EL EPITAFIO DE CHOMSKY
La libertad de expresión está atrapada en las redes
HASTA Chomsky, faro moral de los anticapitalistas ricos, anarcosindicalistas millonarios y progres de salón, firmó en julio un manifiesto contra la «intolerancia hacia las perspectivas opuestas, la moda de la humillación pública y el ostracismo». Los chicos de la Tuerka leen a la lumbre de la chimenea el «Media Control» en busca de ocurrencias para Twitter con las que machacar a los fachas —la culpa del frío en las chabolas deviene de que las energéticas tengan «windfall profits», dice el ministro Garzón— y de inspiración para su acción de gobierno —el IVA no se baja porque bajar impuestos es fascista—. Los «antifas» usan a Chomsky como antorcha de la libertad. Es su gurú contra el imperialismo mediático. Incluso Pablo Iglesias recurre a él para llegar a sus conclusiones más intestinales: «La existencia de medios de comunicación privados ataca la libertad de expresión». Estos retruécanos ideológicos son mágicos. A Trump le han puesto la mordaza los magnates de las redes sociales, capitalistas salvajes del club 2.0 a los que ahora elogian los defensores del Granma y de Corea del Norte, donde está prohibido el acceso a internet. Los «antifas» de mesa camilla no han entendido ni a su tótem. Chomsky piensa y escribe para sus peores enemigos.
El imperio de Bezos, Zuckerberg, Dorsey y los chinos de TikTok, donde se puede calumniar desde el anonimato mientras se censura a líderes mundiales, han colocado el viejo cartel de las tabernas para secuestrar la libertad: «Se reserva el derecho de admisión». En esos antros sólo se amasa parné rojo. El capitalismo progre de los «demócratas» que mandan más que las democracias decide quién puede hablar. Y tira de la cisterna cuando escucha el aforismo ágrafo de Voltaire: «No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defendería con mi vida su derecho a decirlo».
Comparto con Trump lo que con Maduro o con nuestro Iglesias —«nati mistrati» en la jerga de Kichi—, pero defiendo su derecho a decir lo que les plazca. La censura es barbarie, aclara Chomsky, aunque sus prosélitos consagran el epitafio de Cernuda: «Buscaron la verdad, pero al hallarla no creyeron en ella».