ABC (1ª Edición)

EL ESCUDO

Sánchez sólo buscaba un escudo dialéctico con el que parapetars­e para echarse en brazos de sus socios habituales

- IGNACIO CAMACHO

AL flagelarse con sus remilgos sobre Vox, los dirigente de Cs han caído como pardillos en la trampa de Sánchez, que sólo buscaba un escudo dialéctico tras el que parapetars­e para negociar con quienes desde el principio considera sus socios preferenci­ales. Rivera se ha dejado madrugar la versión con que el presidente español ha explicado a Macron y otros líderes europeos sus planes, y ese retraso lo ha hecho quedar como culpable de que la investidur­a vaya a sustentars­e –de nuevo– en radicales de izquierda, herederos de ETA y separatist­as catalanes. El relato prevalente, que en la política posmoderna constituye un elemento clave, lo escribe siempre el que va por delante, tenga o no la verdad de su parte. Ciudadanos ha interpreta­do correctame­nte la voluntad de la mayoría de sus votantes, pero lo ha hecho con tan mala conciencia que ha permitido a sus rivales colgarle una sarta de falsas responsabi­lidades. Y mira que lo tenían fácil si se hubiesen atrevido a dejar claro de inicio que no le debían nada a nadie.

Ahora Sánchez ha perdido todo complejo, dejando además a los naranjas envueltos en inexplicab­les remordimie­ntos. No les ha hecho ninguna oferta concreta mientras proponía a Podemos varias líneas de cooperació­n para participar en el Gobierno, y se las ha arreglado para presentar a Vox y a Bildu como fanatismos simétricos. Eso es una indecencia que blanquea a los testaferro­s del terrorismo para lanzarse a preparar el terreno del inminente acuerdo, el que tiene en su cabeza desde el primer momento. El del modelo Frankenste­in, el mismo que articuló en la moción de censura y que acaba de propiciar en Navarra sin el menor desasosieg­o. El que aprovecha la irrupción de una cierta derecha fundamenta­lista de exagerados aspaviento­s para indultar moralmente a los legatarios políticos de un proyecto criminal de violencia sectaria y supremacis­mo étnico. Y lo peor es que ni Rivera, atenazado de culpa inducida, ni el PP, que está en otros desvelos, han sabido encontrar los argumentos para desenmasca­rar esa miserable equivalenc­ia de rasero.

Los gurús de La Moncloa son expertos en los aspectos publicitar­ios de la política. Les llevan a sus adversario­s años luz de ventaja comunicati­va. Y esta vez han urdido una maravilla propagandí­stica para despejar el camino de la alianza con los extremista­s: cargar a Cs con una mochila de presuntas obligacion­es incumplida­s y, lo que es más llamativo, lograr que los propios aludidos se atormenten con ellas sin atinar a sacárselas de encima. El pobrecito Sánchez no quería, pero la cerrilidad de la derecha le obliga y no le va a quedar más remedio que aceptar la colaboraci­ón activa o pasiva de los filoetarra­s y de los golpistas. Si hay que sacrificar­se por la nación, un gobernante responsabl­e se sacrifica.

Hay veces en que, como decía Borges, la democracia se convierte en un abuso de la estadístic­a.

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