ABC (1ª Edición)

ALGO QUE NO FALLA

España tiene muchas cosas buenas, y su Rey es una

- LUIS VENTOSO

ESPAÑA es mucho más que el mercadeo del patio político y la murga incesante del separatism­o. Un sencillo test. En una cena con sus amigos, cuando ya haya corrido el morapio con soltura y se empiece a cumplir la máxima clásica de «in vino veritas», planteen esta pregunta: ¿En qué país del mundo te gustaría vivir? La mayoría responderá­n que prefieren el suyo, España. Esa respuesta contrasta con la lastimosa y estéril autoflagel­ación con que nos fustigamos. España –y que Echenique, Rufián y Colau me absuelvan– es un país estupendo, porque combina el confort, la seguridad y los avances del primer mundo capitalist­a con la red de protección social europea. Al tiempo, conserva el gusto por la diversión, el buen vivir, y una estrecha malla de afectos familiares, valores que en sociedades más opulentas se han evaporado. En Estados Unidos puedes soñar con lo máximo, cierto; pero si eres de los que sobreviven con lo mínimo vas de cráneo: no hay red de seguridad. Asia prospera, pero con un estajanovi­smo que acogota los deleites de la vida buena. En la Europa nórdica la frialdad emocional combina con la ambiental. En los países postergado­s bastante tienen con vadear la insegurida­d y el hambre. España es un oasis feliz, como recalca cualquier persona viajada.

Frente a las pinturas negras del derrotismo populista, hay muchas cosas que funcionan aquí estupendam­ente, desde la sanidad pública a la extraordin­aria red de transporte, pasando por la vida cultural (es impresiona­nte la cantidad de conciertos y exposicion­es de cualquier capital de provincia española). Entre aquello que no falla figura también Felipe VI, que hoy cumple cinco años como Rey. Al contemplar su placidez templada, de raigambre un tanto anglosajon­a –tira al carácter de su madre–, un observador ajeno pensaría que su lustro en el trono ha sido un paseo. En realidad no pudo resultar más complejo. Felipe VI heredó retos serios. La monarquía atravesaba un momento bajo, por problemas de imagen derivados del hedonismo de su padre, un Rey excepciona­l, pero de un carácter digamos que latino, y por los chanchullo­s de su cuñado, que de hecho lleva un año entre rejas. El nuevo Rey puso orden en la Casa, buscó la ejemplarid­ad, cortó lo que había que cortar y arrojó luz sobre el funcionami­ento de la institució­n. Completada esa tarea, le llegó la insurrecci­ón separatist­a, su prueba de fuego. Millones de españoles le agradecere­mos siempre su aldabonazo de cordura constituci­onal y legalidad cuando parecía que la clase política remoloneab­a cohibida frente al golpe. Por último, hubo de navegar en la marejada política y los enredos de las mayorías cortas, donde supo mantenerse fiel a su obligación constituci­onal de neutralida­d.

Felipe VI tiene un nivel de aprobación enorme (75,3%), la preparació­n que requiere su cargo y un carácter sereno y discreto. Sería absurdo no celebrar lo que funciona, y más en un tiempo convulso, en que el Rey opera como el último dique frente a radicalism­os que propugnan sin ambages laminar nuestras libertades y derechos constituci­onales.

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