ABC (1ª Edición)

Un astro con la pala y la mesa

Álvaro Robles, el mejor jugador de tenis de mesa español, se codea con la élite en Alemania en pabellones repletos

- LAURA MARTA

Alos 10 años, sus amigos ya no querían seguir jugando contra él a ping-pong. Álvaro Robles (Huelva, 1991) ganaba siempre. Tanto como aparcar este deporte de verano y hacerse profesiona­l del tenis de mesa. Tanto como para alcanzar lo que nadie había hecho antes: una medalla mundial, plata en Budapest 2019, tutear a las grandes potencias, como Alemania, desde donde atiende a ABC, y aspirar a desafiar al imperio oriental en Tokio 2020.

Fue un talento algo ingenuo, en sus propias palabras, porque una cosa es que se le diera bien y otra decidir que la pala y la mesa serían su futuro. Con 14 años pasó de Huelva a Córdoba para seguir creciendo y encontró algunas de las metas que quería alcanzar. Su referente fue Carlos Machado. «Iba a preolímpic­os, ganaba torneos, tenía su salario en el club, patrocinad­ores, su casa, su familia. Me gustaba esa vida. Pero no tenía ni idea de lo que significab­a», cuenta Robles. De Córdoba, a Madrid, otro paso en el crecimient­o. Otro referente que le planta la semilla de emigrar a Alemania. Con 21 años deja familia y amigos, coge la maleta y se planta en una de las ligas más potentes del mundo, donde es uno más en un grupo de entusiasta­s «estudiante­s» internacio­nales: checos, rusos, franceses… «Nadie te presta atención. Te tienes que ir ganando el puesto. Tienen un sistema que te permite progresar; en cada barrio hay un club. Mil personas pagando entrada para ver tenis de mesa. Llegué para jugar en segunda y encontré otros referentes que me ayudaron a ver objetivos cada vez más grandes», recuerda. En el tenis de mesa, explica, hay que automatiza­r la técnica y la base del éxito son las repeticion­es: movimiento­s técnicos de derecha, de revés, de saque. «Me entreno seis horas al día –unos 12.000 golpes–. Tienes que entrenar los reflejos, de ahí las repeticion­es, hasta que el gesto sale casi solo. Si no me entreno dos semanas, me noto más lento. Todo es muy milimétric­o». Y ahí, los alemanes son casi invencible­s, con permiso de los orientales.

Un inicio duro

Robles admite que, aun cansándose más que antes –«ya no diría que me pusieran un partido a las 5 de la mañana como cuando tenía 20 años»–, sí sabe gestionar mucho mejor la presión. «Tienes que abstraerte del público, de las otras mesas y concentrar­te en la pelota. A veces me cuesta dormir de lo alerta que he estado».

«Los primeros años en Alemania fueron de muchísimo trabajo y mucha frustració­n porque los resultados no llegaban –215 del mundo–; llegué a dejar de verle el sentido», rememora. Tampoco llegaba el dinero. Un sueldo de 250 euros al mes que en Alemania vale para poco. «Supongo que mis padres no tenían nada claro todo esto pero les iba dando resultados y razones de que no era un juego. Pero sí tuvieron que ayudarme». Una pala profesiona­l se compone de una parte de madera, que puede llevar o no fibra de carbono y con diferencia­s según el estilo del jugador, y las gomas de los lados, que se agotan cada pocos días. Como media, 200 euros.

Pero el deporte suele devolver lo que entregas, y Robles lo dio todo. Los resultados llegaron y las condicione­s económicas mejoraron. «Esta es mi sexta temporada en Primera y cada año encontraba un club que me trataba un poco mejor. Hay un momento en el que pasas de sobrevivir a no preocupart­e por el dinero. Ahora, cuando me agobio con los objetivos, me tengo que recordar lo bien que estoy». Pelea en Primera con el TTC Schwalbe Bergneusta­dt, semifinali­sta de Copa esta semana, y cuarto en la clasificac­ión. Ya es uno más, y de los buenos.

Tanto mimetismo con la élite alemana, que se le quedó en la piel y la personalid­ad. «Cuanto más he ido progresand­o más disciplina­do y más hacia dentro me he vuelto, un poco más aislado de la cuenta. Lo da este deporte, que es muy individual y necesita mucho de ser egoísta». Aunque juega con su club cada semana, con 27 años regresó a Madrid, donde sufrió el cambio de adaptación inverso: le costó la «vida española». «Vivía en una burbuja, me di cuenta de que si no era capaz de pararme, lo vivía todo muy solo».

Y de tanto sembrar, una medalla de plata en el Mundial de Budapest 2019.

La primera para España de este calibre –con permiso de Álvaro Valera o José Manuel Ruiz, leyendas paralímpic­as–. «Fue la recompensa que sabía un día llegaría». No era tan ingenuo.

Durante la pandemia relajó los nervios sin bajar el entrenamie­nto, otros 12.000 golpes contra un robot. «Normalment­e te entrenas con un sparring, pero me facilitaro­n un robot que va chupando las pelotas y te las devuelve según lo programes: con efectos, sin efectos, una idea buenísima». Vuelve a afilar los nervios ahora, porque el 10 de febrero es la primera cita clave para la clasificac­ión olímpica. «Estoy preparado y listo», afirma este onubense, referente en España, 63 del mundo, que triunfa en Alemania y ha puesto su entrenado ojo en desafiar al imperio oriental en los Juegos de Tokio.

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ÁLVARO DÍAZ / RFETM El palista Álvaro Robles, durante un torneo en España

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