ABC (1ª Edición)

El sol regresa al cine de Woody Allen

Pese al chaparrón mediático, el cineasta estrena en España su penúltima película, en la que no faltan las claves de su mejor comedia

- FERNANDO MUÑOZ

Contar historias «Todo está bien si funciona para crear una crisis que pueda dar lugar a una historia divertida»

Los espectador­es «Tengo unos pocos seguidores por aquí, otro puñado por allí... Atraer público joven no creo que se pueda»

El reloj de la filmoteca de Woody Allen se paró en 2018. El estreno anual con el que saciaba puntualmen­te a sus incondicio­nales no llegó a tiempo, aunque no fue por su culpa. A sus 83 años, el cineasta había cumplido con el encargo, este «Día de lluvia en Nueva York» que hoy llega a España, pero la ola del Me Too anegó su reputación como la mala tormenta a la que hace referencia el título del filme. Su hijastra Dylan Farrow denunció –otra vez– que el director abusó de ella en los años noventa –caso que la Justicia rechazó tras dos investigac­iones previas independie­ntes– y la distribuid­ora decidió frenar el estreno por miedo. También los actores, que semanas antes se deshacían en elogios al cineasta, lo repudiaron por un caso que todos conocían antes del rodaje. Pero todo eso es, nunca mejor dicho, agua pasada.

Ahora Woody Allen, ya con 84 años, vuelve a sonreír con la misma naturalida­d con la que sus personajes sueltan ironías y reflexione­s en su cine. Y lo hace en España, donde se ha refugiado durante casi tres meses en busca de la luz de San Sebastián para rodar la que ya es su película número 49, «Rifkin’s Festival», terminada antes del estreno de la número 48, que hoy llega a los cines, «Día de lluvia en Nueva York». El filme, con ecos de aquel «Manhattan» que enamoró al mundo en 1979, vuelve a transitar por sus amadas calles: «Ambas son historias de Nueva York, y ambas demuestran el amor por la ciudad, y en concreto un amor por la ciudad bajo la lluvia», reflexionó el pasado verano en San Sebastián. «Las calles, los apartament­os, los personajes, todo es muy identifica­tivo de Nueva York, y aunque [en esta última historia] hay una “outsider” que viene de Arizona, solo refuerza el carácter neoyorquin­o de la película». Esa joven de la que habla el director, tan luminosa como el estado del que procede, es Elle Fanning, que interpreta a Ashleigh, que acude a la capital del mundo para pasar un fin de semana romántico con su chico, Gatsby (Timothée Chalamet). Pero el romance dura tan poco como el sol sobre la Quinta Avenida. Un chaparrón interior y exterior termina con la pareja separada viviendo rocamboles­cas aventuras por las aceras empapadas.

La edad no importa

El catálogo de personajes con los que rodea el cineasta a sus protagonis­tas parecen sacados de su habitual chistera. Ahí está Roland Pollard (Liev Schreiber), un director de cine que termina por embaucar a la joven de Arizona gracias a su elocuencia y madurez. «Es algo que funciona en las películas. Y si resulta divertido, es fantástico, tanto si son dos personas casadas que se enamoran de otros, o si es un niño que se enamora de la profesora, todo está bien si funciona para crear un conflicto o una crisis que pueda dar lugar a una historia divertida», comentó Woody Allen en la ciudad vasca.

Mientras tanto, por la otra acera pasea el bueno de Gatsby –no era posible otro nombre para este nostálgico del Nueva York de los años 50 que conoce a través del jazz–, que acaba el día con la hermana menor de la que hasta hace unas horas era su novia. Un personaje con el que Selena Gómez se ha logrado despojar de la etiqueta de Chica Disney con la que saltó a la fama.

Porque si algo sabe hacer Woody Allen es que sus actores brillen en cada escena. Aquí lo disfrutan alguno de los jóvenes con más futuro de Hollywood, que sin embargo no le devolviero­n el cariño. Todos renunciaro­n al salario que cobraron por la presión del Me Too. Una reacción que llenó de tristeza a un hombre de por sí apesadumbr­ado.

«Soy pesimista respecto a la condición humana, pero el mundo actual ha empeorado mucho y soy muy pesimista sobre el futuro del mundo. Bueno, soy pesimista sobre la vida en general», recalcó.

Una forma de ver el mundo que ni el calor que recibe del público le cambia: «Nunca pienso en atraer a un determinad­o tipo de público. Hace cincuenta años que hago películas y todavía tengo que intentar atraer al público. Tengo unos pocos seguidores por aquí, otro puñado por allí... Atraer ahora a un público joven o más mayoritari­o... No creo que se pueda», lamentó el director, para quien el cine «es una manera de evitar la vida real». Por suerte, esa mirada triste hacia el mundo se desvanece en la pantalla, donde varias generacion­es han disfrutado de su humor, por trágico que fuera. Y, por suerte, a sus 84 años todavía le quedan historias por contar y regalar.

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Woody Allen, en San Sebastián, al presentar «Rifkin’s Festival»

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