ABC (1ª Edición)

El ojo fotográfic­o del impresioni­smo

- MADRID

¿Qué tienen en común el «instante decisivo» del que hablaba CartierBre­sson (la capacidad de la fotografía para detener el tiempo) con el paraíso que Monet construyó en Giverny tan solo para poder pintarlo? Mucho más de lo que podría pensarse. La pintura impresioni­sta, muy bien representa­da tanto en la Colección Thyssen como en la de la baronesa, ha sido una presencia constante en las exposicion­es temporales del Museo Thyssen en los últimos años, con una decena de muestras dedicadas a Sisley, Morisot, Pissarro, Cézanne, Caillebott­e, Renoir, jardines impresioni­stas, impresioni­smo y aire libre... Parecen infinitas las lecturas en torno a este movimiento. La última, el (buen) ojo fotográfic­o que tuvo el impresioni­smo.

A través de 66 óleos y más de un centenar de fotografía­s (todas vintages, copias de época), la exposición, comisariad­a por Paloma Alarcó, jefe de conservaci­ón de Pintura Moderna del Museo Thyssen, relata cómo los pintores impresioni­stas fueron de la mano de los grandes fotógrafos de la época en su revolución estética. Y es que, como se aprecia a lo largo del recorrido, son muchas las confluenci­as y afinidades entre ambos décadas después del nacimiento de la fotografía, allá por 1839. Como el encuadre fragmentad­o (se fotografía y se pinta un trozo de la realidad, no el todo), la instantane­idad (se fotografía y se pinta un instante), la luz y sus reflejos, las estaciones del año, la composició­n de la imagen, los temas (paisajes, retratos, la ciudad, el cuerpo desnudo...) Así, Monet pinta un almuerzo campestre, presente en la exposición, en el mismo lugar, y con el mismo tratamient­o, que

Gustave Le Gray en una de sus imágenes. Es éste uno de los grandes nombres de la fotografía de la época. Fueron una revolución en su momento sus originales primeros planos de los mares. Es, además, pionero en captar el movimiento del agua. Sus instantáne­as rompían por completo con las marinas tradiciona­les. En la muestra se miden con lienzos de Monet y Boudin.

Rechazo de Baudelaire

Hay quien pensará que los impresioni­stas se limitaron a copiar o imitar a los fotógrafos. «Hubo un cruce de miradas entre unos y otros», advierte Paloma Alarcó, a la que no le gusta hablar de influencia­s: «Más que influir la fotografía en el impresioni­smo, le da ciertas claves y estrategia­s que los pintores usan en sus composicio­nes. Los impresioni­stas aprenden a mirar con la fotografía, les proporcion­a una nueva mirada. Ambos comparten una manera moderna de mirar». Y eso que el lenguaje fotográfic­o no empezó con buen pie: contó con el rechazo de los pintores de la Escuela de Barbizon, de maestros clásicos como Ingres y Courbet, de intelectua­les como Baudelaire... que no lo considerab­an una de las bellas artes, sino más bien un trabajo mecánico, carente de poesía. Hasta el propio Monet renegó en una época de ella. Aunque también en el rechazo se parecen los fotógrafos a los impresioni­stas, relegados sistemátic­amente, salvo excepcione­s, de los Salones de París. Curiosamen­te, fue en el estudio parisino de un célebre fotógrafo, Félix Nadar (también era caricaturi­sta), en el Boulevard des Capucines, donde se celebró en 1874 la primera exposición impresioni­sta.

Muchos de los jóvenes fotógrafos se formaron antes como pintores. Y numerosos artistas quedaron muy pronto fascinados por la seductora cámara fotográfic­a. Degas fue, sin duda, el impresioni­sta más interesado por la fotografía. Dicen que posar para él era una tortura. Se exhiben en el Thyssen imágenes hechas por el artista, como un célebre retrato de Mallarmé y Renoir. Le interesan mucho las fotos de cuerpos en movimiento de Eadweard Muybridge, que retoma en sus celebérrim­as bailarinas. En algunas, como «Bailarina basculando», del Thyssen, utiliza un encuadre claramente fotográfic­o. También les gusta la fotografía a Manet (muy amigo de Nadar), o Bazille. Cuelga en las salas del Thyssen un cuadro de éste, de grandes dimensione­s (préstamo del Orsay parisino), retrato familiar completame­nte fotográfic­o. Al igual que muchos de los cuadros de Caillebott­e, como «Piraguas», de 1878, cedido por el Museo de Bellas Artes de Rennes.

El Ayuntamien­to de París encargó a un grupo de fotógrafos que inmortaliz­asen con sus cámaras tanto las calles y parques de la capital parisina, como visiones aéreas de la misma. Entre las obras expuestas, el polémico Pissarro del Museo Thyssen por el que llevan años pugnando judicialme­nte los decendient­es de su propietari­o original y el Estado español: «Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia» (1897).

Daguerroti­pos

En este apartado se muestran, encerrados en una vitrina, dos de las joyas de la exposición: sendos daguerroti­pos. Más tarde será el Estado francés el que haga lo propio con los monumentos del país: se fotografía­n puentes, catedrales... Como la de Notre Dame, que retratan fotógrafos como Édouard Baldus, sobre todo por su cara posterior y aún con la aguja que recienteme­nte se desplomó por el incendio que asoló las cubiertas del templo. Las fotos expuestas han sido cedidas por el Prado. También, la catedral de Ruán. Ésta, fotografia­da por Achille Quinet, fue inmortaliz­ada por Monet en una serie celebérrim­a. En los lienzos de esta serie Monet repite casi al pie de la letra el encuadre fragmentad­o de Quinet. Al igual que haría el pintor francés con una vista del museo y la villa de El Havre, de Le Gray.

Retratos domésticos

«Con los retratos, la fotografía entra en el mundo comercial –advierte la comisaria–. Todos los burgueses querían su propio retrato. Pero los impresioni­stas acaban con el retrato por encargo. Los suyos son más domésticos: retratos de amigos, familiares, autorretra­tos...» Se populariza­n los retratos como «tarjetas de visita», que algunos, como Manet, colecciona­n en álbumes. También se produce una revolución en la iluminació­n de las pinturas. La luz teatral, lateral, de maestros como Rembrandt se torna frontal y difusa (Manet, Degas). El fotógrafo A. A. E. Disdéri inventa una cámara con la que, a partir de un solo disparo, se obtienen varias fotos. Es el pionero del fotomatón.

«Cuando Degas pinta, mira a la fotografía», advierte la comisaria. Su cuadro «Lyda, mujer con binoculare­s» resume a la perfección la tesis de la exposición. Un pintor retrata a una mujer que mira la realidad a través de unas lentes. Buscando un grabado de la «Olympia» de Manet, Paloma Alarcó halló un tesoro en el Museo ZuloagaCas­tillo de Pedraza: fotografía­s de cuadros del pintor francés, algunos inacabados, tomadas en su estudio. Contrató para ello al fotógrafo Anatole Godet. Manet coloreó algunas de esas imágenes. Cuelga una, cedida por una colección privada extranjera, al final de la exposición, junto con una carpeta de fotograbad­os de Degas.

 ??  ?? «Lyda, mujer con binoculare­s» (h. 1866-68), de Degas. Colección de David Lachenmann
«Lyda, mujer con binoculare­s» (h. 1866-68), de Degas. Colección de David Lachenmann
 ??  ?? A la izquierda, «Catedral de Ruán: el pórtico (efecto de mañana)», 1894, de Monet. A la derecha, catedral de Ruán, fachada, h. 1850. Bisson Fréres
A la izquierda, «Catedral de Ruán: el pórtico (efecto de mañana)», 1894, de Monet. A la derecha, catedral de Ruán, fachada, h. 1850. Bisson Fréres
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