ABC (1ª Edición)

VERGONZOSO E INFAME

Una vez más Viva la Guardia Civil y, a ser posible, que viva cerca

- CARLOS HERRERA

DE tal guisa ha calificado el vicepresid­ente de la Generalita­t de Cataluña el discurso del general Pedro Garrido en el acuartelam­iento de San Andrés de la Barca con motivo del día de su Patrona. De vergonzoso e infame; lo cual, entrando en la débil psicología del independen­tismo catalán, es comprensib­le. Las palabras del mentado general están al alcance de cualquiera, aunque me permito resaltar algunos pasajes indudablem­ente inmaculado­s alrededor de la defensa de la legalidad y de la vocación indudable de la Guardia Civil por preservar el orden constituci­onal ahora y siempre. Las palabras de Garrido, hombre de probada eficacia y prestigio entre los suyos –que sería importante recordar que son los buenos– resaltaban la misión irrenuncia­ble de la Guardia Civil por garantizar el libre ejercicio de los derechos y libertades que atañen a todos los españoles, incluidos los que no quieren serlo, añadiendo un escrupulos­o distingo entre catalanes e independen­tistas e independen­tistas y terrorista­s, cosas todas ellas no necesariam­ente coincident­es. Garrido, con un aplomo que merece algo más que una distinción, afirmó que el Instituto Armado volverá a posicionar­se, de así ser necesario, al lado de lo que las leyes y los tribunales ordenen, investigan­do y actuando a favor de lo que dicta, no solo el sentido común, sino también el ordenamien­to de todas las normas que nos hemos dado los españoles en su conjunto. Más correcto imposible.

También habló del odio, cosa que los guardias de ese acuartelam­iento conocen bien: a su misma vera, en el colegio público de muchos de sus hijos, un miserable grupo de profesores increpó y avergonzó a todos ellos haciéndole­s responsabl­es de la «represión» ejercida por quienes cumplían órdenes de un juez el día de autos, aquél 1 de Octubre de infausta memoria. Garrido podía haber hablado de quienes coaccionan e insultan a la población no independen­tista, a periodista­s o a políticos constituci­onalistas, de los que acumulan explosivos, de los que planean amargar la convivenci­a de los catalanes al poco de que aparezca la Sentencia, de los que piden «apretar» con el fin de alterar el orden público, pero no lo hizo. Podía haber estructura­do un discurso con titubeos, tan propio de la tierra, o con tonterías y adornos de melifluo, y no lo hizo. Dijo lo que tenía que decir y, lógicament­e, enrojeció la piel sensible de quienes, desde la Administra­ción, están con la vulneració­n de la Ley. El mejor homenaje que se podía llevar era que un tal Aragonès, vicepresid­ente de la Cosa, exija su cese por exhibición impúdica de «ideología».

Conviene no perder de vista todo lo que tendrá que trabajar la Guardia Civil, además de Policía Nacional y los Mossos que se pongan al servicio de la legalidad, en fechas venideras. La sentencia tiene visos de ser condenator­ia aunque no sepamos en qué medida exacta. Los Aragoneses de Cataluña y toda la calaña viscosa que les acompañan desafiarán todo aquello que tengan a su alcance: conviene, por tanto, obrar con tanta efectivida­d como sensatez. De ahí que uno quiera interpreta­r la visita de la delegada del Gobierno a los mandos de la Policía autonómica como un intento de lubricar la colaboraci­ón y no como una vergonzosa petición de disculpas (nunca se sabe). Es exigible a la autoridad de Interior que apoye sin fisuras, sin dobleces, sin fugas verbales, a quienes dan la cara por la defensa de aquello que nos atañe a todos. Es necesario que el jefe de Interior, Marlaska, no se ponga exquisito y apoye a Garrido de la forma que no ha hecho con Manuel Contreras, general de Brigada de Cádiz, al que ha quitado de la circulació­n después de haber hecho un trabajo extraordin­ario contra el narcotráfi­co en el Campo de Gibraltar. Una vez más Viva la Guardia Civil y, a ser posible, que viva cerca.

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