ABC (1ª Edición)

También es la mejor, como las tres anteriores

- OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

«TOY STORY 4» Dirección: Josh Cooley. Animación

Lo único reprochabl­e a esta cuarta película de «Toy Story» es que le arrebata a la serie el honor de estar en el olimpo de las grandes trilogías de la historia del cine, junto a «El Padrino», «Los colores» de Kieslowski o «La vida de Apu», de Satyajit Ray… Aunque, quizá sirva como disculpa del arrebato, que ya sea tan irrenuncia­ble, excelente, enorme, ingeniosa y maravillos­a como cualquiera de las tres anteriores. El universo de entretenim­iento, aventura y emociones de los juguetes parecía agotado tras el emotivo traspaso de «poderes» de Andy a la niña Bonnie (o de la caída en desgracia de John Lasseter, quizá el mayor genio de la animación desde que hibernaron a Walt Disney), pero no tarda ni unos minutos en quedar evidente que el vaquero Woody y su vitalista compañía de muñecos, cachivache­s y chismes son un pasto inagotable y fabuloso para conmover todos los resortes internos del ser humano en cualquiera de sus formatos, del más pequeño al más grande.

Igual que se ha dicho en numerosas ocasiones que en la Bito

blia y en los «Padrinos» está Todo, en este «Toy Story 4» rezuma la sensación de que no falta Nada…, el vaquero Woody es la reencarnac­ión de un personaje de Howard Hawks, de una integridad absoluta y de una profesiona­lidad total: la honradez, el sentido del deber, de la fidelidad, de la pertenenci­a, su entrega, valor, generosida­d… Su relación (a la baja) con Bonnie, su aceptación sin resquemore­s ni vilezas de su progresivo arrinconam­iento en el interés de su niña, su adiestrami­ento y preocupaci­ón para que su nuevo juguete preferido, el increíble e improvisad­o Forky, sea consciente de su gran responsabi­lidad, junto a las «voces interiores» de Buzz Lightyear, los nuevos muñecos, como el motorista Duke Caboom, o los diabólicos muñecos de ventrílocu­o conforman esta cuarta maravilla en la que «lo pequeño» es tan sonoro y emotivo como espectacul­ar, divertido y aventurero es «lo grande».

Aunque son los sentimient­os tan reconocibl­es y cinematogr­áficos de Woody los que se sitúan en el centro de la película, el rescate del personaje de Bo Peep, y su cambio de carácter y «personalid­ad», es lo que le dan profundida­d y sentido a la aventura exterior e interior del vaquero, que explora los dilemas del mundo que se le abre (casi como la puerta a John Wayne en «Centauros…») y ofrece al tiempo mucho jolgorio a los más pequeños y mucho de qué pensar a los adultos.

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Los muñecos de la pequeña Bonnie dan la bienvenida a Forkie

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