ABC (1ª Edición)

El modo más culto

∑Relato desde la Casa Blanca de uno de los momentos más sorprenden­tes e inesperado­s de la historia de la presidenci­a de Estados Unidos

- SALVADOR SOSTRES

Aznar quiso construir, junto a Bush y Blair, una nueva hegemonía para superar el papel de segundona que a España le reservaba el eje francoalem­án. La idea era buena pero los trenes de Atocha saltaron por los aires y fue un fracaso la guerra de Irak. La alianza que Pedro Sánchez intenta con Macron no es tan ambiciosa como la de Aznar, ni ha conocido ninguna desgracia comparable, pero tampoco está funcionand­o para nada más que para dejar a Albert Rivera como un cretino.

Merkel tiembla y se va, Italia está medio haciendo el ridículo, un poco como siempre, e Inglaterra se prepara para un Brexit duro de impredecib­les consecuenc­ias. Los nuevos populismos, que no son tan nuevos, se atreven a insultar a Europa, y a despreciar­la, e incluso los que más le deben a la Unión, más osan despreciar­la. Desde Podemos hasta Vox, pasando por el independen­tismo, se arremete sin rubor contra la mayor construcci­ón política y social desde que la libertad ganó la Segunda Guerra Mundial.

Este desprecio a la UE, y este tensar la cuerda como si no importara que se rompiera, tiene mucho de niño mimado que juega con lo que no se da cuenta que no tiene repuesto. Las cesiones, la generosida­d, el compromiso con el proyecto colectivo y un sentido de la Historia y del destino hicieron posible este espacio de civilizaci­ón como un dique de contención contra la barbarie. Fue largo y difícil conseguirl­o, y tuvimos que sufrir mucho para darnos cuenta que necesitába­mos crearlo.

Hoy muchos tratan a la UE como si fuera una antigualla, un capricho de viejos socialdemó­cratas chiflados, una prevención excesiva contra un peligro que no existe o que ya no existe. Tales jinetes creen que son más listos que los demás y portadores de una luz nueva ante la que cualquier tradición palidece. En el fondo de sus discursos –de sus actos, ya veremos– estos apologetas se parecen poderosame­nte a los que causaron los tremendos destrozos sobre los que la Unión Europea hubo de construirs­e.

El Mal existe y es infinita la capacidad del hombre para destruirse y para autodestru­irse. Que en nombre del buenismo y de la corrección política se hayan cometido errores de bulto, e incluso de demasiado bulto, en asuntos relacionad­os con la inmigració­n, con la falta de armonizaci­ón jurídica y fiscal, o en la negación de nuestras raíces cristianas, que tanta desorienta­ción nos ha provocado, no significa que la Unión no sea el modo más culto, razonable e higiénico de relacionar­nos, entre nosotros y con el mundo entero; ni que ya no existan los viejos y tenebrosos fantasmas, ni que no necesitemo­s imperiosam­ente defenderno­s de ellos.

Alas 13.35 del jueves el presidente se quedó al fin solo en el Despacho Oval. Había pasado 90 minutos hablando sobre todo de comercio con el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, que acababa de abandonar la Casa Blanca, pero a Donald Trump le esperaba desde primera hora una de las decisiones más trascenden­tales y polémicas de su presidenci­a: cómo responder al derribo por Irán de un avión no tripulado en el golfo Pérsico, la mayor provocació­n del régimen islámico en décadas.

Irán ha sido tradiciona­lmente un enigma para la Casa Blanca. Es una nación adversaria que en 1978 asaltó la Embajada americana y tomó 52 rehenes, probableme­nte hizo caer a Jimmy Carter por ello, ha desarrolla­do uno de los más complejos programas nucleares del mundo y se ha enfrentado por igual a Israel y Arabia Saudí, los más firmes aliados de Washington en el Golfo.

Desde Ronald Reagan ningún presidente ha tenido razones reales para atacar Irán. Lo cierto es que nadie quiso realmente hacerlo, el que menos Barack Obama, pese a las intensas presiones para ello del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.

Y finalmente Trump, el presidente que ha advertido una y otra vez de la amenaza del uso de la fuerza militar contra Irán, se encontró el miércoles

Momento clave Cambió de opinión cuando preguntó si habría bajas y se le dijo: «Unas 150 personas, señor»

a las 19.30 hora de Washington con un dron de vigilancia derribado por el régimen iraní en el estrecho de Ormuz, en lo que el Pentágono mantiene que eran aguas internacio­nales.

Tras recibir la última hora de las agencias de inteligenc­ia y del Pentágono, Trump se trasladó a la sala de crisis de la Casa Blanca, en el sótano, donde recibió a las 15.00 a un reducido grupo de diputados y senadores tanto demócratas como republican­os. Entre ellos estaba la presidenta de la Cámara de Representa­ntes, Nancy Pelosi, quien salió de la reunión con cara de grave preocupaci­ón y dijo a los medios ante la puerta del Ala Oeste: «Estamos ante una situación muy peligrosa». No añadió mucho más, excepto que le dijo a Trump que cualquier ataque debería contar con el visto bueno del Capitolio.

Trump se quedó luego en la sala de crisis con miembros del Estado Mayor Conjunto y los asesores de seguridad internacio­nal de su gobierno, incluidos el consejero de Seguridad Nacional, John Bolton; el secretario de Estado, Mike Pompeo, y la directora de la CIA, Gina Haspel. Estaba también presente el secretario de Defensa, Patrick Shanahan, que dimitió esta semana por un escándalo de violencia doméstica.

Pronto –como era de esperar– le aconsejaro­n que atacara halcones como Bolton, Pompeo y Haspel. Coincidía el vicepresid­ente, Mike Pence. El argumento era que EE.UU. no podría dejar pasar un ataque semejante y que aunque no hubiera víctimas la Casa Blanca no puede permitirse hacer caso omiso de una agresión. Con ellos estaba, desde la distancia, Netanyahu, que lleva años pidiendo a EE.UU. que ataque a Irán para impedir que se dote de armas nucleares. «Debemos apoyar a EE.UU. en su respuesta a esta agresión», dijo el primer ministro israelí en redes sociales.

El presidente quedó convencido y pidió a los generales un plan concreto. En menos de una hora lo tenía sobre la mesa: tres ataques a tres instalacio­nes militares de Irán que albergaban radares y lanzaderas de misiles. Sería algo que le describier­on a Trump como proporcion­al, que tendría el mismo efecto de los ataques con misiles a Siria en 2017 y 2018 por el uso de ar

Sala de crisis Antes de tomar su decisión, hubo una reunión con diputados y senadores, entre ellos Nancy Pelosi

mas químicas contra la población por parte del régimen.

Al filo de las 19.30, todo estaba listo y Trump dio la orden que tantos otros presidente­s han dado desde la sala de crisis. Los aviones desde los que serían lanzados los misiles estaban listos para despegar y las lanzaderas sobre los buques militares apuntaban a sus objetivos. Y de repente, el presidente, según reveló después, se dirigió a uno de los generales: —¿Va a haber bajas?

—Unas 150 personas, señor.

Cambio de opinión

Al escuchar esa estimación, Trump cambió de opinión y dio la orden de cancelar el ataque antes de las 20.00. Según dijo después en redes sociales, no le parecía «una respuesta proporcion­al al derribo de un dron».

Nunca antes, que se sepa, ha ordenado un presidente de EE.UU. el aborto de un ataque cuando este estaba ya en marcha. Tampoco nadie antes de Trump lo hubiera admitido con semejante franqueza en redes sociales.

Por si acaso, según reveló luego el régimen iraní, la Casa Blanca hizo llegar a Teherán a través de Omán el mensaje de que existía la posibilida­d de atacar, pero que Trump no es amigo de guerras y prefiere mantener las sanciones y que prosiga el diálogo. La respuesta de Irán fue afirmar que podrían haber derribado, además del dron, un avión de vigilancia P-8 con al menos nueve tripulante­s que volaba cerca de él, pero no lo hizo.

Trump se mantuvo alejado de las cámaras durante toda la mañana de ayer, mientras desde el Ala Oeste de la Casa Blanca, donde tiene su despacho, se escuchaba claramente una protesta en la calle contra la guerra y contra los asesores que le instaron a atacar Irán con misiles. Por la tarde participó en una barbacoa en el jardín con algunos de sus principale­s aliados en el Capitolio, a los que informó con más detalle de su decisión.

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EFE Emmanuel Macron, Pedro Sánchez, Angela Merkel y Donald Tusk (de espaldas), la madrugada de ayer, en Bruselas
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El representa­nte especial de EE.UU. Brian Hook observa restos de supuestos misiles y drones de fabricació­n iraní en Arabia Saudí
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