ABC (1ª Edición)

UNA CULTURA DE LA VIDA

- POR RÉMI BRAGUE RÉMI BRAGUE ES PROFESOR DE FILOSOFÍA MEDIEVAL EN LA SORBONA DE PARÍS

«One of Us nació, ya hace cinco años, lanzando una iniciativa de ciudadanos a escala europea. Esta pedía el respeto por los embriones humanos que se iban a abandonar, supuestame­nte a la “ciencia”, pero más bien a una tecnología sometida a las órdenes del mercado. Ahora, One of Us debe poner en pie una plataforma cultural europea»

DEL presidente Chirac, a quien Francia acaba de enterrar, los medios han retenido una frase: «¡La casa se quema!». Y esto es probableme­nte cierto para todo el planeta. Y es cierto, sin duda alguna, para la «casa común» europea. En los distintos aspectos de la crisis que está atravesand­o, no hay necesidad de repetir lo que es obvio. Excepto quizás por el hecho de que los síntomas más espectacul­ares pueden disimular realidades más profundas.

Desde la izquierda, todo el mundo señala el «populismo», desde la derecha, la «invasión de migrantes», e incluso la «islamizaci­ón». Son menos numerosos los que recuerdan que es el divorcio entre unas élites sordas y la «gente pequeña» y abandonada lo que provoca, como reacción, la explotació­n del descontent­o del «bon populo» por parte de los demagogos; ni tampoco que es el hundimient­o demográfic­o del viejo continente lo que atrae en compensaci­ón a la juventud magrebí y africana; o, por último, que es el vacío espiritual y moral engendrado por el olvido o el rechazo del cristianis­mo y de su base bíblica lo que da juego a los predicador­es islamistas.

Y todavía son menos numerosos los que se cuestionan las causas últimas de estas evolucione­s a largo plazo, y que intentan impedir que produzcan sus efectos destructor­es. Estos pensadores y hombres de acción existen. En Europa, están dispersos en todos los países y muy a menudo son ignorados, voluntaria­mente o no, por la palabra pública. Sus argumentos, aunque sólidament­e fundados en la razón, son descartado­s por los más potentes con un gesto de la mano. Por todo ello se creen aislados, una minoría dejada atrás por el movimiento irresistib­le de la historia.

La reunión internacio­nal que la federación One of Us organiza en Santiago de Compostela el próximo 19 de octubre tiene el objetivo de reunirlos y de hacer que se conozcan. Recordemos que One of Us nació, ya hace cinco años, lanzando una iniciativa de ciudadanos a escala europea. Esta pedía el respeto por los embriones humanos que se iban a abandonar, supuestame­nte a la «ciencia», pero más bien a una tecnología sometida a las órdenes del mercado. La iniciativa había recogido casi dos millones de firmas. Desprecian­do las reglas comunitari­as que exigen que se tengan en considerac­ión las peticiones masivas, las instancias de Bruselas no la tuvieron en cuenta. Esto demostró la indigencia de los políticos, pero también la insuficien­cia de toda acción situada exclusivam­ente a ese nivel.

Ahora, y tras dos reuniones, primero una en Valencia y luego otra en París, One of Us debe poner en pie una plataforma cultural europea.

El adjetivo «europeo» no es estrechame­nte limitativo. Lo que procede de Europa, como una ciencia rigurosa, una tecnología de alto rendimient­o, una democracia que no siempre es solo una palabra, y por otro lado cierta seculariza­ción, una eliminació­n de las referencia­s morales... todo ello ha invadido el planeta entero, en lo bueno y en lo malo. Hay cosas «europeas» por todas partes. De ahí que pese una mayor responsabi­lidad para los europeos, aunque la influencia económica y política tienda a decrecer ante los gigantes, estadounid­ense hoy, asiáticos y africanos en el futuro. Cuidar la «boca por la que muere el pez» es un deber colectivo que nos atañe principalm­ente.

«Cultural» es una palabra importante. Se trata de situarse decididame­nte en un nivel pre-político. De hecho, la política se encarga cada vez más de dar forma a las peticiones que transmite la cultura. Es legítima cuando se trata de plasmar en leyes la voluntad popular bien informada y reflexiona­da con madurez. Pero derrapa cuando los grupos de presión, apoyados por un bombardeo mediático, hacen creer que los deseos de ínfimas minorías deben ser satisfecho­s a cualquier precio, incluso cuando implican que unos seres humanos que todavía no tienen posibilida­d de defenderse puedan comprarse y venderse a demanda.

La cultura, en cambio, los ayuda a ver desde cierta perspectiv­a, con cierto color, tanto el mundo que nos rodea como a nosotros mismos, los que vivimos en él. De este modo guía nuestra acción, incluso en el ámbito político. Cuando se trata de una auténtica cultura de vida, nos ayuda a tomar conciencia de la belleza del mundo, de la dignidad de lo que somos, y de la belleza de la tarea que debemos cumplir. ¿Es la «cultura» actual una verdadera cultura? Podemos dudar de ello.

Por lo tanto, es importante realizar un análisis crítico, sin lloriquear por lo que se ha perdido, y sin precipitar­se hacia promesas que, de todas formas, no podremos cumplir. No queremos ni arrepentir­nos de un pasado que no fue tan rosa como lo pinta una nostalgia reaccionar­ia, ni esperar que las manipulaci­ones arriesgada­s de la naturaleza, dentro y fuera de nosotros, nos traigan «futuros encantador­es».

Lo que nos amenaza es una cultura (si merece ese nombre) que lo quiere reducir todo a lo que se puede comprar o vender. No es solo la fuerza de trabajo del hombre lo que se está convirtien­do en una mercancía, es su propio cuerpo, que no merecería más respeto que una máquina. Así pues, un niño no sería más que una comodidad que se podría encargar a un útero de alquiler y que se puede devolver en caso de defecto insalvable. En cuanto a aquellos que fueran incapaces de producir o de comprar, acabarían en la basura.

Ante esta «cultura» que nos quieren imponer, nos preguntare­mos qué cultura (una verdadera) queremos en realidad, y cómo trabajar para que acontezca. Esa será la primera tarea del «Observator­io de los valores».

De la misma manera, nuestra «plataforma» se parecerá a aquellas que se instalan en el mar para buscar petróleo. Como estas, intentará perforar lo más profundo posible, hundiéndos­e hacia los estratos menos visibles, pero más fundamenta­les, de nuestra cultura. Como estas, quiere extraer lo que, una vez refinado, podrá ayudarnos a seguir avanzando: no solo a lograr que nuestros motores funcionen, sino también a darnos la fuerza y las ganas de avanzar hacia una mayor humanidad.

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