos de su cuñado, que de hecho lleva un año entre rejas. El nuevo Rey puso orden en la Casa, buscó la ejemplaridad, cortó lo que había que cortar y arrojó luz sobre el funcionamiento de la institución. Completada esa tarea, le llegó la insurrección separatista, su prueba de fuego. Millones de españoles le agradeceremos siempre su aldabonazo de cordura constitucional y legalidad cuando parecía que la clase política remoloneaba cohibida frente al golpe. Por último, hubo de navegar en la marejada política y los enredos de las mayorías cortas, donde supo mantenerse fiel a su obligación constitucional de neutralidad.
Felipe VI tiene un nivel de aprobación enorme (75,3%), la preparación que requiere su cargo y un carácter sereno y discreto. Sería absurdo no celebrar lo que funciona, y más en un tiempo convulso, en que el Rey opera como el último dique frente a radicalismos que propugnan sin ambages laminar nuestras libertades y derechos constitucionales.