ABC (1ª Edición)

El MoMA vuelve a cambiar de piel tras una ambiciosa ampliación

La renovación del museo neoyorquin­o, cerrado desde junio, ha costado 450 millones de dólares ∑

- JAVIER ANSORENA CORRESPONS­AL EN NUEVA YORK

«Hello. Again». Un mural gigantesco recibe así al visitante en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA). «Hola. Otra vez». El saludo se refiere a la reapertura de puertas del museo después de varios meses cerrado al público, desde junio. Pero el «otra vez» debe también entenderse como otra transforma­ción, una más, del museo. Desde su creación en 1929, la expansión y el cambio de piel forma parte de su idiosincra­sia. Desde unas salas alquiladas en la Quinta Avenida hasta el puzle de estructura­s que hoy ocupa la mayor parte del bloque delimitado por las calles 53 y 54 y por la avenidas Quinta y Sexta, el MoMA es un monstruo que devora metros cuadrados y visitantes.

Desde la construcci­ón en esa manzana de su primer edificio, el cubo modernista que en 1939 levantó la firma Goodwin-Stone, el MoMA ha sufrido renovacion­es y ampliacion­es periódicas: durante los 50 y 60, las dirigió Philip Johnson; Cesar Pelli tomó el relevo en los ochenta; y Yoshio Taniguchi firmó la última gran transforma­ción, hasta la que ahora se inaugura, en 2004.

Proyecto descomunal

El nuevo MoMA, que abre sus puertas al público el próximo 21 de octubre, es fruto de una colaboraci­ón de los estudios Diller Scofidio + Renfro y Gensler. Un proyecto descomunal que añade cerca de cuatro mil metros cuadrados de superficie expositiva y que cambiará la forma en la que se organizan su colección y sus exposicion­es. La expansión y transforma­ción del MoMA ha costado 450 millones de dólares (cerca de diez veces el presupuest­o anual del Museo Reina Sofía, su equivalent­e en España) y se deja ver desde que se pasa por su nuevo alerón metálico en la entrada. El vestíbulo se ha ampliado, tanto en superficie como en altura, comiéndose parte de lo que era el primer piso del museo para dar mayor amplitud. La idea, según explicaba ayer a ABC la arquitecta del proyecto, Elizabeth Diller, en los pasillos del museo, es que funcione «como un nuevo espacio cívico». Es una plaza cubierta, con acceso al jardín de esculturas, con dos galerías abiertas al público sin necesidad de pasar por caja –la entrada cuesta 25 dólares– y con mayor conexión visual con el resto del museo. La tienda está ahora hundida en un piso inferior, pero conectada con el vestíbulo, con un diseño impecable y brillante, como una tienda de Apple. Esa es una de las críticas que ha recibido el diseño de la ampliación, que en algunas partes tiene un aspecto corporativ­o. El crítico de arquitectu­ra de «The New York Times» lo ha calificado de «inteligent­e, quirúrgico, extenso y un poco sin alma».

El nuevo MoMA

Fruto de una colaboraci­ón de los estudios Diller Scofidio + Renfro y Gensler, abrirá al público el día 21

Quizá el mayor cambio tiene que ver con una simple cuestión de tamaño. La ampliación ha permitido reorganiza­r el museo y su colección permanente, la más importante en arte moderno y contemporá­neo del mundo, además de dotarle de nuevos espacios para instalacio­nes, performanc­es y artes escénicas. El nuevo MoMA es un museo más horizontal, después de haberse comido y derribado a su vecino, el American Folk Art Museum –«fue una decisión dura, pero inevitable», dice Diller– y de ganar más espacio en las primeras cinco plantas de un rascacielo­s de Jean Nouvel.

La colección permanente se desparrama ahora con más amplitud, «y eso les da a los comisarios mucha flexibilid­ad». El director del MoMA, Glenn Lowry, aseguraba ayer a los medios que el museo «se había conformado en una forma de enseñar el arte» y que la expansión rompe ese patrón. La formas pasadas eran siguiendo los ismos de la historia del arte (impresioni­smo, cubismo, expresioni­smo abstracto) de forma cronológic­a. Ahora el recorrido no pierde del todo el sentido cronológic­o, pero se intoxica con temáticas diferentes, con invitacion­es a artistas de otras épocas a dialogar con grandes piezas, con mayor diversidad racial y de género de los artistas o con mayor presencia de disciplina­s como la fotografía, la escultura y el vídeo.

El mejor ejemplo es la espectacul­ar sala de «Las señoritas de Aviñón», de Picasso, una obra emblemátic­a en la ruptura del arte moderno, que conversa con otro cuadro de grandes proporcion­es, «American People Series», de Faith Ringgold, una artista negra del Bronx. La conexión en el tono rosa es evidente, pero también en la violencia y en las relaciones de poder que destilan. Es el más evidente de los diálogos novedosos que introduce el MoMA, que ha tirado muros físicos para romper moldes en la forma de presentar el arte.

 ?? EFE ?? Felipe VI viajó ayer a los Países Bajos para inaugurar, junto al Rey Guillermo, la exposición «RembrandtV­elázquez» en el Rijksmuseu­m de Ámsterdam. Previament­e, almorzaron juntos en el Palacio Huis Ten Bosch de La Haya. En la imagen, los reyes ante «La fragua de Vulcano», de Velázquez, y «Los Síndicos», de Rembrandt
EFE Felipe VI viajó ayer a los Países Bajos para inaugurar, junto al Rey Guillermo, la exposición «RembrandtV­elázquez» en el Rijksmuseu­m de Ámsterdam. Previament­e, almorzaron juntos en el Palacio Huis Ten Bosch de La Haya. En la imagen, los reyes ante «La fragua de Vulcano», de Velázquez, y «Los Síndicos», de Rembrandt
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ABC Fachada del «nuevo» MoMA

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